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La multitud se ha dispersado delante de mí. A no más de diez metros por delante hay un agente de policía, armado como los que he visto esta mañana. Está vigilando la plaza, moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro. Ahora se ha parado y alza de nuevo el arma. Mierda, está apuntando en mi dirección. ¡Me cago en la puta, me está apuntando a mí! Le miro directamente a la cara y él me devuelve la mirada. ¿Me debo dejar caer al suelo? ¿Debo darme la vuelta y correr o…?

El cuarto disparo.

El policía dispara y, Virgen santa, casi puedo sentir como la bala silba junto a mi cara. Despacio, miro por encima del hombro y veo otro cuerpo en el suelo, no muy lejos de mí, con un agujero sangriento en la cara, donde debía estar el pómulo. Temblando, me doy la vuelta y corro. Voy en dirección opuesta a donde quiero ir, pero no importa. Sólo tengo que salir de aquí.

¿Y si soy el siguiente? ¿Y si me está apuntando en este preciso instante? En cualquier momento puedo oír la detonación del próximo disparo y puedo estar en el suelo con una bala en la espalda. No tengo ni una jodida posibilidad. Sólo seguir moviéndome y esperar que alguien se interponga entre el pistolero y yo. «Muévete más deprisa. Muévete más deprisa -me digo a mí mismo-. Sigue corriendo. Ponte fuera de su alcance. Sigue adelante hasta…»

Quinto disparo.

Nada. No me ha dado.

Sexto, séptimo y octavo disparo en rápida sucesión. Parece como si esta vez hubieran llegado desde otra dirección. Miro hacia atrás, al centro de la plaza.

El policía armado está en el suelo. Otro policía está encima de él y descerraja los disparos nueve, diez y once en el cuerpo, preso de espasmos, de su antiguo compañero.

Sigo corriendo. Mientras me muevo, un solo pensamiento devastador me cruza por la cabeza. ¿Era ese policía un Hostil? Jesús, si hay gente en las fuerzas de policía capaces de desencadenar este tipo de violencia a sangre fría y sin emociones, ¿qué demonios se supone que tenemos que hacer? Las implicaciones son terroríficas. ¿Quién va a mantener el control? ¿Qué demonios ocurrirá ahora?

Tengo que volver a casa. Jodido trabajo. Olvida el empleo. Cambio de dirección y corro lo más rápido que puedo hacia la estación. Tengo que volver con Lizzie y con los niños.

16

Gracias a Dios que hoy circulan los trenes. Ayer tardé horas en volver a casa y esta tarde no quiero estar en las calles más de lo indispensable. Sólo he tardado unos minutos en ir de la plaza a la estación y no he tenido que esperar demasiado al tren. Dios sabe lo que Tina me va a decir mañana si vuelvo al trabajo. Podría llamarla ahora con el móvil y explicarle lo que ha ocurrido, pero no quiero hacerlo. No quiero hablar con nadie. Sólo quiero llegar a casa.

Sólo hay tres vagones en este tren. No puede haber más de veinte personas a bordo. He encontrado un asiento lo más alejado posible de todo el mundo. Es el último asiento del tren, al final del tercer vagón. Hay otras dos personas conmigo. Ambos están más cerca de la parte delantera, cada uno a un lado del pasillo. Me doy cuenta de que no dejo de mirarlos, asustado de que uno de ellos se gire porque mientras el tren se esté moviendo estoy aquí atrapado, con ellos. De vez en cuando veo como uno de ellos mira hacia atrás. Están tan ansioso, como yo. Tengo el estómago revuelto y siento como si fuera a vomitar. No sé si es por el movimiento del tren o los nervios.

Estamos entrando en la última estación antes de casa. Joder, espero que no suba nadie. Tengo el móvil en la mano y no lo he soltado desde que subí. Quiero llamar a Lizzie y decirle que estoy de camino a casa pero no me puedo decidir a hacerlo. ¿Es una estupidez? No quiero hablar alto para no llamar la atención. No quiero hacer nada que les pueda dar a los demás pasajeros una razón para mirarme.

El tren frena y se para. Miro hacia el andén (intentando que no parezca que lo estoy escrutando) y veo que un puñado de personas se aproxima tranquilamente a las puertas del tren. Una persona del vagón se levanta y se apea, y sube otro pasajero. Se trata de un hombre con una larga gabardina gris y un maletín con un portátil colgado del hombro. Hago todo lo posible por evitar su mirada pero tengo que seguir mirando. Tengo que ver adónde va. ¿Viene hacia aquí? Mierda, sí. Rápidamente bajo la mirada al suelo, desesperado porque no se dé cuenta de que estaba mirando. ¿Sigue viniendo hacia mí? ¿Se está acercando?

Se ha parado. Estoy seguro de que se ha quedado quieto y no puedo creer lo aliviado que me siento. Coño, esto es una estupidez. ¿Estoy paranoico? ¿Soy el único que está actuando de esta forma? No puedo creer que lo sea. Con muchísimo cuidado y moviéndome con muchísima lentitud, levanto la vista y miro a mi alrededor. El tren chirría y traquetea cuando arranca y, con precaución, me yergo apoyándome en el respaldo del asiento delante de mí. El pasajero recién llegado se ha sentado hacia la mitad del vagón, al otro lado del pasillo. Parece como si deliberadamente hubiera puesto la mayor distancia posible entre él, yo y el tercer pasajero. Gracias a Dios.

Apoyo la cabeza contra la ventanilla y contemplo el familiar paisaje que pasa veloz. Todo parece igual pero esta tarde todo se percibe diferente.

Ya no falta mucho. Casi estoy en casa.

17

No más mierda. Son las nueve pasadas y los chicos están por fin en la cama. Ahora podemos bajar la guardia. Ahora podemos olvidar las voces felices, las sonrisas y las carcajadas que hemos desplegado por ellos. Ahora Liz y yo nos podemos sentar e intentar deducir qué está pasando. No tiene sentido implicar a los niños en esto. ¿Qué bien les iba a hacer? Si nosotros estamos confusos, ¿qué pueden hacer ellos? Es mejor que sigan ignorantes y felices. Ed está empezando a sospechar que algo va mal, pero los dos pequeños están muy tranquilos. A mí también me gustaría estarlo.

Llevamos sentados unos veinte minutos viendo los titulares.

– Esta noche es diferente -dice ella-. Ha cambiado.

– ¿Qué ha cambiado?

– Las noticias. Han dejado de contarnos lo que está pasando. Sigue mirando y verás qué quiero decir. Ahora intentan explicarnos cómo afrontar la situación.

Tiene razón. Ha habido un cambio en el enfoque del canal de noticias que estamos mirando esta noche y yo no me había dado cuenta hasta que lo ha señalado Liz. Hasta ahora había un flujo continuo de reportajes sobre ataques individuales e incidentes mayores, pero todo eso ha desaparecido. Ahora todo lo que emiten es poco más que una serie de instrucciones. No nos están diciendo nada que no hubiéramos escuchado ya: alejarte de personas que no conozcas, quedarte en casa si es posible, vigilar cualquier comportamiento errático e irracional y alertar a las autoridades si estalla un incidente, cosas de ese tipo. Son todas instrucciones evidentes y de sentido común.

– Probablemente no valga la valga la pena perder el tiempo informando de todo lo que está ocurriendo -me dice-. Una pelea en la calle se parece a cualquier otra.

– Lo sé -confirmo-. Sin embargo, falta algo, ¿no?

– ¿Como qué?

– Si escuchas lo que están diciendo, nos siguen explicando que todo está bajo control y el problema contenido pero…

– Pero ¿qué?

– Pero nadie aparece con una explicación. Ni siquiera están intentando explicar lo que está ocurriendo. Eso me dice que nos están ocultando algo o…

– Nadie ha conseguido explicarlo aún -me interrumpe antes de que pueda acabar la frase.