– He dejado los papeles sobre la mesa del estudio -dijo Noah Paxton. Ya tenía su maletín en una mano y en la otra el picaporte de la puerta-. Tengo un montón de asuntos que rematar en la oficina. Agente Heat, si me necesita para algo ya sabe dónde encontrarme. -Miró a Nikki poniendo los ojos en blanco, lo que echó por tierra la teoría de la hipotética relación entre la mujer florero y el contable, pero, de todas formas, lo confirmaría.
Kimberly y la detective se sentaron exactamente en los mismos sitios del salón que el día del asesinato. Rook evitó la orejera y se sentó en el sofá con la señora Starr. Probablemente para no tener que verle la cara, pensó Nikki.
El de la cara no era el único cambio. Se había despojado de su ropa de Talbots e iba vestida de Ed Hardy, con un vestido negro de tirantes, con el dibujo de un enorme tatuaje de una rosa roja y la inscripción «Dedicado a aquel que amo» en un pergamino motero. Al menos la viuda iba vestida de negro. Kimberly se dirigió a ella con brusquedad, como si aquello fuera una especie de intromisión en su actividad cotidiana.
– ¿Y bien? Dijo que tenía algo que quería que viera.
Heat no personalizaba. Su estilo era evaluar, no juzgar. Su evaluación era que, modalidades personales de dolor aparte, Kimberly Starr la estaba tratando como a una sirvienta y era preciso revertir esa dinámica de poder inmediatamente.
– ¿Por qué me mintió sobre su paradero a la hora del asesinato de su marido, señora Starr?
La cara hinchada de la mujer todavía era capaz de reflejar algunas emociones, y el miedo era una de ellas. A Nikki Heat le gustó aquella mirada.
– ¿A qué se refiere? ¿Mentir? ¿Por qué iba yo a mentir?
– Se lo diré cuando llegue el momento. Antes quiero saber dónde estaba entre la una y las dos de la tarde, ya que no estaba usted en Dino-Bites. Mintió.
– No mentí. Estaba allí.
– Dejó a su hijo y a la niñera allí y se fue. Ya tengo testigos. ¿Quiere que le pregunte también a la niñera?
– No. Es verdad, me marché.
– ¿Dónde estaba, señora Starr? Y esta vez le recomendaría que dijera la verdad.
– Está bien. Estaba con un hombre. Me daba vergüenza contárselo.
– Cuéntemelo ahora. ¿A qué se refiere cuando dice «un hombre»?
– Es usted una zorra. Estaba en la cama con ese tío, ¿vale? ¿Contenta?
– ¿Cómo se llama?
– No lo dirá en serio.
La cara que Nikki le puso todavía tenía toda su expresividad. Y dejaba ver que iba bastante en serio.
– Y no me diga que con Barry Gable, él dice que usted lo dejó plantado. -Heat vio cómo Kimberly abría la boca-. Barry Gable. Ya sabe, el hombre que la agredió en la calle. El hombre que, según le dijo usted al agente Ochoa, debía de ser un carterista y al que no conocía de nada.
– Tenía una aventura. Mi marido acababa de morir. Me dio vergüenza contarlo.
– Pues si ya ha superado su timidez, Kimberly, hábleme de esa otra aventura para que pueda verificar dónde estaba. Y, como puede imaginarse, pienso comprobarlo.
Kimberly le dio el nombre de un médico, Cory Van Peldt. Sí, era la verdad, dijo, y sí, era el mismo médico al que había ido por la mañana. Heat le pidió que deletreara el nombre y lo escribió en su bloc junto con su número de teléfono. Kimberly dijo que lo había conocido cuando había ido a que le hiciera una valoración facial hacía dos semanas y había saltado la chispa. Heat apostaba a que la chispa estaba en sus pantalones y en su cartera, pero no iba a rebajarse a decir eso. Esperaba que Rook tampoco.
Como las cosas seguían teniendo un cariz hostil, Nikki decidió presionarla. En unos minutos necesitaría la cooperación de Kimberly con las fotos y quería que se lo pensara dos veces antes de mentir, o que estuviera tan nerviosa que se le notara si lo hacía.
– No es usted muy de fiar.
– ¿Qué se supone que quiere decir con eso?
– Dígamelo usted, Laldomina.
– ¿Perdón?
– Y Samantha.
– Oiga, no empiece con eso, nanai.
– Vaya, estupendo. Long Island cien por cien. -Miró a Rook-. ¿Ves lo que es capaz de hacer la tensión? Toda esa bonita pose por los suelos.
– En primer lugar, mi nombre legal es Kimberly Starr. No es ningún delito cambiarse el nombre.
– Écheme una mano, ¿por qué Samantha? Me la estoy imaginando con su color natural y la veo más como Tiffany o Crystal.
– A ustedes, los polis, siempre les ha encantado jodernos la marrana a las chicas que salimos adelante como podemos. La gente hace lo que tiene que hacer, ¿se entera?
– Por eso estamos teniendo esta conversación. Para descubrir quién hizo qué.
– Si eso significa si yo he matado a mi marido… Dios, no me puedo creer ni que haya dicho eso… La respuesta es no. -Esperó alguna reacción por parte de Heat, pero no se la dio. Que se imaginara lo que quisiera, pensó.
– Mi marido también se cambió el nombre, ¿lo sabía? En los años ochenta. Hizo un seminario sobre marcas y llegó a la conclusión de que lo que lo estaba frenando era su nombre. Bruce DeLay. Decía que las palabras «construcción» y «DeLay» no eran la mejor herramienta de venta, así que buscó nombres que fueran positivos para la marca. Ya sabe, que fueran optimistas y que inspiraran confianza. Hizo una lista, nombres como Champion y Best. Eligió Star y añadió una «r» para que no sonara falso.
Al igual que le había sucedido el día anterior, cuando había pasado de su opulento vestíbulo a sus oficinas de ciudad fantasma, Heat vio cómo otro trozo de la imagen pública de Matthew Starr se rompía y se caía al suelo.
– ¿Cómo se decidió por Matthew?
– Investigando. Hizo una encuesta entre el público objetivo para ver qué nombre creía la gente que le pegaba más. Así que, ¿y qué si yo me he cambiado también el mío? Me importa un bledo, ¿se entera?
La agente Heat decidió que ya había obtenido todo lo posible de ese tipo de preguntas, y estaba contenta por tener finalmente una coartada fresca que comprobar. Sacó las fotos de reconocimiento. Cuando las estaba colocando y diciéndole que se tomara su tiempo, Kimberly la interrumpió en la tercera instantánea.
– Ese hombre de ahí. Lo conozco. Es Miric.
Nikki percibió el hormigueo que solía sentir cuando una ficha de dominó se inclinaba, a punto de caerse.
– ¿Y de qué lo conoce?
– Era el corredor de apuestas de Matt.
– ¿Miric es un nombre o un apellido?
– Parece que hoy no le interesan más que los nombres.
– Kimberly, puede que haya matado a su marido.
– No lo sé. Era sólo Miric. Un tío polaco, creo. No estoy segura.
Nikki hizo que examinara el resto de las fotos de reconocimiento, sin más éxito.
– ¿Está segura de que su marido hacía apuestas por medio de este hombre?
– Claro, ¿por qué no iba a estar segura de eso?
– Cuando Noah Paxton miró estas fotos, no lo reconoció. Él paga las facturas, ¿cómo no lo va a conocer?
– ¿Noah? Se negaba a tratar con los corredores de apuestas. Tenía que darle a Matthew el dinero, pero miraba para otro lado. -Kimberly dijo que no sabía ni la dirección ni el teléfono de Miric-. No, sólo lo veía cuando venía a casa o cuando nos lo encontrábamos en algún restaurante.
La detective tendría que volver a revisar la mesa de Starr y el diario personal de su BlackBerry en busca de alguna entrada codificada o lista de teléfonos. A pesar de todo, un nombre, una cara y una profesión eran un buen comienzo.
Mientras ordenaba su montón de fotos para retirarlas, le dijo a Kimberly que creía que ella no sabía nada sobre la afición al juego de su marido.
– Venga ya, una esposa se da cuenta. Igual que también sabía lo de sus mujeres. ¿Quiere saber cuánto Flagyl he tomado en los últimos seis años?
No, a Nikki no le importaba en absoluto. Pero sí le preguntó si recordaba el nombre de alguna de sus amantes. Kimberly dijo que la mayoría de ellas, al parecer, eran ocasionales, algunos líos de una noche y de fines de semana en casinos, y que no sabía sus nombres. Sólo había tenido una aventura seria, con una joven del departamento de marketing de su plantilla, una aventura que duró seis meses y que acabó hacía unos tres años, tras lo cual la ejecutiva dejó la empresa. Kimberly le dio a Nikki el nombre de la mujer y consiguió su dirección de una carta de amor que había interceptado.