– Aún no doy crédito -dijo Morgan Donnelly cuando se sentó con ellos alrededor de una mesa de café en la esquina. Se desabrochó el cuello de su chaqueta de cocinera blanca y almidonada y les ofreció a Heat y a Rook el azucarero de acero inoxidable para sus cafés americanos helados. Nikki intentó hacer encajar a Morgan, la pastelera que estaba ante ella, con Morgan, la central eléctrica que Noah Paxton había descrito. Allí había una historia y la descubriría. Las comisuras de los labios de Donnelly se curvaron hacia arriba.
– Oyes cosas como ésa en las noticias, pero nunca le pasan a nadie que conozcas -dijo. La camarera salió de detrás del mostrador y puso un plato de degustación de minimagdalenas en el centro de la mesa. Cuando se hubo marchado, Morgan continuó-: Sé que haber tenido una aventura con un hombre casado no me hace parecer la mejor persona del mundo. Tal vez no lo era. Pero en aquel momento parecía lo correcto. Como si en medio de toda la presión del trabajo surgiera aquella pasión, aquella cosa increíble que simplemente sucedió. -Sus ojos se empañaron un poco y ella se secó la mejilla una sola vez.
Heat la analizó en busca de indicios. Demasiado remordimiento o no el suficiente serían señales de alarma. Había otros, por supuesto, pero aquellos indicadores formaban la base para ella. Nikki odiaba el término, pero hasta ahora la reacción de Morgan era la apropiada. Aunque la detective necesitaba hacer algo más que tomarle la temperatura. Como ex de una víctima de asesinato, tenía que ser investigada, y eso significaba obtener las respuestas a dos simples preguntas: ¿Tenía alguna razón de peso para vengarse? Y ¿salía ganando con la muerte de la víctima? La vida sería mucho más sencilla si Heat pudiera hacer un cuestionario con cuadraditos para marcar y enviarlo por correo electrónico, pero las cosas no funcionaban así, y ahora el trabajo de Nikki implicaba hacer sentir un poco incómoda a aquella mujer.
– ¿Dónde estaba cuando mataron a Matthew Starr? Digamos entre las doce y media de la mañana y las dos y media de la tarde -empezó, subiendo de repente a fuego fuerte para pillar a Morgan desprevenida.
Morgan se tomó un momento y respondió sin ponerse en absoluto a la defensiva:
– Sé exactamente dónde estaba. Estaba con la gente del Tribeca Film para una degustación. Gané el contrato de un catering para una de sus fiestas pos proyección esta primavera, y lo recuerdo porque la degustación fue bien y, cuando venía de vuelta en coche por la tarde para celebrarlo, me enteré de lo de Matthew.
Nikki tomó nota.
– ¿Mantuvieron usted y el señor Starr el contacto cuando su aventura finalizó? -continuó la detective.
– ¿El contacto? ¿Se refiere a si nos seguíamos viendo?
– Por ejemplo. O cualquier otro tipo de contacto.
– No, aunque lo vi una vez hace unos cuantos meses. Pero él no me vio y no hablamos.
– ¿Dónde fue eso?
– En Bloomingdale’s. En la barra del piso de abajo. Fui a pedir un té, y él estaba allí.
– ¿Por qué no habló con él?
– Estaba acompañado.
Nikki tomó nota.
– ¿La conocía?
Morgan sonrió por la perspicacia de Nikki.
– No. Habría saludado a Matthew, pero ella tenía la mano sobre el muslo de él. Parecían preocupados.
– ¿Podría describirla?
– Rubia, joven, guapa. -Se lo pensó un momento, y añadió-: Ah, y tenía acento. Escandinavo. Danés o sueco, tal vez, no lo sé.
Nikki y Rook intercambiaron miradas y ella lo notó mirando por encima de su hombro mientras escribía «¿niñera?» en sus notas.
– Entonces, aparte de eso, ¿no tuvo ningún contacto más con él?
– No. Cuando se acabó, se acabó. Pero todo fue muy cordial. -Miró hacia abajo, hacia su café expreso, levantó la vista hacia Nikki y exclamó-: Y una mierda, fue doloroso como el infierno. Pero ambos éramos mayorcitos. Seguimos nuestro camino. La vida da… bueno… -Dejó la frase inacabada.
– Volvamos al final de su relación. Debió de ser difícil en la oficina. ¿La despidió cuando se acabó?
– Yo decidí marcharme. Seguir trabajando juntos sería incómodo para los dos, y yo tenía más claro que el agua que no me apetecía en absoluto tener que aguantar los cotilleos.
– Pero aun así, usted tenía una prometedora carrera allí.
– Tenía un gran amor allí. Al menos eso me decía a mí misma. Cuando se acabó, no conseguía centrarme demasiado en mi carrera.
– Yo estaría cabreadísima -dijo la detective. A veces la mejor manera de hacer una pregunta era no hacerla.
– Dolida y con sentimiento de fragilidad, sí. ¿Enfadada? -Morgan sonrió-. Que se acabara fue lo mejor que pudo pasar. Ya sabe, era una de esas relaciones divertidas y prácticas que no llevan a ninguna parte. Me di cuenta de que estaba utilizando esa relación para mantenerme alejada de las relaciones, igual que el trabajo. ¿Me explico?
Nikki se removió incómoda en su silla, y consiguió articular un neutro «ajá».
– Como mucho servía para llenar un vacío. Y yo ya no era precisamente una niña. -Nikki se revolvió de nuevo, preguntándose cómo había acabado siendo ella la que se sentía incómoda-. Matthew se portó bien conmigo. Me ofreció una enorme suma de dinero.
La detective salió de su ensimismamiento, volvió a la entrevista e hizo una nota mental para comprobar eso con Paxton.
– ¿Cuánto le dio?
– Nada. No lo acepté.
– No creo que a él le costara mucho -intervino Rook.
– ¿Pero no lo entiende? -replicó ella-. Si aceptaba ese dinero, luego todo se reduciría a eso. No era como decía la gente. Yo no estaba intentando llegar a lo más alto subiéndome la falda.
– Aun así, nadie tendría por qué haberse enterado si usted aceptara el dinero -insistió Rook.
– Yo sí -admitió ella.
Y con esas dos palabras, la agente Heat cerró el cuaderno. Una magdalena de zanahoria la estaba llamando desde el plato y había que callarla. Mientras Nikki retiraba el molde de papel rizado de la parte inferior, señaló con la cabeza la moderna pastelería y preguntó:
– ¿Y todo esto? No es precisamente donde esperaría encontrarme a la infame Máster en Red Bull.
Morgan se rió.
– Ah, esa Morgan Donnelly. Está por ahí. Aparece de vez en cuando y me vuelve loca. -Se inclinó sobre la mesa hacia Nikki-. El final de esa aventura hace tres años resultó ser una epifanía. Antes de que sucediera me lanzaba indirectas, pero yo las ignoraba. Por ejemplo, algunas noches me quedaba allí en mi vieja y enorme oficina de dirección del ático del Starr Pointe hablando por teléfono, con dos líneas en espera y una docena de correos electrónicos que responder. Miraba hacia la calle, allá abajo, y me decía: «Mira a toda esa gente allá abajo. Van a casa de alguien».
Nikki estaba lamiendo un poco de glaseado de crema de mantequilla que tenía en la yema del dedo y paró en seco.
– Venga ya, una mujer de carrera en lo más alto del juego, debe de haber sido muy satisfactorio, ¿no?
– Después de lo de Matthew, lo único en lo que podía pensar era adonde me conduciría. Y en todas las cosas que había dejado pasar de largo mientras me ponía los trajes de poder y hacía carrera. Ya sabe, la vida. Pues bien, ésa fue la epifanía. Un día estaba viendo Good Morning America y salió Emeril haciendo pasteles, y eso me recordó lo mucho que me gustaba hornear cuando era pequeña. Y allí estaba yo, con mi pijama y mis Ugg, acercándome cada vez más a los treinta, sin trabajo, sin pareja y, admitámoslo, de todos modos sin sacar mucho en limpio de ninguna, cuando las tuve, y pensando: «Hora de reiniciar».
Nikki notó que el corazón le iba a mil. Bebió un sorbo de su café americano y preguntó:
– ¿Así que simplemente dio el salto? ¿Sin red, sin remordimientos, sin mirar atrás?