Lily Murgrave hizo un gesto de afirmación.
—¿Volvió a bajar, por casualidad, al comedor?
La muchacha movió la cabeza en sentido negativo.
—Si mal no recuerdo, mademoiselle, usted dijo que no había entrado en la habitación de la Torre después de cenar... ¿Me equivoco?
—No sé si dije o no semejante cosa, pero no estuve en dicha habitación después de la cena.
Poirot arqueó las cejas.
—¡Es curioso! —exclamó a media voz.
—¿Qué quiere decir?
—Sí, muy curioso —repitió el detective— porque si no fue como afirma, ¿cómo explica usted esto?
Se sacó del bolsillo un pedacito de chiffon verde claro, y se lo puso delante de los ojos a Lily Murgrave.
La expresión de ésta no varió, pero Poirot advirtió que se sobresaltaba.
—No comprendo, monsieur Poirot...
—Tengo entendido, mademoiselle, que aquella noche llevaba puesto un vestido de chiffon verde claro. Esto que ve ahí —agitó en el aire el pedacito de tela— formaba parte de él.
—¿Y lo ha encontrado en la habitación de la Torre... o cerca de ella?
Por primera vez la expresión de los ojos de miss Murgrave reveló el miedo que sentía. Quiso abrir la boca para decir algo y la volvió a cerrar en seguida. Poirot, que la observaba, vio que se asía con las manecitas blancas al borde de la mesa.
—¿Estuve en esa habitación... antes de la hora de cenar? —murmuró—. No... No creo. No, casi estoy segura de que no entré en ella. Y ese pedacito de tela ha estado hasta ahora allí, me parece muy extraordinario que la policía no diera antes con él.
—La policía no piensa lo mismo que Hércules Poirot —repuso el detective.
—Quizás entré en el momento antes de cenar —murmuró pensativa Lily Murgrave— o quizá fuera la noche antes en la que llevaba el mismo vestido. Sí, me parece que fue la noche anterior a la del crimen.
—Pues a mí me parece que no —repuso, sin alterarse, Poirot.
—¿Por qué?
Por toda respuesta, el hombrecillo movió lentamente la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.
—¿Qué quiere decir? —susurró la muchacha.
Se inclinó para mirarla y su rostro perdió el color.
—¿No se da cuenta, mademoiselle, de que este fragmento está manchado? Está manchado de sangre, no le quepa duda.
—¿Qué quiere decir...?
—Que usted, mademoiselle, estuvo en la Torre después, y no antes de cometerse el crimen. Vale más que me diga toda la verdad para evitar que le sobrevengan cosas peores.
Poirot se puso en pie con el rostro severo y su dedo índice señaló a la muchacha como si la acusara. Estaba imponente.
—¿Cómo lo ha descubierto? —balbució Lily.
—El cómo importa poco, mademoiselle. Pero Hércules Poirot lo sabe. También conozco la existencia del capitán Humphrey Naylor y que fue a su encuentro aquella noche.
Lily bajó de pronto la cabeza, que colocó sobre los brazos cruzados, y se echó a llorar sin rebozo. Inmediatamente Poirot abandonó su actitud acusadora.
—Ea, ea, pequeña —dijo, dándole golpecitos en un hombro—. No se aflija. No es posible engañar a Hércules Poirot; dése cuenta de esto y de una vez de que sus penas tocan a su fin. Y ahora cuéntemelo todo, ¿quiere? Dígaselo al viejo papá Poirot.
—Lo sucedido no es lo que piensa, ciertamente. Porque Humphrey, que es mi hermano, no tocó ni un solo cabello de la cabeza de sir Ruben.
—¿Su hermano, dice? —dijo Poirot—. Ya comprendo. Bien, si desea ponerle a cubierto de toda sospecha debe contarme ahora su historia sin reservas.
Lily se enderezó y se echó hacia atrás un mechón de cabello. Poco después refirió con voz baja, pero clara:
—Le diré la verdad, monsieur Poirot, pues ya veo que sería absurdo pretender disimulársela. Mi verdadero nombre es Lily Naylor, v Humphrey es mi único hermano. Hace años, cuando estuvo en África, descubrió una mina de oro, o mejor dicho descubrió la presencia de oro en sus alrededores. No puedo explicarle el hecho con detalles porque no entiendo de tecnicismos, pero he aquí lo que sé:
»El descubrimiento parecía ser de tanta importancia que Humphrey vino a Inglaterra como portador de varias cartas para sir Ruben Astwell, al que confiaba interesar en el asunto. Ignoro los pormenores, pero sé que sir Ruben envió a África a un perito. Sin embargo, dijo después a mi hermano que el informe del buen señor era desfavorable y que se había equivocado. Mi hermano volvió más adelante a África con una expedición, pero pronto no recibimos noticias, por lo que se creyó que él y el grueso de la expedición habrían perecido en el interior.
»Poco más tarde se formaba una Compañía explotadora de los yacimientos auríferos de Mpala. Al regresar mi hermano a Inglaterra se empeñó en que dichos yacimientos eran los mismos que él había descubierto, pero de sus averiguaciones se desprendía que sir Ruben no tenía nada que ver con aquella Compañía y que sus directores habían descubierto por sí mismos la mina.
»El asunto afectó tantísimo a mi hermano que se consideró desgraciado y cada vez se tornaba más violento. Los dos estábamos solos en el mundo, monsieur Poirot, y cuando fue imprescindible que yo me ganara la vida concebí la idea de ocupar un puesto en esta casa. Una vez dentro de ella me dediqué a averiguar si existía en realidad alguna relación entre sir Ruben y los yacimientos auríferos de Mpala. Por razones muy comprensibles oculté al venir aquí mi verdadero apellido y confieso, sin rubor, que me serví de referencias falsas porque había tantas aspirantes a este cargo y con tan buenas calificaciones (algunas eran superiores a las mías) que... bueno, monsieur Poirot, simulé una bonita carta de la duquesa de Perthsire, que yo sabía acababa de marcharse a América, convencida de que el nombre de la duquesa produciría su efecto en el espíritu de lady Astwell. Y no me engañaba, porque me tomó en el acto a su servicio.
»Desde entonces he sido espía, cosa que detesto, pero sin éxito hasta hace poco. Sir Ruben no era hombre capaz de revelar sus secretos, ni de hablar a tontas y a locas de sus negocios, pero mister Víctor Astwell era menos reservado y a juzgar por lo que me dijo empecé a creer que después de todo no andaba Humphrey tan descaminado. Mi hermano estuvo aquí hace quince días, antes de cometerse el crimen, y fui a verle en secreto. Al saber las cosas que decía mister Víctor Astwell se excitó mucho y me dijo que estábamos sobre la verdadera pista.
»Mas a partir de aquel día las cosas adquirieron un giro desfavorable para nosotros; alguien me vio salir a hurtadillas y fue con el cuento a sir Ruben, que, receloso, investigó lo de mis referencias y averiguó pronto el hecho de que habían sido falsificadas. La crisis se produjo el día del crimen. Yo creo que imaginó que yo andaba tras las joyas de su mujer. De todos modos no tenía intención de permitir que yo continuase por más tiempo en Mon Repos, aunque accedió a no denunciarme por falsificación de los informes. Lady Astwell se puso valientemente de mi parte y le hizo frente durante toda la entrevista.
Lily hizo una pausa. El rostro de Poirot tenía una expresión grave.
—Y ahora, mademoiselle —dijo—, pasemos a la noche del crimen.
Lily tragó saliva e hizo un gesto de asentimiento.
—Para comenzar, diré a usted, monsieur Poirot, que mi hermano había vuelto al pueblo y que yo pensaba ir a su encuentro de noche, como de costumbre. Por ello subí a mi habitación, sólo que no me metí en la cama, como ya he declarado. Lo que hice fue esperar a que se retirasen todos; luego bajé de puntillas la escalera, salí de casa por la puerta de servicio y al reunirme con mi hermano le referí, en pocas palabras, lo ocurrido. Le dije también que los papeles que deseaba se hallaban con toda seguridad en la caja fuerte de la Torre y convinimos en correr la última y desesperada aventura, es decir, tratar de apoderarnos de ellos aquella misma noche.