Richard Castle
Ola De Calor
NIKKI HEAT, 1
Título originaclass="underline" Heat Wave
© De la traducción: 2010, Eva Carballeira
Para la extraordinaria KB
y para todos mis amigos de la 12
Capítulo 1
Ella siempre hacía lo mismo antes de ir a ver el cadáver. Después de desabrocharse el cinturón de seguridad, después de sacar un bolígrafo de la goma de la visera para el sol, después de que sus largos dedos acariciaran sus caderas para sentir la comodidad de su ropa de trabajo, lo siguiente que hacía siempre era una pausa. No demasiado larga. Lo suficiente para hacer una inspiración lenta y profunda. Era lo único que necesitaba para recordar aquello que nunca podría olvidar. Otro cadáver la estaba esperando. Soltó el aire. Y cuando sintió los bordes ásperos del agujero que había dejado la parte de su vida que había volado por los aires, la detective Nikki Heat estuvo lista. Abrió la puerta del coche y se dispuso a hacer su trabajo.
Los treinta y ocho grados que le cayeron encima casi consiguieron que se volviera a meter en el coche. Nueva York era un horno, y el reblandecido asfalto de la 77 Oeste que estaba bajo sus pies hacía que tuviera la sensación de estar caminando sobre arena mojada. Podría haber evitado un poco el calor aparcando más cerca, pero ése era otro de los rituales: la aproximación. Todos los escenarios de un crimen tenían un regusto caótico, y esos doscientos metros caminando eran la única oportunidad de la detective para rellenar la página en blanco con sus propias impresiones.
Debido al calor achicharrante, la acera estaba casi vacía. El ajetreo de la hora de la comida en el barrio se había terminado, y los turistas se estaban refrescando en el Museo Americano de Historia Natural o buscando refugio en el Starbucks de bebidas heladas que terminaban en vocal. Aparcó su desdén por los bebedores de café, tomando nota mentalmente de coger uno ella misma cuando volviese a la comisaría. Unos pasos más adelante, se fijó en un portero del edificio de apartamentos situado en su mismo lado de la cinta de balizamiento que rodeaba la cafetería de la acera. Se había quitado la gorra y estaba sentado en los gastados peldaños de mármol con la cabeza entre las rodillas. Ella alzó la vista hacia el toldo verde botella cuando pasó a su lado, y leyó el nombre del edificio: Guilford.
¿Conocía a aquel hombre uniformado que le estaba sonriendo? Rápidamente repasó una serie de diapositivas de caras, pero lo dejó cuando se dio cuenta de que sólo estaba disfrutando de su vista. La detective Heat le devolvió la sonrisa y se abrió la americana de lino para darle algo más sobre lo que fantasear. La expresión de su cara cambió cuando vio la placa en la cintura del pantalón. La joven policía levantó la cinta amarilla para poder pasar por debajo y al levantarse lo pilló de nuevo mirándola de forma lasciva, así que no pudo resistirse.
– Le propongo un trato -dijo-. Yo vigilo mi culo y usted vigila a la gente.
La detective Nikki Heat entró en su escenario del crimen, más allá del atril de recepción vacío de la terraza de la cafetería. Todas las mesas de La Chaleur Belle estaban vacías excepto una, en la que el detective Raley, de su misma brigada, estaba sentado con una afectada familia con las caras quemadas por el sol que intentaba traducir del alemán una declaración. Su almuerzo, intacto, estaba lleno de moscas. Los gorriones, también ellos ávidos comensales al aire libre, estaban posados en los respaldos de los asientos y hacían atrevidos descensos en picado en busca de pommes frites. En la puerta de servicio, el detective Ochoa levantó la vista de su cuaderno y asintió rápidamente hacia ella mientras interrogaba a un ayudante de camarero que llevaba un delantal blanco manchado de sangre. El resto de los camareros estaban dentro del bar tomando una copa después de lo que habían presenciado. Heat miró hacia donde estaba arrodillada la médico forense, y no se lo pudo reprochar en absoluto.
– Varón no identificado, sin cartera, sin identificación alguna. Podría tener entre sesenta y sesenta y cinco años. Traumatismos contusos severos en cabeza, cuello y pecho.
Lauren Parry, con su mano enguantada, retiró la sábana para que su amiga Nikki pudiera ver el cadáver tendido en la acera. La detective echó un vistazo y apartó rápidamente la mirada.
– No tiene cara, así que peinaremos la zona en busca de alguna pieza dental; la verdad es que no hay mucho más que sirva para identificarlo después de un golpe así. ¿Es ahí donde aterrizó?
– Allí. -La forense señaló la zona reservada para los camareros de la cafetería, situada a unos cuantos metros de allí. Se había hundido con tanta fuerza que estaba partida en dos. Las violentas salpicaduras de hielo y sangre ya se habían cocido sobre la acera en los minutos transcurridos tras la caída. Mientras Heat daba unas cuantas vueltas por el lugar, se dio cuenta de que las sombrillas de la cafetería y las paredes de piedra del edificio también tenían manchas de sangre seca, hielo y trozos de servilletas de papel. Se acercó a los restos lo máximo que se atrevió sin contaminar el escenario y miró hacia arriba.
– It's Raining Men.
Nikki Heat ni siquiera se volvió. Se limitó a pronunciar su nombre, suspirando:
– Rook.
– Aleluya. -Continuó sonriendo hasta que ella, finalmente, miró hacia él, sacudiendo la cabeza-. ¿Qué? No pasa nada, no creo que pueda oírme.
Se preguntó qué habría hecho en su otra vida para tener que aguantar a ese tío. Y no era la primera vez durante ese mes que se lo preguntaba. Su trabajo ya era lo suficientemente duro si se hacía como era debido. Si encima se le añadía un periodista graciosillo que jugaba a ser policía, el día no se acababa nunca. Retrocedió hasta las jardineras que delimitaban el perímetro de la terraza y miró de nuevo hacia arriba. Rook la acompañó.
– Habría llegado antes si no fuera porque alguien no me llamó. Si no hubiera llamado a Ochoa, me lo habría perdido.
– Al parecer, las desgracias nunca vienen solas.
– Tu sarcasmo me deja sin palabras. Mira, no puedo documentarme para escribir mi artículo sobre lo mejor de Nueva York si no tengo acceso, y mi acuerdo con el inspector establece explícitamente que…
– Créeme, sé cuál es tu acuerdo. Lo he vivido día y noche. Llegas para observar todos mis homicidios como si fueras un detective de verdad que trabaja para ganarse la vida.
– Así que te olvidaste. Acepto tus disculpas.
– No me olvidé, y yo no he oído ninguna disculpa. Al menos no por mi parte.
– La he intuido. Subliminalmente.
– Algún día me vas a contar qué favor le has hecho al alcalde para que te permitan acompañarnos.
– Lo siento, detective Heat, soy periodista, y eso es estrictamente extraoficial.
– ¿Decidiste no publicar un artículo que lo hacía quedar mal?
– Sí. Dios, siempre consigues sonsacarme. Pero no diré ni una palabra más.
El detective Ochoa finalizó el interrogatorio al ayudante de camarero, y Heat le hizo señas para que se acercara.
– Me he cruzado con un portero de este edificio que parecía estar teniendo un día muy malo. Ve a interrogarle; a ver si conoce a nuestro hombre anónimo.
Cuando se dio la vuelta, Rook tenía las manos enroscadas formando una especie de prismáticos de carne y hueso y miraba hacia el edificio de arriba, ignorando la cafetería.
– Yo diría que ha sido desde el balcón del sexto piso.
– Cuando escriba su artículo para la revista, puede poner el piso que más le plazca, señor Rook. ¿No es eso lo que hacéis los periodistas? ¿Especular? -Antes de que pudiera contestarle, ella puso el dedo índice sobre sus labios-. Pero nosotros no somos paparazzi. Somos la policía y, maldita sea, tenemos unas molestas cosas llamadas hechos que hay que esclarecer y acontecimientos que verificar. Y mientras intento hacer mi trabajo, ¿sería mucho pedir que muestres un poco de decoro?