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– Eres buena -dijo.

– No sabes hasta qué punto -replicó ella. Se sumergieron de nuevo el uno en el otro y la lengua de ella notó el leve deje ácido de la lima y de la sal. Su boca abandonó la de él para besarlo en la cara, y luego en la oreja. Notó cómo los músculos de su abdomen se contraían contra ella mientras él inclinaba la cabeza hacia arriba para mordisquear la suave piel de la zona donde el cuello se juntaba con su clavícula. Nikki se irguió y empezó a desabrocharle la camisa. Rook se estaba eternizando con los botones de su blusa, así que ella se levantó, se puso a horcajadas sobre él y se abrió la blusa de un tirón. Oyó rebotar un botón sobre el suelo de madera cerca del rodapié. Con una mano, Rook desabrochó el cierre delantero de su sujetador. Nikki agitó los brazos para acabar de quitárselo, y se sumergió frenéticamente en él. Sus pieles húmedas hicieron ruido cuando el pecho de ella aterrizó sobre el de él. Ella bajó una mano y le desabrochó el cinturón. A continuación le bajó la cremallera. Nikki lo besó de nuevo, y susurró:

– Tengo protección en la mesilla de noche.

– No vas a necesitar pistola -dijo él-. Me comportaré como un perfecto caballero.

– Espero que no. -Y saltó sobre él con el corazón latiendo rápidamente en el pecho por la excitación y la tensión. Una ola cayó sobre Nikki y alejó todos los sentimientos conflictivos y los recelos contra los que había estado luchando y, simplemente, extremadamente, poderosamente, se dejó llevar. En ese instante, Nikki se sintió liberada. Liberada de responsabilidades. Liberada de cualquier límite. Liberada de sí misma. Se aferró a Rook retorciéndose, con la necesidad de sentir cada parte de él que pudiera tocar. Continuaron con furia, su pasión correspondía a la de ella mientras se exploraban mutuamente, moviéndose, mordisqueándose, hambrientos, intentando una y otra vez satisfacer aquello por lo que habían sufrido.

Nikki no podía creer que ya fuera de día. ¿Cómo podía el sol brillar tanto si la alarma de su despertador todavía no había sonado? ¿O se habría quedado dormida? Entreabrió los ojos lo suficiente para darse cuenta de que lo que estaba viendo era el foco de un helicóptero de la policía contra las cortinas de la ventana. Aguzó el oído. Nada de sirenas, megáfonos ni pesados pasos rusos en la escalera de incendios. Pronto la luz se extinguió y el zumbido del helicóptero se fue silenciando mientras se alejaba. Sonrió. Puede que el capitán Montrose hubiera cumplido su palabra y hubiera hecho que se fuera el coche patrulla, pero no había dicho nada sobre la vigilancia aérea.

Volvió la cabeza hacia el despertador, pero marcaba la una y tres minutos y no podía ser correcto. Su reloj marcaba las cinco veintiuno, así que Nikki supuso que la diferencia equivalía a la duración del apagón.

Rook inspiró larga y lentamente y Nikki sintió expandirse su pecho contra su espalda, seguido de las cosquillas de su exhalación contra la humedad de su cuello. «Caray -pensó-, me está abrazando». Con las ventanas cerradas la habitación era sofocante, y una capa de sudor fusionaba sus cuerpos desnudos. Pensó en moverse para que corriera un poco el aire entre los dos. En lugar de eso, Nikki se acurrucó contra su pecho y sus muslos y le gustó sentirse encajada.

Jameson Rook.

¿Cómo había sucedido?

Desde el primer día que se lo encasquetaron para acompañarla en sus tareas de investigación había sido un incordio diario para ella. Y ahora allí estaba, en la cama con él después de una noche de sexo. Y de sexo increíble, por cierto.

Si se tuviera que interrogar a sí misma, la detective Heat terminaría firmando una declaración jurada asegurando que la chispa había saltado en el momento en que se vieron por primera vez. Él, por supuesto, no tenía ningún reparo en decirlo cada vez que tenía la oportunidad, algo que podía haber tenido que ver con su gran capacidad para incordiar. ¿Sería así? Pero la certeza de él no era rival para una fuerza mayor: la negación de ella. Sí, siempre había habido algo, y ahora, mirando hacia atrás, se dio cuenta de que cuanto más lo notaba él, más lo negaba ella.

Nikki se preguntó qué otras cosas se negaba a reconocer.

Ninguna. Absolutamente ninguna.

Tonterías.

¿Por qué entonces se había sentido tan incómoda cuando la amante de Matthew Starr le había tocado la fibra sensible al decir que seguir con una relación que no llevaba a ninguna parte era una forma de evitar las relaciones, y preguntándole -a ella- si sabía a qué se refería?

Nikki sabía, desde la terapia a la que se había sometido tras el asesinato, que tenía una dura coraza. Como si necesitara a un psiquiatra para saberlo. O para alertarla sobre el riesgo emocional de postergar constantemente sus necesidades y sí, sus deseos, guardándolos demasiado a buen recaudo en su zona prohibida. Esas sesiones con el psiquiatra se habían acabado hacía mucho tiempo, pero cuán a menudo Nikki se había preguntado después, o más bien se había preocupado, cuando levantaba sus barreras y se ponía en Modo Centrado en la Tarea, si existía un punto de inflexión en el que perdías algo de ti misma que habías estado protegiendo y nunca lo volvías a recuperar. Por ejemplo, ¿qué sucedía cuando ese grueso abrigo que habías creado para proteger tu parte más vulnerable se hacía tan impenetrable que acababa habiendo una parte de ti misma a la que ni siquiera tú eras capaz de acceder?

El grabado de Sargent que Rook le había regalado le vino a la mente. Pensó en esas niñas despreocupadas que encendían farolillos de papel y se preguntó qué sería de ellas. ¿Habrían mantenido su inocencia incluso después de haber dejado de llevar vestidos para jugar, de haber perdido sus suaves cuellos y sus caras sin arrugas? ¿Habrían perdido la alegría de jugar, de caminar descalzas por la hierba húmeda simplemente porque era agradable? ¿Se habrían aferrado a su inocencia, o los acontecimientos habrían invadido sus vidas para convertirlas en personas cautelosas y vigilantes? ¿Habrían construido, cien años antes de que Sting lo escribiera, un fuerte alrededor de su corazón?

¿Practicaban sexo atlético con ex marines sólo para que se les acelerase el corazón?

¿O con periodistas famosos que alternaban con Mick y Bono?

No era por comparar -¿por qué no?-, pero la diferencia con Rook era que él había conseguido que se le acelerara el corazón antes, y eso era lo que le había gustado. Desde aquel rubor inicial, su pulso no había hecho más que acelerarse.

¿Qué era lo que hacía que el sexo con Jameson Rook fuera tan increíble?

Bueno, era apasionado, eso seguro. Y también excitante y sorprendente. Y dulce en los momentos apropiados, pero ni demasiado pronto, ni en exceso, gracias a Dios. Pero lo que hacía a Rook realmente diferente era su carácter juguetón.

Y que la hacía sentirse juguetona.

Rook le había dado permiso para reírse. Estar con él era divertido. Acostarse con él era todo menos solemne y serio. Su carácter juguetón había llevado la alegría a su cama. «Todavía tengo mi armadura -pensó-, pero aun así, esta noche Rook me la quitó. Y me llevó con él».

Nikki Heat había descubierto que ella también podía ser juguetona. De hecho, se volvió hacia él y se deslizó hacia los pies de la cama para demostrarlo.

El móvil de Nikki los sobresaltó e hizo que se despertaran. Ella se sentó, intentando orientarse en la cegadora luz del día.

Rook levantó la cabeza de la almohada.

– ¿Qué es eso, una llamada para despertarte?

– Tú ya has tenido la tuya, caballero. -Se volvió a dejar caer sobre la almohada con los ojos cerrados, sonriendo al recordarlo-. Y yo respondí.

Presionó el teléfono contra la oreja.