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– ¿Aquí? -preguntó él-. ¡Zorra asquerosa…!

– Así es como me gusta -susurró en su oído. Él podía oler el alcohol en su aliento. De alguna manera eso lo hacía más sórdido y más excitante.

Newbury corría el peligro de excitarse demasiado e intentó controlarse. Pero mantener el control era más difícil cada vez que ella lo tocaba o lo besaba o… ella lo empujó con fuerza contra la pared y lo volvió a besar, mordiendo sus labios y metiendo la lengua profundamente en su boca. Él deslizó las manos por debajo de su falda y la atrajo aún más hacia sí. En respuesta, ella le bajó la cremallera de los pantalones, introdujo la mano y cerró los dedos alrededor de su erección de borracho. La cogió con firmeza pero con delicadeza. La sacó de los pantalones y se la acercó.

– Quítate las braguitas -suspiró Newbury en una pausa momentánea entre mordiscos y besos frenéticos.

– ¿Qué braguitas? -susurró en su oído mientras se levantaba la estrecha falda hasta las caderas. Aún abrazados giraron sobre sí mismos hasta que fue ella la que quedó con la espalda contra la pared-. Vamos -gimió, desesperada por él-, dámelo todo.

Newbury se puso en posición e intentó penetrarla. Fue difícil y complicado. El alcohol había afectado la coordinación de los dos. Ella suspiró con un placer repentino cuando todo su miembro desapareció finalmente en su interior.

– Te lo voy a dar todo, puta asquerosa -le prometió mientras intentaba penetrarla aún más a fondo. Ella levantó la mirada hacia el cielo y se mordió el labio, intentando no hacer ningún ruido pero al mismo tiempo desesperada por gritar alto y fuerte.

– Más fuerte… -siseó.

Él empezó a mover su cuerpo contra el de ella, golpeando una y otra vez su espalda contra la pared.

– ¿Es lo suficientemente fuerte para ti? -preguntó mirando profundamente en sus grandes ojos grises.

– Sólo fóllame -suspiró ella entre las acometidas.

– ¿Más fuerte? -volvió a preguntar con los dientes apretados.

Entonces ella se paró.

Se separó de él.

– ¿Qué pasa? -preguntó, confuso-. ¿Te he hecho daño? ¿Qué he hecho?

La expresión de la cara de ella cambió del placer al miedo en un instante. Ella lo empujó y se apartó de él, bajándose la falda y tambaleándose hacia atrás, hacia el otro lado del callejón.

– ¿Qué pasa? -volvió a preguntar-. ¿Qué pasa contigo?

Ella no contestó. Seguía alejándose, internándose más en las sombras. Él seguía avanzando hacia ella. Ella intentó hablar pero no podía.

– No… -fue todo lo que pudo balbucear.

– ¿Qué coño está pasando? -exigió saber-. ¿Estás loca o qué? Hace un minuto casi me estabas violando y ahora te vas. ¿Es así como te corres? Eres una jodida calienta braguetas. Eres una sucia y jodida puta.

Aún andando de espaldas, su pie tropezó con la esquina de un contenedor de plástico lleno de botellas de vidrio vacías. Instintivamente la muchacha se inclinó, agarró uno de las botellas por el cuello y la rompió contra la pared de ladrillos a sus espaldas.

Con sus reacciones enturbiadas por la bebida, Newbury se quedó parado. La miró.

– ¿Qué estás haciendo? Estás jodidamente loca. ¿Qué coño crees que estás haciendo? Yo no…

No acabó la frase. Ella corrió hacia él y le incrustó la botella rota en su estómago. Atravesó su camisa de algodón y se hundió en la carne. La muchacha sacó la botella y volvió a clavársela, esta vez más abajo, de manera que el filo aserrado casi le corta el tercio final de su pene, todavía visible pero ahora completamente flácido. Con el tercer golpe hundió el afilado cristal en su cuello.

Ella se dio la vuelta y corrió, desapareciendo del callejón antes de que él golpease el suelo.

Ahí afuera había muchos más de ellos, muchos miles más.

Ella tenía que seguir corriendo.

10

A veces pensar en el trabajo es peor que la realidad. Teniéndolo todo en cuenta, la oficina ha sido hoy casi soportable. Después de todo lo que he visto y oído durante el fin de semana, esperaba tener que abrirme paso hacia el trabajo a través de una multitud, luchando en las calles. Excepto por unas pocas ventanas rotas y por otras daños menores, todo parece decepcionantemente normal. El centro de la ciudad está tranquilo para ser lunes, y la oficina también.

Me alegra estar en casa. Ahora puedo ver el bloque de pisos al final de la calle. Como es habitual, hay luces en las dos esquinas en diagonal del edificio: nuestro piso y el que está ocupado arriba del todo. Cuando me acerco puedo ver unas sombras que se mueven detrás de nuestras cortinas. Los niños están corriendo por la sala de estar. Sin duda han estado jugando toda la tarde y Liz me va a saltar de nuevo al cuello.

No deberíamos vivir en un sitio como éste, pienso mientras camino hacia la puerta por el sendero invadido por las malas hierbas. Sé que soy un jodido vago y que debería trabajar más duro, pero no es fácil. Hago lo que puedo, pero parece que no es suficiente. De vez en cuando necesito una patada en el culo. Pero si cada día pudiera ser como hoy, decido mientras abro la chirriante puerta de entrada, quizá las cosas puedan ir bien. Hoy siento que el esfuerzo que he puesto en el trabajo ha valido la pena. No he tenido que tratar con ningún ciudadano chillón e incluso he conseguido reír con Tina Murray. Hoy, por una vez, no me siento como si estuviera remando en la dirección contraria a todo el mundo. Los planes que Lizzie y yo hemos estado haciendo durante años de mudarnos a una casa más grande, cambiar el coche y, en general, mejorar nuestro nivel de vida parecen un poco más realistas y factibles que cuando dejé el piso esta mañana. Están todavía muy lejos, seguramente, pero son posibles.

Atravieso la penumbra de la entrada y abro la puerta del piso. Entro y el calor de nuestro hogar hace que me dé cuenta del frío que hace esta noche.

– Estoy de vuelta -grito mientras me quito el abrigo y los zapatos. Todo está inusualmente silencioso. Puedo oír la tele y los niños pero no a Liz. Normalmente le está gritando a alguno de ellos. No puedo recordar la última vez que llegué a casa y estaba tan silenciosa.

Edward aparece en el recibidor delante de mí. Sonríe de oreja a oreja.

– ¿Todo bien, Ed?

Asiente con la cabeza.

– Hoy he tenido medio día libre -me suelta y parece satisfecho de sí mismo.

– ¿Por qué? ¿Qué te ha pasado?

– Nada. Han cerrado la escuela.

– ¿Por qué? -vuelvo a preguntar mientras me interno en el piso buscando a Liz. No la veo en ninguno de los dormitorios.

– Por culpa de Jack Foster -me explica Ed. Estoy confuso.

– ¿Quién es Jack Foster?

– Está en sexto. ¡Lo deberías haber visto, papá, fue alucinante!

He llegado a la puerta de la cocina. Lizzie está sentada a la mesa, bebiendo una taza de café con la mirada perdida.

– ¿Estás bien? -pregunto. Me mira, sorprendida.

– No sabía que habías llegado -dice en voz baja, saliendo del trance. Se levanta, se acerca y me abraza. Esta repentina muestra de afecto está fuera de lugar.

– ¿Y esto por qué? -susurro con mi boca pegada a su oreja-. ¿Estás bien?

Dice que sí con la cabeza y se suelta para ir a buscar mi cena, que está en el horno.