La velocidad y el número de personas que abandonan el local aumenta con rapidez. Puedo sentir que el pánico burbujea bajo la superficie y sigo adelante, desesperado por salir antes de que explote. Miro las vacías cajas cuando paso a su lado y siento otro estallido momentáneo de culpa antes de abrirme paso de vuelta al exterior y correr hacia mi coche. Tiro la comida en la parte trasera y después entro y cierro la puerta.
Arranco el motor y miro atrás, hacia O'Shea. Gente desesperada sale ahora como si fuera un río de la tienda saqueada, empujándose y pisándose los unos a los otros antes de que la situación en el interior empeore. Contemplo incrédulo el edificio, mi cabeza llena de imágenes de mi familia y de lo que acabo de presenciar. ¿Podría cualquiera de mis hijos hacernos a Lizzie o a mí lo que acabo de ver? Peor que eso, ¿podríamos hacérselo nosotros a cualquiera de ellos?
21
Lizzie me pregunta si estoy bien pero no puedo contestar. Primero debo entrar la comida y después cerrar la maldita puerta, atrancarla detrás de mí y no volverla a abrir nunca más.
– ¿Estás bien? -pregunta de nuevo-. ¿Por qué has tardado tanto?
Corro de vuelta al coche y recojo las últimas cosas que habían caído porque se ha roto la caja de cartón. Paso a su lado y lo llevo todo a la cocina.
– Papá -gimotea Ed-, ¿podemos comer algo? Estoy hambriento…
No le hago caso a ninguno y me concentro en cerrar la puerta y asegurarme de que mi hogar y mi familia están seguros.
– Aparta -le gruño enfadado a Ellis, que está parada justo en medio del recibidor, impidiéndome pasar.
– ¿Qué ocurre? -vuelve a preguntar Lizzie desde el otro lado de la mesa de la cocina. Como no contesto empieza a desempaquetar la comida. Mira lo que he traído a casa y frunce el ceño-. ¿Para qué has traído esto? -pregunta mostrándome un tarro de miel-. A ninguno nos gusta la miel.
Toda la tensión y el miedo que se ha ido acumulando en mi interior durante la mañana sale de repente a la superficie. No es culpa de nadie, pero no puedo evitarlo.
– Sé que no le gusta a nadie -le grito-, a nadie le gustan estas jodidas cosas pero es todo lo que he podido conseguir. Tendrías que salir y ver cómo es. Ahí fuera es la locura. Todo el maldito mundo se está haciendo trizas así que no empieces a tocarme las narices y a decirme que a nadie le gusta la jodida miel.
Liz parece como si le hubiera dado un puñetazo en la cara. Se ha puesto blanca de la sorpresa. Los niños están con nosotros en la cocina, mirándonos con unos ojos asustados y muy abiertos.
– Yo sólo… -empieza a decir.
– Lo hago lo mejor que puedo -le grito-. Hay gente luchando en las calles. Acabo de ver como una niña ha matado a golpes a una mujer y nadie ha movido ni un dedo para ayudarla, ni yo tampoco. Es una jodida locura y no sé qué hacer. Lo último que necesito es que empieces a quejarte y a poner en cuestión lo que acabo de hacer cuando me siento como si acabara de arriesgar mi maldito cuello por todos nosotros. No pido demasiado, sólo un poco de espacio y un poco de gratitud y comprensión y…
Dejo de gritar. Liz está temblando. Está ahí de pie, con la espalda aplastada contra la cocina y está temblando de miedo. ¿Qué demonios le ocurre? Doy un paso para rodear la mesa y acercarme, y ella recula. Se sigue alejando de mí, camino de la puerta. Y entonces me doy cuenta de lo que está ocurriendo. Joder, cree que he cambiado. Cree que soy uno de ellos. Cree que soy un Hostil.
– No, no… -empiezo a decir, intentando acercarme-. Por favor, Lizzie…
Ella ha empezado a sollozar. Parece como si sus piernas estuvieran a punto de fallarle. «No me hagas esto, Liz, por favor no…»
– Atrás -dice en un tono casi inaudible-. No te acerques.
Intento hablar pero no me salen las palabras. «No me hagas esto». Me acerco.
– ¡Atrás! -vuelve a gritar, alejándose de mí. Llega a la puerta y empieza a empujar a los niños para que salgan de la cocina. No me quita los ojos de encima.
– No, Liz -digo, desesperado por que comprenda-, por favor. No he cambiado. Por favor, créeme. Siento mucho haberte gritado. No quería…
Se queda parada pero sigue insegura. Lo puedo ver en sus ojos.
– Si eres uno de ellos yo…
– No lo soy, Lizzie, no lo soy. Si fuera uno de ellos a estas alturas ya habría ido a por ti, ¿no te parece? -Lloro. No sé qué más puedo decir. Estoy empezando a sentir pánico pero no quiero que ella lo vea-. Por favor, no estoy enfermo. No soy como ellos. Estoy tranquilo. Estaba enfadado pero ahora estoy tranquilo, ¿o no? Por favor…
Puedo ver que está analizando frenéticamente todo lo que le acabo de decir. Los niños están espiando alrededor de la puerta, intentando ver lo que está ocurriendo. Dentro, yo sigo chillando pero me estoy controlando para bajar la voz y no gritar. Mi cabeza está sumida en todo tipo de pensamientos oscuros y terroríficos. Sólo me he enfadado, eso es todo. No soy un Hostil, ¿no lo soy?
– De acuerdo -murmura al fin-, pero si me vuelves a gritar así…
– No lo haré -la interrumpo-. He perdido la cabeza. No pensaba.
Aún no sé si me cree. Me está mirando de reojo y parece como si estuviera esperando que la atacara. Nunca le he hecho daño. Me siento aliviado cuando vuelve junto a la caja de alimentos y sigue desempaquetándolos. Cada par de segundos levanta la vista. Cada vez que me muevo veo que se queda parada y aguanta la respiración.
– ¿Qué ha ocurrido ahí fuera? -pregunta, al final lo suficientemente recuperada para hablarme de nuevo. No sé por dónde empezar. Entre los dos le damos de comer a los niños mientras le cuento lo de las colas en el supermercado y lo que he visto en O'Shea. Le hablo del saqueo y de la niña que ha atacado a la mujer y… y me vuelvo a dar cuenta de qué mal están las cosas.
Ellis me sigue los pasos. Sigue sin darse cuenta de que todo va mal. Eso es bueno, decido. Estoy contento. Ahora que ya ha comido está rezongando para que la deje ver su DVD. La sigo hasta la sala de estar. Ella coge la película de la estantería y me la acerca. Enciendo la tele pero me quedo quieto antes de poner el DVD en el reproductor.
– La apagué hace casi una hora -dice Liz-. No podía seguir contemplando más de lo mismo. Seguían emitiendo lo mismo una vez y otra y otra y otra.
Me siento con las piernas cruzadas frente a la televisión y contemplo las imágenes que se suceden frente a mí. Dios santo, las cosas están realmente mal. He visto un montón de cosas raras en los últimos días pero lo que estoy viendo ahora me está metiendo el miedo en el cuerpo. Ahora me doy cuenta de hasta qué punto la situación se ha vuelto desesperada. Las noticias han desaparecido. Ya no hay reportajes ni presentadores. Todo lo que tenemos es una película de información pública que se repite continuamente. Mi estómago se retuerce de nervios una vez más.