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– No importa -me interrumpe, poco interesada en mis explicaciones.

Miro hacia el final de la calle y aparece un autobús. Esperanzado, bizqueo en la distancia para intentar ver el número, pero no es el nuestro. Vuelvo de nuevo a la marquesina.

– ¿Qué ha dicho el médico?

– No demasiado. Entramos y salimos en cinco minutos. La herida se ha curado y no hay ningún daño permanente. Le quedará una pequeña cicatriz pero quedará oculta bajo el pelo.

– Eso está bien -digo, bajando la mirada hacia Josh, que parece que está a punto de quedarse dormido-. Es un alivio. Nunca puedes estar seguro cuando se hacen daño de esa manera…

Me callo cuando al lado de la parada resuena un repentino estruendo de pasos a la carrera. Un grupo de seis hombres van a la caza de una figura con la cabeza rapada que intenta huir desesperadamente. Viste vaqueros y una camiseta blanca cubierta de sangre. Dos de los hombres nos empujan y casi tiran a Lizzie.

– ¡A ver si miráis por dónde vais, jodidos idiotas! -les grito. E inmediatamente lamento haber abierto la boca. Lizzie me mira fijamente. Gracias a Dios los dos hombres siguen corriendo y ninguno de ellos reacciona.

El hombre al que están cazando corre hacia la calzada e inmediatamente se pone en el paso de un taxi que hace sonar el claxon y le hace luces. El conductor da un volantazo y derrapa al frenar, pero consigue evitar la colisión. El hombre se retira del capó del taxi, se gira y sigue corriendo por el centro de la calzada. Pero ese pequeño retraso es su perdición y el grupo de hombres que lo persiguen están sobre él como animales salvajes cazando su presa. Tengo el corazón en la garganta. El resto del mundo parece que se ha quedado paralizado.

El primero de los perseguidores extiende la mano y consigue agarrar la manga del hombre. Con un simple gesto consigue tirar hacia atrás a la desesperada figura. Tropieza con sus propios pies y cae hecho un ovillo sobre la línea discontinua, en el centro de la calzada.

– Jodida chusma -oigo gritar a uno de los hombres-. Jodida chusma de Hostiles.

Rodean al corredor solitario y lo apalizan. Le dan patadas y puñetazos sin piedad. Miro a Lizzie y ella me devuelve la mirada, los ojos muy abiertos de sorpresa y miedo. ¿Espera que yo haga algo? No hay ninguna razón para que me vea envuelto. Miro a mi alrededor y veo que nadie está haciendo nada. El tráfico se ha detenido y muchos de los peatones del otro lado de la calle se han parado.

La paliza dura menos de un minuto. Lo rodean y le pegan desde todos los lados y todos los ángulos, golpeándole cara, riñones, pecho y testículos, aplastándole la cabeza, las rodillas y las manos extendidas. Una vez ha terminado el frenético ataque, los asaltantes, sin aliento, dan un paso atrás, dejando en el suelo a plena vista un cuerpo contorsionado. El aullido de sirenas que se aproximan rompe el pesado y ominoso silencio. Vuelvo a mirar hacia el otro extremo de la calle y veo que se aproxima una moto de policía sorteando los coches parados. Para cuando el agente de policía llega al cuerpo todos los atacantes, excepto uno, han desaparecido entre la multitud. El que se ha quedado se mantiene firme y le grita y chilla al policía, señalando con un dedo acusador al hombre indefenso y destrozado en medio de la calle, antes de darse la vuelta y correr tras los demás. Con una extraña falta de urgencia, sin interés ni cuidado, el policía arrastra el cuerpo desde el centro de la calle y lo deja junto al bordillo de la acera, luego, hace señales a los coches para que se empiecen a mover.

Lentamente el mundo vuelve a ponerse en marcha.

Lizzie me está agarrando el brazo con tanta fuerza que me empieza a doler. No puedo apartar los ojos del oscuro montón que está a un lado de la calle. ¿Quién era? ¿Qué había hecho? Si realmente era un Hostil, se merecía todo lo que le ha pasado.

Parece que cada vez que salimos pasa algo.

Vuelvo a pensar en el programa de televisión que vimos anoche, y vuelvo a pensar en los otros ataques que hemos visto y de los que hemos oído hablar. Toda esa mierda que expliqué no cuenta para nada. En esto hay algo más. No es sólo paranoia o gente aprovechándose de la situación.

Me pongo enfermo de los nervios, y de miedo.

¿Quién va a ser el siguiente al que le pase algo? ¿Yo? ¿Lizzie? ¿Harry o uno de los niños? ¿Alguien del trabajo? Puede ser cualquiera.

13

Es tarde cuando llegamos a casa. Esperábamos llegar a las cinco. Había retenciones de tráfico a la salida de la ciudad. Ahora son casi las ocho.

– Alguien tiene prisa -dice uno de los hombres del piso superior cuando nos cruzamos con él al salir del bloque de pisos. Creo que es Gary. Está con otro hombre que no he visto nunca.

– Lo siento -murmuro mientras intento pasar por la puerta de entrada con la sillita de Josh.

– ¿Están bien? -pregunta, aparentando interés.

– Estamos bien, gracias -contesto con rapidez y sin ganas de entablar conversación. Suavemente empujo a Lizzie hacia el piso. Los dos hombres salen.

– ¿Va todo bien? -pregunta Harry cuando abro la puerta. Ya estaba a la mitad de camino del pasillo cuando ha oído la llave en la cerradura-. Me he preocupado muchísimo por vosotros. Podríais haber llamado otra vez.

– Lo siento, papá -se excusa Lizzie.

– Ha habido problemas -le explico.

– ¿Qué tipo de problemas?

Liz se quita el abrigo y mueve la cabeza. Se limpia los ojos.

– No sé lo que está pasando ahí fuera -suspira en un tono bajo y emotivo-. Parece que como si todo el mundo se estuviera volviendo loco.

– ¿Qué ha ocurrido? -pregunta, mirando de Lizzie a mí, y de nuevo a ella para obtener una respuesta-. ¿Estáis bien los dos? ¿Os…?

– Estamos bien -responde ella con cansancio mientras lo empuja suavemente por el pasillo hacia la sala de estar. Josh sigue durmiendo. Con mucho cuidado suelto las correas, le quito el abrigo y lo levanto de la sillita.

– ¿Qué ha ocurrido? -vuelve a preguntar Harry cuando lo sigo a él y a Liz a la sala de estar. Me paro y echo una rápida mirada a los dormitorios de los niños. Ed está tendido en la cama, leyendo. La habitación de Ellis está vacía.

– Fuimos a pie hasta Pedmore Row para coger el autobús -le explico-. Un grupo de individuos salió de Dios sabe dónde y empezaron a darle una paliza a un tipo. Era un Hostil. ¿Dónde está Ellis?

Harry hace un gesto hacia la sala de estar. Echo una ojeada por encima del respaldo del sofá y siento un gran alivio al verla, encogida como una pelota, dormida con la cazadora de su abuelo echada sobre los hombros. Parece tranquila y relajada. La habitación está en silencio y a oscuras, y la única luz procede de la parpadeante tele.

– No quería irse a la cama -me explica, mirándola-. No dejaba de preguntar dónde estabais. La he dejado que se quedara conmigo durante un rato. Sabía que acabaría durmiéndose.

Liz se pone en cuclillas delante de Ellis y le aparta de la cara un mechón de cabello.

– La voy a llevar a la cama -susurra mientras desliza los brazos bajo su cuerpo y la levanta. Ellis murmura algo y se agita, pero no se despierta. Harry y yo contemplamos cómo se la lleva. Entonces Harry rodea el sofá y se sienta en el centro, probablemente donde ha estado sentado toda la tarde. Dejo a Josh tendido en mi regazo.

– Vuélvemelo a explicar -dice en voz baja-, ¿qué ha ocurrido exactamente?

Me siento a su lado y me quito los zapatos.

– No sé nada más que lo que te he contado. Un grupo de tipos la ha emprendido con un Hostil, eso es todo. El maldito cabrón probablemente se merecía todo lo que le ha pasado. Después el autobús tardó y había una carretera cortada y…

Harry asiente con la cabeza, suspira y se restriega los ojos. Parece cansado.

– No sé lo que está pasando ahí fuera. Tenía el presentimiento de que ibais a tener problemas esta noche. -Estoy a punto de preguntarle qué ha querido decir cuando coge el mando a distancia y sube el volumen de la tele-. He estado viendo las noticias desde que acabaron los programas infantiles.