– Heat.
– Hola, Nikki. ¿Te he despertado?
Era Lauren.
– No, estoy levantada. -Buscó a tientas su reloj en la mesilla de noche. Las siete y tres minutos. Nikki intentó aclararse la mente. Cuando tu amiga de la oficina forense llama a esas horas, no suele ser para socializar.
– He esperado a que fueran más de las siete.
– Lauren, en serio, no te preocupes. Ya estoy vestida y ya he ido a hacer ejercicio -mintió Nikki, mirando el reflejo de su cuerpo desnudo en el espejo. Rook se incorporó y su cara sonriente apareció en el espejo a su lado.
– Bueno, eso no es del todo mentira -dijo en voz muy baja.
– Parece que tienes compañía. Nikki Heat, ¿tienes compañía?
– No, es la tele. Los anuncios tienen un volumen altísimo. -Se volvió hacia Rook y puso un dedo sobre los labios.
– Estás con un hombre.
Nikki la presionó para cambiar de tema.
– ¿Qué sucede, Lauren?
– Estoy investigando el escenario de un crimen. Apunta la dirección.
– Espera, voy a buscar algo para escribir. -Nikki cruzó hasta el tocador y cogió un boli. No encontró ningún bloc de notas, así que usó su ejemplar de First Press en el que salían Rook y Bono en la portada, y escribió sobre el anuncio de vodka de la contraportada-. Ya.
– Estoy en el depósito municipal de vehículos de Javits.
– Conozco ese depósito. Está en el oeste, ¿era en la 38?
– Sí, en la 12 -dijo Lauren-. El conductor de una grúa encontró un cadáver en un coche que iba a recoger. La jurisdicción es de la comisaría 1, pero pensé que debía llamarte porque está claro que vas a querer pasarte por aquí. He encontrado algo que podría estar relacionado con tu caso de Matthew Starr.
– ¿Qué es? Dímelo.
Nikki oía voces de fondo. Se oyó un frufrú en el micrófono del teléfono cuando Lauren lo tapó para hablar con alguien. Luego volvió.
– Los detectives de la 1 acaban de llegar todos cachondos, tengo que colgar. Te veo aquí.
Nikki colgó y se dio la vuelta. Vio a Rook sentado en el borde de la cama.
– ¿Te avergüenzas de mí, detective Heat? -preguntó con aire teatral. Nikki reconoció una pose de la Gran Daña en su acento pijo-. Me llevas a la cama, pero me ocultas ante tus amigos de clase alta. Me siento tan… barato.
– Viene en el lote.
Rook se quedó un momento pensativo.
– Podías haberle dicho que estaba aquí para cubrirte las espaldas -dijo.
– ¿Tú?
– Bueno… Cubrir sí te he cubierto. -La cogió de la mano y la acercó a él, de modo que se quedara de pie entre sus rodillas.
– Tengo una cita con un cadáver.
Él enroscó sus piernas alrededor de las de ella y le puso las manos en las caderas.
– Lo de anoche fue maravilloso, ¿no crees?
– Lo fue. ¿Y sabes qué más fue lo de anoche? Anoche. -Y se dirigió hacia el armario a grandes zancadas para coger ropa para ir a trabajar.
Rook intentó pescar un taxi en Park Avenue South y enganchó un buen ejemplar, un taxi furgoneta. Le abrió la puerta a Nikki, que entró echando un último vistazo por encima del hombro, preocupada por si el capitán Montrose había dejado un coche de policía para protegerla y la habían visto aquella mañana con Jameson Rook.
– ¿Buscas a Pochenko? -preguntó Rook.
– No, no es eso. Una vieja costumbre.
Le dio al taxista la dirección de Rook, en Tribeca.
– ¿Qué pasa? -dijo él-. ¿No íbamos al depósito municipal de vehículos?
– Uno de nosotros va a ir al depósito municipal de vehículos. El otro se va a ir a su casa a cambiarse de ropa.
– Gracias, pero si a ti no te molesta, hoy también llevaré esto puesto. Prefiero ir contigo. Aunque inspeccionar un cadáver no es exactamente la mejor guinda para el pastel. Tras una noche como ésta, lo que haría un neoyorquino sería llevarte a tomar un brunch. Y fingir que apunta tu número de teléfono.
– No, vas a ir a cambiarte. No se me ocurre una idea peor que aparecer en el mismo taxi a primera hora de la mañana en el escenario del crimen de mi amiga con el pelo revuelto y uno de nosotros con la ropa de ayer.
– Podríamos aparecer cada uno con la ropa del otro puesta, eso sería mucho peor. -Se rió y la cogió de la mano. Ella se soltó.
– ¿Te has dado cuenta de que no suelo hacer manitas en el trabajo? Ralentiza mi gran habilidad para desenfundar.
Continuaron en silencio durante un rato. Cuando el taxi iba por la calle Houston, él dijo:
– No tengo muy claro si me mordí la lengua cuando me diste una patada en la cara o si me la mordiste tú. -El comentario hizo que el conductor echara un rápido vistazo al espejo retrovisor.
– Tengo que meterles prisa a los forenses para que me den de una vez el informe sobre los vaqueros de Pochenko -dijo Heat.
– No recuerdo que sucediera ninguna de las dos cosas -dijo Rook.
– Probablemente el apagón ha provocado retrasos en el laboratorio, pero ya ha pasado suficiente tiempo.
– Las cosas sucedieron muy rápido, y me atrevería a decir que con furia.
– Apuesto a que los tejidos coinciden -replicó ella.
– Pese a todo, lo normal sería recordar un mordisco.
– Que le den al vídeo de la cámara de vigilancia. No sé cómo entró allí, pero lo hizo. Sé que le gustan las escaleras de incendios.
– ¿Estoy hablando demasiado?
– Sí.
Pasados dos benditos minutos en silencio, Rook estaba fuera del taxi delante de su edificio.
– Cuando hayas acabado, ve a la comisaría y espérame. Te veré allí cuando termine en el depósito.
Él se enfurruñó como un cachorro abandonado y empezó a cerrar la puerta. Ella la mantuvo abierta.
– Por cierto, sí. Te mordí la lengua -dijo, y dejó que se cerrara la puerta. Nikki lo vio sonriendo con cara de tonto en la acera por la ventanilla trasera mientras el taxi continuaba su camino.
La detective Heat se puso la placa mientras cruzaba la puerta del depósito municipal de coches. Le hizo un gesto al vigilante y éste salió de su diminuta oficina al sol abrasador para señalar la furgoneta de la forense al final del depósito. Nikki se volvió para darle las gracias, pero él ya estaba dentro llenando las mangas de su camisa de aire procedente del aparato de aire acondicionado instalado en la ventana.
El sol estaba aún bajo en el cielo, justo iluminando la cima del Centro de Convenciones Javits, y Heat sintió aquella punzada en la espalda cuando se detuvo para hacer su respiración larga y profunda, su respiración ritual para recordar. Cuando estuvo lista para ver a la víctima, caminó al lado de la larga fila de polvorientos coches aparcados con los parabrisas manchados de grasa hasta el lugar de la investigación. La furgoneta de la forense y otra del Departamento Forense estaban aparcadas cerca de una grúa aún enganchada a un Volvo familiar bastante nuevo, de color verde metalizado. Los técnicos, con monos de color blanco, empolvaban el exterior del Volvo. A medida que Nikki se iba acercando, pudo ver el cadáver de una mujer desplomado sobre el asiento del conductor con la parte superior de la cabeza apuntando hacia la puerta abierta del vehículo.
– Siento haber interrumpido su entrenamiento matinal, detective. -Lauren Parry apareció por la parte de atrás de la furgoneta del Departamento Forense.
– No se te escapa una, ¿verdad?
– Te dije que Jameson Rook no estaba mal. -Nikki sonrió y negó con la cabeza. La habían pillado-. Y bien, ¿lo estuvo?
– Desde luego.
– Bien. Me alegra ver que disfrutas de la vida. Los detectives me acaban de contar que la otra noche estuviste cerca.
– Sí, después de lo del SoHo House fue todo de mal en peor.
Lauren dio un paso hacia ella.
– ¿Estás bien?
– Mejor que el malo.
– Mi niña. -Lauren frunció el ceño y separó el cuello de la camisa de su amiga para ver el cardenal que tenía en el cuello-. Yo diría que anduviste muy cerca. Vamos a tomárnoslo con calma, ¿vale? Ya tengo suficientes clientes, no necesito tenerte a ti también.