– ¿Y qué pasa con lo de ayer por la mañana? -le pregunto. Me fuerzo a mirarla de nuevo a su dura y ceñuda cara.
No está contenta. Cambia su peso de un pie al otro y masca el chicle con más fuerza y velocidad. Su mandíbula se desplaza en un frenético movimiento circular. Parece una vaca rumiando. Jodida novilla.
– ¿Qué pasa con lo de ayer por la mañana? -escupe.
– Bueno -le explico, intentando no parecer condescendiente-, si recuerdas, ayer llegué veinte minutos antes y empecé a trabajar en cuanto llegué. Si te devuelvo tus quince minutos de hoy, ¿puedo reclamar mis veinte minutos de ayer? O, sencillamente, ¿quedamos en tablas y te regalo los cinco minutos restantes?
– No seas estúpido. Sabes que las cosas no funcionan así.
– Quizá deberían.
Maldita sea, ahora está realmente enfadada. Su cara se ha puesto roja y puedo ver cómo le laten las venas del cuello. Ha sido un comentario estúpido e innecesario, pero tengo razón, ¿o no? Tina me está mirando ahora fijamente, y su silencio hace que me sienta realmente incómodo. Debería haber mantenido la boca cerrada. Dejo que gane el cara a cara y me doy la vuelta para seguir con el ordenador.
– Recupéralo durante la hora de comer o quédate al final del día -dice volviendo la cabeza mientras se va-. Me da igual lo que hagas, pero asegúrate de recuperar el tiempo que debes.
Y se ha ido. La conversación ha terminado y no tengo ni la más mínima oportunidad de contestar o de decir la última palabra. Zorra.
Tina hace que se me pongan los pelos de punta. Me doy cuenta de que la estoy mirando a ella en lugar de a la pantalla del ordenador. Ahora ya ha vuelto a su escritorio y ha aparecido de repente el gerente de la oficina, Barry Penny. Su lenguaje corporal ha cambiado totalmente ahora que está hablando con alguien que está por encima de ella en la jerarquía del ayuntamiento. Sonríe y se ríe con sus patéticos chistes, y en general intenta ver lo lejos que puede llegar aupándose sobre sus hombros.
No puedo dejar de pensar en lo que acaba de ocurrir en la calle. Jesús, desearía tener el paraguas de aquel tío. Sé exactamente dónde lo clavaría.
A veces tener un trabajo tan aburrido y monótono es una ventaja. Esta mierda está muy por debajo de mi capacidad y no tengo que pensar en lo que estoy haciendo. Puedo realizar mi trabajo con el piloto automático puesto y el tiempo pasa con rapidez. Y esta mañana ha transcurrido así. Este trabajo no me da ninguna satisfacción, pero por lo menos las horas no pasan lentamente.
Ahora hace unos ocho meses que estoy aquí (parece que hubiera pasado más tiempo) y he trabajado para el ayuntamiento durante los últimos tres años y medio. En ese período he pasado por más departamentos que muchos funcionarios municipales a lo largo de toda su carrera. Siempre me han trasladado. He pasado por los departamentos de Control de Plagas, Recogida de Basuras y Mantenimiento de la Iluminación Pública antes de acabar aquí, en la oficina de Tramitación de Multas de Aparcamiento o TMA, como le gusta llamarla al ayuntamiento. Tienen la irritante costumbre de reducir siempre que pueden los nombres de los departamentos y de los puestos de trabajo a unas iniciales. Antes de que me trasladaran, me dijeron que la TMA era un basurero para los que no daban la talla y, en cuanto llegué, me di cuenta de que era verdad. En la mayor parte de los lugares en los que he trabajado me gustaba el trabajo pero no la gente, o al revés. Aquí tengo problemas con los dos. Este lugar es un caldo de cultivo de problemas. Aquí es a donde aquellos conductores que han sido tan desafortunados (o idiotas) para que les pongan el cepo, los filmen o el vigilante de la zona azul les haya dado la notificación de multa, vienen a gritar, a chillar y a discutir. Al principio les tenía simpatía y me creía sus historias. Ocho meses aquí me han cambiado. Ahora no me creo nada de lo que me dicen.
– ¿Has visto al tío de esta mañana? -pregunta una voz desde detrás del ordenador, a mi izquierda.
Es Kieran Smyth. Me cae bien Kieran. Como la mayoría de nosotros aquí está desaprovechado. Tiene una buena cabeza y podría llegar lejos si lo intentase. Estudiaba Derecho en la universidad pero vino aquí a trabajar durante el último verano y nunca volvió a clase. Me dijo que se había acostumbrado a tener dinero y no podía pasar sin él. Se compra una cantidad increíble de cosas. Cada día parece volver de comer con bolsas de ropa, libros, películas y discos. Lo envidio porque yo tengo que esforzarme para reunir el suficiente dinero para comprar comida, sin poder pensar en nada más. Kieran se pasa la mayor parte del día hablando con su colega, Daryl Evans, que está sentado a mi derecha. Hablan a través de mí y por encima de mí, pero rara vez conmigo. Sin embargo no me importa. Sus conversaciones son mortalmente aburridas y lo único que tengo en común con ellos es que los tres trabajamos en la misma pequeña sección de la misma pequeña oficina. Lo que me molesta, si soy sincero, es que ninguno de los dos hace casi nada durante largos períodos de la jornada laboral. Quizá se deba a que se llevan bien con Tina y salen juntos a tomar copas. Joder, yo sólo tengo que toser para que ella se levante de su asiento y venga a ver qué estoy haciendo y por qué he parado de trabajar.
– ¿Qué tío? -pregunta Daryl.
– En la calle, de camino al trabajo.
– ¿Qué calle?
– Main Street, delante de Cartwrights.
– No he visto nada.
– Tienes que haberlo visto.
– No. No paso por Cartwrights. Esta mañana he venido por el otro camino.
– Pues deberías haber visto a ese tío -sigue explicando Kieran-. Se volvió completamente loco.
– ¿Qué dices?
– De verdad, colega, como una cabra. Pregunta a Bob Rawlings, de Archivos. Él lo vio. Calcula que prácticamente la ha matado.
– ¿Matado a quién?
– No lo sé, sólo era una anciana. No se dijeron ni una palabra, él simplemente se abalanzó sobre ella sin ninguna razón en concreto. ¡He oído que la apuñaló con un maldito paraguas!
– Me estás tomando el pelo…
– En serio.
– ¡No!
– Ve y pregúntale a Bob…
Normalmente no presto atención a estas conversaciones (la mayor parte del tiempo no tengo ni idea de lo que están hablando) pero hoy puedo añadir algo porque yo estaba allí. Resulta patético, lo sé, pero el hecho de que supiera más de lo que había pasado que Kieran o Daryl me hacía sentir importante y superior.
– Tiene razón -digo, levantando la mirada de la pantalla.
– Entonces, ¿lo presenciaste? -pregunta Kieran.
Me apoyo satisfecho en el respaldo de mi asiento.
– Ocurrió delante de mí. El tipo quizá habría ido a por mí si hubiera llegado unos segundos antes.
– Así pues, ¿qué ha ocurrido? -pregunta Daryl-. ¿Fue como Kieran lo cuenta?
Lanzo una rápida mirada a Tina, que tiene la cabeza enterrada en una pila de papeles. Se puede hablar con seguridad.
– Primero vi a la anciana -les explico-. Casi tropiezo con ella. Pasó volando delante de mí y fue a estrellarse contra el escaparate de Cartwrights. Pensé que se trataba de un grupo de chicos que intentaban robarle el bolso o algo por el estilo. No lo podía creer cuando vi al tipo. Parecía un hombre normal. Traje, corbata, gafas…
– Pero ¿por qué lo hizo? ¿Qué le había hecho ella?
– Ni idea. Maldita sea, no estaba de humor para preguntarle.
– ¿Y sencillamente fue a por ella? -murmura Daryl, como si no se creyera ni una palabra de lo que yo acababa de decir. Asiento y los miro a uno y a otro.
– Nunca había visto nada igual -sigo-. Él corrió hacia ella y la apuñaló con un paraguas. Un paraguas grande. Directo a la barriga. Tenía sangre por todo el impermeable y…