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– Veré qué puedo hacer -dijo Nikki-. Me has sacado de la cama para esto, será mejor que valga la pena. ¿En qué estás trabajando?

– Doña Desconocida. Como te dije, la encontró en su coche el conductor de la grúa cuando vino a recogerlo esta mañana. Creyó que se había asfixiado con el calor.

– ¿Una desconocida? ¿En un coche?

– Ya, pero es que no lleva carné de conducir. Ni cartera, ni matrícula, ni papeles.

– Dijiste que habías encontrado algo relacionado con mi caso de Matthew Starr.

– Dale a una chica un poco de sexo, y se convertirá en una impaciente.

Nikki enarcó una ceja.

– ¿Un poco?

– Y en una fanfarrona. -La forense le pasó a Nikki un par de guantes. Mientras se los ponía, Lauren fue a la parte de atrás de su furgoneta y sacó una bolsa de plástico transparente. La cogió por una esquina y la levantó para ponérsela a Nikki delante de los ojos.

Dentro había un anillo.

Un anillo en forma de hexágono.

Un anillo que seguramente coincidiría con los cardenales del torso de Matthew Starr.

El anillo que podía haber hecho aquel corte en el dedo de Vitya Pochenko.

– ¿Ha merecido la pena venir hasta aquí? -preguntó Lauren.

– ¿Dónde lo has encontrado?

– Te lo enseñaré. -Lauren devolvió el anillo a su armario de pruebas y llevó a Heat hasta la puerta abierta del Volvo.

– Estaba aquí. En el suelo bajo el asiento delantero.

Nikki observó el cuerpo de la mujer.

– Es un anillo de hombre, ¿no?

La forense le dirigió una mirada larga y seria.

– Quiero que veas una cosa. -Ambas se inclinaron a través de la puerta abierta del coche. Dentro estaba lleno de moscas azules-. Bien, tenemos a una mujer de entre cincuenta y cincuenta y cinco. Es difícil establecer un intervalo de tiempo exacto post mórtem sin hacer las pruebas del laboratorio porque lleva mucho tiempo en el coche con este calor. Yo creo que…

– Y serás condenadamente exacta, como siempre.

– Gracias; basado en el estado de putrefacción, son cuatro o cuatro días y medio.

– ¿Y la causa?

– Incluso con la decoloración que ha tenido lugar en los últimos días, está bastante claro lo que pasó aquí. -La mujer tenía una gruesa cortina de pelo sobre la cara. Lauren utilizó su pequeña regla metálica para separarlo y dejar su cuello a la vista.

Cuando ella vio el cardenal, a Nikki se le secó la garganta y revivió su propio estrangulamiento.

– Estrangulamiento -fue todo lo que dijo.

– Parece que fue alguien desde el asiento de atrás. ¿Ves donde los dedos se entrelazaron?

– Parece como si se hubiera resistido mucho -observó la detective. A la víctima se le había caído uno de los zapatos y tenía los tobillos y las espinillas llenos de arañazos y moratones que se había hecho al golpearse con la parte inferior del salpicadero.

– Y mira -dijo Lauren-, marcas de tacones allí, por la parte de dentro del parabrisas. -El zapato que faltaba estaba roto y descansaba sobre el salpicadero en la parte superior de la guantera.

– Creo que ese anillo pertenece al que la ha estrangulado. Probablemente se le cayó en pleno forcejeo.

Nikki pensó en los últimos momentos de desesperación de la mujer y en su valiente oposición. Ya fuera una víctima inocente, una delincuente a la que le habían ajustado las cuentas, o alguna otra cosa parecida, ante todo era una persona. Y había luchado hasta el final por sobrevivir. Nikki se obligó a mirar la cara a la mujer, simplemente para hacer honor a dicha resistencia.

Y cuando Nikki la miró, vio algo. Algo que la muerte y el paso del tiempo no habían podido ocultar. Las imágenes se arremolinaron en la mente de la detective. Cajeras de supermercado, ejecutivos de crédito bancario, fotos de mujeres de las páginas de sociedad, un antiguo profesor de la universidad, un camarero de Boston. No se le ocurrió nada.

– ¿Podrías…? -Nikki señaló el cabello de la mujer y movió el dedo índice. Lauren utilizó su regla para separarle suavemente todo el pelo de la cara-. Creo que la he visto antes -dijo la detective.

Heat cambió el peso para los talones, se alejó de la mujer unos treinta centímetros e inclinó la cabeza para ponerla en el mismo ángulo que la suya. Y deliberó. Y entonces se dio cuenta. La foto con grano, un ángulo tres cuartos con los muebles caros de fondo y la litografía enmarcada de una piña en la pared. Tendría que comprobarlo para asegurarse, pero maldita sea, la conocía. Miró a Lauren.

– Creo que he visto a esta mujer en el vídeo de la cámara de seguridad del Guilford. En el de la mañana que asesinaron a Matthew Starr.

Su móvil sonó y la sobresaltó.

– Heat -dijo.

– Adivina dónde estoy.

– Rook, no estoy para jueguecitos.

– Te daré una pista. Los Roach recibieron una llamada sobre un robo anoche. Adivina dónde.

Una nube de terror se formó alrededor de ella.

– En el piso de Starr.

– Estoy en el salón. Adivina qué más. Han desaparecido todos los cuadros.

Capítulo 11

Treinta minutos después, la detective Heat salió del ascensor del Guilford en el sexto piso y se dirigió hacia el vestíbulo donde estaba Raley con un poli delante de la puerta abierta del piso de Starr. En el marco de la puerta había una pegatina de las de escenario del crimen y la pertinente cinta amarilla. Amontonados sobre la alfombra del lujoso vestíbulo, al lado de la puerta, había unos envases de plástico con la tapa de cierre a presión y con unas etiquetas en las que se leía «Forense».

Raley la saludó con un gesto de la cabeza y levantó la cinta de la policía. Ella se agachó para pasar por debajo y entró en el piso.

– Santo Dios -exclamó Nikki, girando en redondo sobre sí misma en medio del salón. Levantó la cabeza para observar y miró de arriba abajo las paredes, hasta el techo abovedado, intentando asimilar lo que estaba viendo, aunque perpleja por la imagen. Las paredes estaban completamente desnudas y lo único que quedaba en ellas eran los clavos y los marcos.

Aquella sala había sido el autoproclamado Versalles de Matthew Starr. Y aunque en realidad no era un verdadero palacio, como sala única que era, ciertamente podía considerarse la cámara de un museo con sus paredes de dos pisos de altura adornados por algunas valiosas, si bien no coherentemente seleccionadas, obras de arte.

– Es increíble lo que le sucede al tamaño de una habitación cuando se vacían las paredes.

Rook se le acercó.

– Es verdad. Parece mayor.

– ¿Tú crees? Yo iba a decir que me parecía más pequeña.

Él hizo un rápido movimiento de cejas.

– Supongo que la concepción del tamaño depende de la experiencia personal.

Ella le dirigió a Rook una mirada furtiva en plan «tranquilízate» y le dio la espalda. Cuando lo hizo, Nikki tuvo la certeza de que había visto un rápido intercambio de miradas entre Raley y Ochoa. Bueno, o al menos creía estar segura.

Hizo un forzado paripé para volver al trabajo.

– Ochoa, ¿estamos totalmente seguros de que Kimberly Starr y su hijo no estaban cuando se llevaron todo eso? -La detective necesitaba saber si había un secuestro de por medio.

– El portero de día dijo que se había ido ayer por la mañana con el niño. -Rebuscó entre sus notas-. Aquí está. El portero recibió una llamada para que la ayudara con una maleta de ruedas. Eso fue sobre las diez de la mañana. Su hijo estaba con ella.

– ¿Dijo adónde iban?

– Él les pidió un taxi para Grand Central. Desde allí, no lo sabía.

– Raley, sé que tenemos su número de móvil. Llámala a ver si contesta. Y ten un poco de tacto cuando le des la noticia, ha tenido una semana infernal.