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La agente Heat sabía que la ciudad estaría en alerta táctica y quería saber si tenía que ir a la comisaría o a alguna de las zonas afectadas. Montrose confirmó que Gestión de Emergencias había declarado la alerta táctica y que los permisos y los días libres estaban temporalmente suspendidos.

– Podría necesitarte para cubrir algún turno, pero por ahora la ciudad se está comportando bien. Esperemos hacerlo mejor que en 2003 -afirmó-. Teniendo en cuenta las veinticuatro horas que acabas de tener, lo mejor que puedes hacer por mí es descansar para estar fresca mañana, por si esto continúa.

– Oiga, capitán, me ha sorprendido ver que tengo compañía delante de casa.

– Ah, sí. He avisado a los de la comisaría 13. Espero que te estén tratando bien.

– Fenomenal, muy formales. Pero la cuestión es si con esta alerta táctica ése será el mejor uso de los recursos.

– Si te refieres a escoltar a mi mejor investigadora para asegurarme de que nadie interrumpe su sueño, no se me ocurre mejor uso. Raley y Ochoa insistieron en hacerlo ellos mismos, pero yo se lo impedí. Eso sí que sería malgastar recursos.

Dios, pensó. Eso era justo lo que habría necesitado, que los Roach aparecieran y la pillaran allí fuera rozándose en la oscuridad con Rook. Tal y como estaban las cosas, no le gustaba nada la idea de que esos policías supieran a qué hora se iba Rook, aunque fuera pronto.

– Es muy amable por su parte, capitán, pero soy mayorcita, estoy en casa sana y salva, la puerta está cerrada con llave, las ventanas están cerradas, estoy armada y creo que nuestra ciudad estará mejor si deja que ese coche se vaya.

– Está bien -dijo-. Pero cierra la puerta con dos vueltas de llave. No quiero ningún hombre ajeno en tu apartamento esta noche, ¿me oyes?

Vio a Rook apoyado contra la tabla de cortar con un paño lleno de cubitos de hielo sobre la cara.

– No se preocupe, capitán. Y capitán… gracias. -Colgó y dijo-: No me necesitan esta noche.

– Así que tu evidente intento de acortar mi visita no ha funcionado.

– Cállate y déjame ver eso. -Se acercó para inclinarse sobre él y le retiró el paño para poder examinar su mandíbula herida-. No se ha hinchado, eso es bueno. Un centímetro más cerca de mi pie, y estarías bebiendo sopa por una pajita durante los próximos dos meses.

– Espera un momento, ¿me golpeaste con el pie?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Y? -Puso las yemas de los dedos sobre su mandíbula-. Muévela de nuevo. ¿Te duele algo?

– Sólo el orgullo.

Ella sonrió y puso los dedos sobre él, acariciándole la mejilla. Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba, y la miró de una manera que hizo que se sonrojara. Nikki retrocedió antes de que la fuerza magnética fuera realmente intensa, repentina y profundamente preocupada por si se había convertido en una especie de friqui a la que le ponían las escenas de los crímenes. Primero en el balcón de Matthew Starr, y ahora aquí, en su propia cocina. No es que fuera algo malo ser un poco friqui, pero ¿en los escenarios de los crímenes? Estaba claro que ése era el común denominador. Bueno, eso y Rook.

Sacudió el paño para tirar el hielo dentro del fregadero y, mientras estaba ocupado, la mente de ella fue a toda velocidad para intentar comprender en qué demonios estaba pensando cuando lo invitó a subir. Tal vez le estaba dando demasiada importancia a esta visita, haciendo planes. A veces un cigarro es sólo un cigarro, ¿no? Y a veces subir a por hielo es subir a por hielo. Sin embargo, aún tenía el corazón acelerado por haber estado cerca de él. Y aquella mirada. No, se dijo a sí misma, y la decisión quedó tomada. Lo mejor era no forzar las cosas. Él había conseguido su hielo, ella había cumplido su promesa, sí, lo más inteligente sería detener esto ahora y echarlo.

– ¿Te apetece quedarte a tomar una cerveza? -preguntó.

– No estoy seguro -dijo con tono serio-. ¿Tienes la plancha desenchufada? Ah, espera, no hay luz, así que no tendré que preocuparme por si me planchas la cara.

– Qué gracioso. ¿Sabes qué? No necesito una asquerosa plancha. Tengo un cortador de bagels ahí arriba y ni te imaginas lo que soy capaz de hacer con él.

Él se lo pensó un momento.

– Una cerveza está bien -dijo.

Sólo había una Sam Adams en la nevera, así que se la tomaron a medias. Rook dijo que no le importaba compartirla de la botella, pero Nikki fue a por vasos y, mientras los cogía, se preguntó qué le había hecho pedirle que se quedara. Sintió un escalofrío perverso y sonrió pensando en cómo los apagones y las noches calurosas provocaban un cierto caos. Tal vez sí necesitaba que la protegieran; de ella misma.

Rook y su mechero virtual desaparecieron en la sala de estar con sus cervezas, mientras ella revolvía un cajón de la cocina en busca de velas. Cuando llegó a la sala, Rook estaba de pie al lado de la pared colocando el grabado de John Singer Sargent.

– ¿Está recto?

– Oh…

– Sé que he sido un poco atrevido. Ambos conocemos mis problemas con los límites, ¿verdad? Puedes colgarlo en otro sitio, o no, se me ocurrió cambiarlo por tu póster de Wyeth para que pudieras ver el efecto.

– No, no, está bien. Me gusta ahí. Espera a que ponga un poco más de luz para que se vea mejor. Podría haber encontrado su lugar. -Nikki encendió una cerilla de madera y la llama le tiñó la cara de dorado. Introdujo la mano en el quinqué de cristal curvado de la estantería y acercó la llama a la mecha.

– ¿Cuál eres? -preguntó Rook. Cuando ella levantó la vista, lo vio señalando el grabado-. De las niñas que encienden los farolillos. Te estoy viendo hacer lo mismo, y me preguntaba si parecerías una de ellas.

Nikki se acercó a la mesa de centro y puso un par de velas. Mientras las encendía, dijo:

– Ninguna, sólo me gusta el sentimiento que evoca. Lo que plasma. La luz, el ambiente festivo, su inocencia. -Se sentó en el sofá-. Todavía no me puedo creer que me lo hayas regalado. Ha sido todo un detalle.

Rook dio la vuelta por el otro lado de la mesa de centro y se unió a ella en el sofá, pero se sentó en el extremo, apoyando la espalda contra el reposabrazos y dejando así algún espacio entre ellos.

– ¿Has visto el original?

– No, está en Londres.

– Sí, en la Tate -observó él.

– Entonces tú sí lo has visto, presume un poco.

– Fuimos Mick, Bono y yo. En el Bentley de Elton John.

– Ya, seguro.

– Tony Blair se enfadó muchísimo porque invitamos al príncipe Enrique en vez de a él.

– Sí, ya -dijo ella con una risa ahogada, y levantó la vista hacia el grabado-. Me encantaba ir al Museo de Bellas Artes de Boston para ver los cuadros de Sargent cuando estudiaba en la Northeastern. También había algunos murales suyos.

– ¿Estudiaste arte? -Antes de que le diera tiempo a contestar, él levantó el vaso-. Oye, míranos. Nikki y Jamie socializando.

Ella chocó su vaso y bebió un sorbo. El aire estaba tan caliente que la cerveza ya estaba casi a temperatura ambiente.

– Filología inglesa, pero en realidad quería cambiarme a teatro.

– Vas a tener que ayudarme con esto. ¿Cómo pasaste de eso a ser detective de la policía?

– No es un salto tan grande -admitió Nikki-. Lo que hago consiste en parte en actuar y en parte en contar una historia, ¿o no?

– Cierto. Pero eso es el qué. Lo que me intriga es el porqué.

El asesinato.

El fin de la inocencia.

El suceso que cambió su vida.

Lo pensó un instante.

– Es algo personal -dijo-. Tal vez cuando nos conozcamos mejor.