Más soldados nos apremian por un camino que sube hacia la oscuridad, cuando otro helicóptero cae lentamente en picado sobre nuestras cabezas. ¿Amigo o enemigo? Es imposible decirlo hasta que lanza una salva de misiles hacia la multitud. Cuando otra bola de fuego ilumina el cielo, a mis espaldas, el súbito fogonazo de la explosión me permite ver claramente los alrededores por primera vez. El terreno está cubierto con un número increíble de cuerpos. Muchos de ellos son víctimas de la batalla que se está librando, pero por su posición, otros son claramente los cadáveres de gente como yo, ejecutada por los otros. Sus cadáveres se encuentran apilados, dispuestos para su eliminación. Aquí han asesinado a cientos de personas. ¿Cuántos lugares más como éste existen y cuántos más habrían muerto aquí esta noche? ¿Cuántos de nosotros han sido asesinados por estos bastardos y quiénes son ahora los Hostiles?
La cima de esta colina baja aparece ahora por delante. Cojo fuerzas y sigo corriendo con los pies deslizándose y patinando en la hierba empapada. Puedo oír más ruido de lucha por delante y corro hacia allí, desesperado por formar parte de la batalla y deseando cobrarme venganza por toda la muerte y destrucción que he visto. Unos pocos segundos más sin aliento y finalmente alcanzo la cima. Otra gran explosión baña de nuevo el mundo y puedo ver que una oleada de soldados enemigos avanza hacia nosotros. Desprotegido y sin temor por las consecuencias, corro hacia ellos. Miro a uno y otro lado, y veo que somos cientos moviéndonos hacia ellos. Tenemos que destruirlos antes de que puedan destruir a uno más de nosotros.
El primer enemigo que alcanzo está disparando contra la multitud. Ella está de espaldas. Sin pararme a pensar, me coloco detrás y cierro mis brazos alrededor de su cuello. La agarro por la barbilla y por la nunca, girando con toda la fuerza que puedo, sintiendo una gran satisfacción cuando se rompe el cuello y cae al suelo. En un segundo estoy de nuevo en camino, buscando la siguiente presa. Uno de ellos me está apuntando directamente con el arma. Antes de que pueda disparar corro en línea recta hacia él y lo derribo. Me muevo con una velocidad y un poder que no había sentido antes, y me siento vivo. Enfrentado la muerte, ¡ahora me siento más vivo! Le quito el fusil, que el soldado sujetaba con patética debilidad y le meto el cañón en la boca. Disparo y veo cómo explota la parte superior de su cabeza. A mi alrededor todo el mundo se está dejando llevar por este instinto animal y matamos para seguir vivos. Yo he nacido para esto.
Ahora otro. Le arranco al soldado el casco y le doy la vuelta para que me mire a la cara. Patética criatura. Esos ojos. Esos jodidos ojos me miran y están llenos de odio. Le meto los pulgares en las cuencas y le arranco esos malditos ojos, dejando al soldado gritando y pataleando en el suelo.
Toda la confusión y la incertidumbre han desaparecido. El dolor ha desaparecido. Sin miedo, luchamos con una fuerza y ferocidad inigualables. Rompo huesos y arranco carne, y termino con vidas una y otra vez, y otra y otra.
En los destellos de luz y fuego que siguen llenando los cielos a mi alrededor, soy capaz de ver toda la extensión de la batalla. Ahora se desarrolla en una gran extensión de terreno. Es brutal y sin cuartel, elemental y casi medieval. Las armas se han dejado de lado. El combate es cuerpo a cuerpo, uno a uno, y nuestro enemigo no tiene respuesta ante nuestra fuerza y determinación. Puede que nos superen en número pero nosotros tenemos más que eso. Tenemos el deseo de destruirlos y de protegernos a nosotros y a otros como nosotros. Cada uno de nosotros luchará hasta el último aliento.
Otro helicóptero aparece en el cielo. Levanto la mirada y veo que cuatro rastros de fuego cruzan la oscuridad sobre mi cabeza, acompañados por un silbido ensordecedor y un regusto súbito a aire recalentado. Miro hacia atrás un instante para ver cómo los misiles impactan en los destrozados y ahora prácticamente vacíos restos del edificio del que hemos escapado. Hay una pausa momentánea -como el lapso del tiempo más corto posible entre el rayo y el trueno-, seguida de la explosión más potente que he oído hasta el momento, cuando el sitio infernal salta en millones de pedazos. Incluso desde esta distancia puedo sentir el calor del fuego en la piel.
Salido de la nada, un cuchillo brilla delante de mí y me corta el brazo. La adrenalina amortigua el dolor que siento e inmediatamente me giro hacia mi atacante. De nuevo blande la hoja contra mí. De alguna manera, soy capaz de agarrar su mano a mitad del arco. Giro el puño hacia él y fuerzo que el cuchillo penetre en sus entrañas. Cae junto a los restos en llamas de un vehículo tumbado. ¿Dónde he aprendido a hacer eso? ¿De dónde vienen esta fuerza y esta velocidad? Es instintivo e imparable.
– Adelante -grita una voz, casi inaudible por encima de la confusión. Levanto la mirada y veo que la batalla en la colina está terminando. A pesar de que la lucha alrededor de los restos del edificio sigue adelante, aquí arriba, en la cima, hemos destruido al enemigo-. Seguid adelante -nos ordena la voz. Sigo al resto de la multitud cuando nos empezamos a mover a través de la oscuridad.
43
Es tarde y aquí afuera el mundo está en silencio. El ruido de la batalla hace tiempo que se ha ido reduciendo hasta desaparecer. Rodeado aún por hordas de personas, nos movemos con rapidez por el campo desierto. Exploradores armados nos guían por la oscuridad. No sé adónde vamos, pero sé que puedo confiar en esa gente y la sigo con los ojos cerrados. Tengo la sensación en la boca del estómago de que, más pronto que tarde, voy a empezar a tener la respuesta a las miles de preguntas que estoy desesperado por formular.
Hemos andado durante más de una hora y no he visto ni oído a nadie más. Nuestra ruta ha evitado todas las carreteras y todos los edificios, y en la práctica cualquier señal de civilización. Ahora nos movemos por el fondo de un profundo valle, ocultos a la vista por árboles y arbustos. Nos paramos.
– Aquí -dice uno de nuestros guías, conduciéndonos hacia un gran bosque.
Sin hacer preguntas penetramos entre los árboles, deteniéndonos sólo cuando hemos llegado a lo más denso del bosque. Aquí casi no penetra la luz. Una de las exploradoras revuelve entre la maleza como si buscase algo. Su pie golpea un pequeño montículo en el suelo cubierto de hojas. Se agacha y coge la correa de una bolsa que alguno de ellos debe haber escondido con anterioridad. Tira de la correa y saca una gran mochila. Hojas y tierra caen de ella cuando la levanta y le quita la suciedad. La abre y empieza a vaciar el contenido.
– Sentaos y descansad -ordena otro de los exploradores, mientras su colega nos lanza paquetes de comida y botellas de agua-. Recuperad las fuerzas -prosigue-, después escuchad el mensaje y marchaos.
¿El mensaje? ¿Qué mensaje? ¿De qué está hablando? Decido que ya lo averiguaré más tarde. Ahora mismo comer los primeros alimentos en más de un día es más importante que cualquier otra cosa.
Estoy sentado con otras tres personas. En medio de nosotros hay un teléfono móvil, dispuesto para reproducir el mensaje. Este mensaje, nos han informado nuestros guías, es lo más cerca que vamos a estar esta noche de la verdad. Ha sido distribuido como un archivo digital por gente como nosotros y se ha propagado por todo el país como un virus informático. Ahora se encuentra en cientos de miles de teléfonos, ordenadores, reproductores y otros aparatos, demasiado extendido para ser eliminado.
– ¿Chris qué? -pregunta un hombre sentado a mi lado.
– Chris Ankin -contesta uno de los guías.
– ¿Quién demonios es?
– Era un político -explica-. Tenía un cargo bastante importante en Defensa. Era consejero del gobierno cuando empezó. Tuvo la oportunidad de escuchar un montón de información antes de cambiar.