Выбрать главу

Heat mantenía su tensa serenidad. Este era el video-juego de policías real que se jugaba cada día en aquel distrito, una carrera contrarreloj por una pista de obstáculos de obras, puestos callejeros, atascos, temerarios, idiotas, hijos de puta e imprevistos varios. Sabía que la 8 estaría colapsada al sur de Columbus Circle. Entonces, por una vez, el atasco jugó a su favor. Un enorme Hummer, que también se dirigía a la zona residencial, estaba bloqueando el tráfico perpendicular de la 55. Nikki aceleró a través del vacío que se había creado y giró bruscamente a la izquierda. Sacando provecho del tráfico más descongestionado que el Hummer provocaba, aceleró cruzando la ciudad hasta la 10 con los improperios de Rook y la charla radiofónica de Ochoa llenándole los oídos.

La cosa mejoró, como se esperaba, cuando giró derrapando en la esquina con la 10. Tras una carrera de obstáculos por la intersección de doble sentido en la 57 Oeste, la 10 se convirtió en Amsterdam Avenue, el arcén se hizo más amplio y apareció una vía de emergencia por el medio que algunos conductores hasta respetaban. Se dirigían hacia el norte ya un poco más rápido, pasada la parte de atrás del Lincoln Center, cuando recibió una llamada de Raley. Había detenido a Miric. Ochoa había localizado al sospechoso número dos yendo hacia el oeste por la 72.

– Debe de ser Hombre de Hierro -dijo. Sus primeras palabras desde que le había dado instrucciones a Rook en Times Square para que se abrochara el cinturón y se agarrara.

Ochoa jadeaba por el walkie mientras ella iba disparada por la 70, donde Amsterdam y Broadway se cruzaban en una «X».

– Sos… pe… choso… corriendo… hacia… el… este… cerca… ahora de Broadway…

– Se dirige hacia la estación de metro -le dijo a Rook, más a gritos que hablando.

– Atravesando… -Se oyó el claxon de un coche-. Sospechoso atravesando Broadway… hacia la estación… de metro.

– Ella pulsó la tecla de «descripción del sospechoso» en su radio.

– Recibido… caucásico, varón, uno ochenta y cinco… camiseta roja y pantalones… de camuflaje… zapatos negros.

Para complicar más las cosas, había dos estaciones en la 72 y en el metro de Broadway: el antiguo edificio histórico de la parte sur y una estación con atrio más moderna, justo cruzando la calle hacia el norte. Nikki se dirigió al antiguo edificio de piedra. Sabía que las apuestas se hacían media manzana hacia el norte de la 72, por lo que el Hombre de Hierro en fuga probablemente se metería en la estación más cercana -la nueva- y Ochoa lo seguiría. Su idea era cortarle el paso para impedirle escapar por el túnel de la misma.

– Quédate en el coche, lo digo en serio -le gritó a Rook por encima del hombro mientras saltaba del asiento del conductor, colgándose la placa del cuello. En los túneles de la Autoridad Metropolitana de Transporte había diez grados más que en la calle, y el aire que subía del metro para saludarla mientras corría a lo largo de las máquinas de MetroCard hacia el torniquete de entrada era una mezcla de peste a basura y chorro de horno. Heat saltó un torno de entrada con una mano sudorosa que resbaló en el acero inoxidable. Recuperó el equilibrio, pero aterrizó en cuclillas y se encontró a sí misma mirando desde abajo al armario empotrado con la camiseta de tirantes roja y los pantalones de camuflaje que coronaba la escalera.

– Alto, policía -dijo.

Ochoa estaba subiendo las escaleras detrás de él. Lejos de detenerse, el enorme hombre esquivó a Heat para ir hacia los tornos. Ella lo bloqueó y él la aferró del hombro. Ella levantó una mano para asirlo por la muñeca y, con la otra, lo agarró del tríceps y empujó su espalda a través de la parte delantera de su cuerpo para que no pudiera encajarle un puñetazo. Luego lo aferró por el cinturón, sujetó su tobillo entre los suyos y lo tiró de espaldas. Se llevó un buen golpe. Mientras Heat lo oía quedarse sin respiración, le puso una pierna en forma de tijera sobre el cuello y tiró de su muñeca hacia la de ella en lo que cierto ex marine llamaba un bloqueo de brazo. Él intentó levantarse, pero se encontró directamente con la pistola de ella.

– Adelante -dijo ella.

Hombre de Hierro dejó caer la cabeza sobre las mugrientas baldosas, y ahí se acabó todo.

– No es muy digno de recordar -dijo Rook mientras volvían a comisaría.

– Te dije que esperaras en el coche. Nunca esperas en el coche.

– Pensé que podrías necesitar ayuda.

– ¿Tuya? -se burló ella-. No me gustaría que se volvieran a lesionar esas tiernas costillas.

– Necesitas ayuda. La ayuda de un escritor. ¿Tumbas a un personaje como aquél, y lo único que se te ocurre decir es «adelante»?

– ¿Y qué pasa?

– Lo siento, detective, pero es que me has dejado un poco a medias. Como el «lavar y afeitar» sin el siempre importante «veinticinco centavos». -Echó un vistazo por encima del hombro al Hombre de Hierro esposado en el asiento de atrás, que miraba por la ventanilla lateral un anuncio de Flash Dancers encima de un taxi-. Aunque te concedo diez puntos más por no haber dicho «alégrame el día».

– Si tú estás contento, Rook, doy mi trabajo por bien hecho.

Una columna de luz fluorescente irrumpió en la oscuridad de la cabina de observación de la comisaría cuando Jameson Rook entró para unirse a Heat y a sus dos detectives.

– Tengo un candidato para lo de It’s Raining Men. ¿Preparado? -dijo Ochoa. Los ánimos estaban considerablemente menos tensos tras las detenciones de la tarde. En parte por el bajón de la adrenalina y en parte porque el caso se resolvería si habían sido los dos prisioneros los que se habían cargado a Matthew Starr.

Rook se cruzó de brazos y sonrió con suficiencia.

– Déjame oírlo.

– Dolly Parton.

– Vaya -gimió Rook-, sabía que tenía que haber apostado dinero.

– Una pista -dijo Raley.

– Está vivo.

– Una pista mejor -pidió Ochoa.

Rook estaba encantado y anunció como si se tratara del presentador de un acontecimiento deportivo:

– Este famoso coescritor es del género masculino y sale todos los días en televisión.

– Al Roker -gritó Raley.

– Excelente intento. No.

– Paul Shaffer -probó Heat.

Rook no pudo ocultar su sorpresa.

– Correcto. ¿Ha sido cuestión de suerte, o lo sabías?

– Ahora te toca a ti adivinar. -Esbozó una sonrisa que desapareció tan rápidamente como había aparecido-. ¿Y cuál es mi premio por haber ganado? Tú esperarás aquí en la sala de observación mientras yo hago mi trabajo.

La agente Heat interrogó a los dos sospechosos por separado, como indicaba el procedimiento. Ambos estuvieron aislados desde su arresto para evitar que se pusieran de acuerdo en historias y coartadas. La primera sesión fue con Miric, el corredor de apuestas, que ciertamente tenía rasgos de hurón. Era bajito, uno cincuenta, con unos brazos delgados y blanquecinos que podrían haber sido robados a un Mister Potato. Lo eligió a él porque era al que conocían y, si había tal cosa, el cerebro del par.

– Miric -dijo-. Es polaco, ¿no?

– Polaco-americano -dijo con el menor acento posible-. Llegué a este país en 1980, tras lo que nosotros llamamos la huelga del astillero de Gdansk.

– ¿Cuando dice «nosotros» se refiere a usted y a Lech Walesa?

– Eso es. Solidarnosc! ¿Sí?

– Miric, usted tenía nueve años.

– No importa, está en la sangre, ¿sí?

En menos de un minuto Nikki había calado a aquel tío. Era un charlatán. Un hombre afable que habla y habla pero no dice nada. Si le seguía la corriente la tendría allí durante horas y acabaría saliendo con dolor de cabeza y sin información. Así que decidió que tendría que acorralarlo lo mejor que pudiera.