La carretilla estaba otra vez vacía. Cansado y hambriento, se levantó y se sacudió la arena de las rodillas, dispuesto a cargar más baldosas. Un par de horas más de curro, pensó, y estaría todo terminado, excepto las piezas de piedra que bordeaban el pavimento. Empujó la carretilla hacia la caja medio vacía que se encontraba sobre el parterre que daba a la calle. Había calculado bien las baldosas que harían falta. Sonrió para sí mismo. Le había pedido a Jackie dos cajas y media de baldosas pero parecía que sólo iba a necesitar dos. Cargaría el resto de las baldosas en la parte trasera de la furgoneta y las utilizaría en el próximo trabajo. No era demasiado ahorro, pero todo ayudaba. Todo era beneficio.
Tenía la carretilla a medio cargar cuando la moto se paró a su lado. Era una máquina grande y potente, con un tubo de escape muy ancho y un motor increíblemente ruidoso. Había oído cómo se aproximaba desde el pie de la colina. Debía de ser el hijo de Jackie. Ella había dicho algo sobre que iba a venir a verla esa tarde. Alzó la mirada e hizo un gesto de saludo con la cabeza al motorista mientras éste aparcaba la máquina y la dejaba apoyada en su pie. La figura cubierta de cuero levantó el visor y se quitó el casco.
– ¿Qué tal, tío, cómo va todo? -preguntó-. Me ha dicho mi madre que está quedando muy bien.
– Está casi terminado -contestó Spencer, cargando las últimas baldosas en la carretilla y enderezándose. Estiró la espalda y miró al otro hombre-. Un par de horas y estará acabado. Sólo me falta colocar estas baldosas y rematar el contorno. Creo que es…
Dejó de hablar y se quedó mirando la cara del hijo de Jackie.
– ¿Qué pasa?
Spencer no podía responder. No podía hablar. Lo había asaltado una repentina e indescriptible sensación de pánico y miedo. El corazón le golpeaba en el pecho. Retrocedió un par de pasos hacia la casa y tropezó con el borde de las baldosas que ya había colocado. Se cayó de espaldas. El otro hombre caminó hacia él y extendió la mano para ayudarlo a levantarse.
– ¿Estás bien, tío? ¿Quieres que te traiga un vaso de agua o algo?
Spencer reculó. Se puso en pie, cogiendo un pesado martillo al levantarse. Se lanzó sobre el hijo de Jackie y aferró su cuello con la mano izquierda. Desequilibrados, los dos hombres cayeron al suelo, el hijo de Jackie de espaldas, con Spencer encima de él, inmovilizándolo.
Spencer levantó el martillo, de más de un kilo, y golpeó en medio de la cara al otro hombre, hundiéndole la frente y el puente de la nariz, matándolo casi al instante. Levantó de nuevo el martillo, cubierto de restos humanos, e hizo añicos lo que quedaba de su cara otras cinco veces, dejándole la cabeza prácticamente cóncava, como un balón de fútbol desinflado.
Spencer se levantó y sin aliento se quedó sobre el cuerpo antes de que lo desequilibrasen de nuevo. Jackie, gimiendo como un alma en pena, llegó corriendo desde la entrada de la casa y lo alejó a empujones del cuerpo de su hijo. Chilló y se dejó caer cuando vio el agujero en su cabeza y la masa de huesos astillados y carne machacada donde solía estar su cara. Levantó la mirada hacia Spencer pero todo lo que vio fue el borde ensangrentado del martillo que caía sobre ella.
6
– Vamos a llegar tarde – refunfuña Lizzie. Lo sé, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Si ella me hubiera dicho antes que se suponía que debíamos llevar a Edward a la fiesta de cumpleaños de un amigo, habría sido mejor. Media hora para tener a los niños listos y en marcha no es suficiente. Una parte de mí desearía que no se hubiera acordado durante otra hora más. Quiero que Ed se lo pase bien y se divierta, por supuesto, pero no tengo ganas de pasar las próximas dos horas sentado en un parque infantil, adecuado para niños pero inadecuado para adultos, por más que estuviera adosado a un pub. No es así como había planeado pasar el sábado por la tarde.
– Llegaremos cuando lleguemos -le digo-. Ponernos nerviosos no nos va a ayudar en nada.
– No me estoy poniendo nerviosa -me corta, demostrando que lo está-. Es que no me gusta llegar tarde, eso es todo.
– No llegaremos tarde. Aún tenemos unos cuantos minutos. El pub está a la vuelta de la esquina.
– Lo sé, pero mira el tráfico.
– Probablemente ha habido un accidente o algo por el estilo -le digo, alzándome en mi asiento y estirando el cuello para intentar ver un poco más adelante-. Creo que pasa algo en la cima de la colina. Una vez hayamos pasado, el tráfico mejorará.
Oigo un puñetazo sordo y un gañido atrás. Vuelvo la cabeza y veo a los niños, apretujados, hombro con hombro, en el asiento de atrás. Odian casi tanto estar dentro del coche como yo. Es demasiado pequeño para que quepamos todos, pero ¿qué puedo hacer? No puedo permitirme cambiarlo, por ahora tendré que seguir con él. Todos tendremos que hacerlo. Lizzie los mira y se acerca a mí.
– Vamos a tener que darles de comer -susurra, manteniendo la voz baja para que no nos oigan.
– Ed comerá en la fiesta, ¿no?
– Sí, pero…
– A los otros dos les compraremos una bolsa de patatas fritas o algo así -digo rápidamente antes de que tenga cualquier idea. Creo que sé adónde quiere ir a parar.
– Necesitan algo más que eso -replica-. Vamos a estar fuera durante un par de horas. ¿Por qué no comemos fuera?
– Porque no nos lo podemos permitir.
– Venga ya, Danny, sí que podemos. De todos modos vamos a ir al lado del pub.
– No nos lo podemos permitir -repito. ¿Cómo se lo puedo dejar más claro?-. Mira, dejamos a Ed y volvemos a casa a comer. Yo volveré a buscarlo después de la fiesta.
– ¿Vale la pena todo ese lío y la gasolina extra? Quedémonos, comamos y podemos…
– No nos lo podemos permitir -contesto por tercera vez cuando llegamos a la cima de la colina y pasamos al lado de lo que sea que ha ralentizado el tráfico. Miro por el retrovisor y veo que los niños tienen las caras apretadas contra la ventanilla, intentando ver lo que pasa-. No miréis -les grito. Sin embargo no puedo evitar mirar. Parece como si la policía hubiera cortado la entrada a una de las calles que salen de Maple Street.
– Veinte pavos -continúa Lizzie. Maldita sea, no se va a dar por vencida-. ¿Me estás diciendo que no tienes veinte pavos para alimentar a tu familia?
– Sí -contesto, intentando con todas mis fuerzas no enfadarme-, eso es exactamente lo que te estoy diciendo. -Estoy decidido a que hoy no me saque nada, por mucho que lo intente-. No tengo veinte pavos y si los tuviera, ¿por qué tengo que gastarlos en una comida cuando tenemos la nevera llena? En casa podemos comer el doble por la mitad de precio.
– ¿Cuándo fue la última vez que comimos fuera?
– ¿Cuándo fue la última vez que tuve suficiente dinero para llevaros a comer?
– Venga, Danny…
No voy a contestar. Voy a mantener la boca cerrada y me voy a concentrar en conducir. Ella me hace esto con frecuencia. Es como un perro con un hueso. No lo va a dejar. Va a seguir fastidiando y presionando hasta que yo ceda para que se calle.
Hoy no.
Cedí. Estoy decepcionado conmigo mismo pero era inevitable. Ella no iba a parar. Insistió durante todo el camino. Supuse que podía transigir y soportar el golpe para mi cartera o podía mantenerme firme y arriesgarme a todo un fin de semana de morros sin que ella me dirigiese la palabra. Cuando entré en el pub y olí la comida y miré el menú, mi resistencia se vino abajo. Realmente patético.
Llevamos casi media hora esperando nuestra comida y estoy empezando a pensar que se han olvidado de nosotros. Estamos en un rincón apartado de la zona de comedor y el lugar empieza a llenarse. Es sábado al mediodía, ya me esperaba que estuviera concurrido, pero no tanto. La gran barra en forma de herradura está rodeada por una muchedumbre de cuerpos. Algunos están bebiendo mucho. Lo debería haber previsto. Esta tarde hay partido de fútbol. Un derbi local entre dos equipos al final de la clasificación y las dos partes se juegan mucho. El campo en el que se jugará el partido está a sólo unos quince minutos andando desde aquí. La mayor parte de la gente que se amontona en el local parecen aficionados disfrutando de su habitual sesión de alcohol antes del partido. Me apuesto algo a que el lugar se quedará vacío cuando empiece el partido, pero para entonces ya nos habremos ido hace tiempo. Los aficionados de ambas partes parece que se toleran los unos a los otros, pero el ruido es ensordecedor y me siento incómodo. Quizá estoy nervioso después de lo que ocurrió en el concierto de anoche. Me preocupa que pueda haber jaleo. Lizzie está pensando lo mismo, lo puedo ver en su cara. Sigue mirando una y otra vez a la multitud, y frunciendo el ceño. Se ha dado cuenta de que la estoy mirando y su expresión ha cambiado de repente.