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– Ahora mismo -contestó Raley, que luego señaló con la cabeza al par de detectives del balcón-. Sólo para asegurarme, ¿somos nosotros los que estamos investigando esto, o los de Robos?

– Dios no lo quiera, pero creo que vamos a tener que colaborar. Está claro que es un veintiuno, pero nosotros no podemos excluirlo como parte de nuestra investigación por homicidio. Aún no, de momento. -Sobre todo con el descubrimiento de la Desconocida que aparecía en el vídeo de vigilancia y de un anillo donde ella había muerto que probablemente perteneciera a Pochenko. Hasta un policía novato lo relacionaría. Lo que faltaba era descubrir cómo-. Espero que seáis amables con ellos. Pero no les enseñéis nuestro saludo secreto, ¿vale?

La pareja de Robos, los detectives Gunther y Francis, se mostraron proclives a colaborar, pero no tenían mucha información que compartir. Había claros indicios de que habían forzado la puerta de entrada; habían usado herramientas eléctricas, que obviamente funcionaban con batería, para forzar la puerta principal del piso.

– Aparte de eso -dijo el detective Gunther-, todo parece estar en orden. Tal vez las ratas del laboratorio descubran algo.

– Hay algo que no me encaja -comentó Nikki-. Para llevarse este botín han sido necesarios tiempo y mano de obra. Con apagón o sin él, alguien habrá tenido que ver u oír algo.

– Estoy de acuerdo -corroboró Gunther-. Había pensado que podríamos separarnos y llamar a algunas puertas para saber si alguien había oído algún golpe por la noche.

Heat asintió.

– Buena idea.

– ¿Falta algo más? -preguntó Rook. A Nikki le gustó su pregunta. No sólo porque era inteligente, sino porque la alivió ver que había dejado a un lado las insinuaciones de niño de doce años.

– Todavía lo estamos comprobando -informó Francis-. Obviamente, sabremos algo más cuando la inquilina, la señora Starr, eche un vistazo, pero, hasta ahora, parece que sólo las obras de arte.

Entonces Ochoa hizo lo que todos ellos seguían haciendo: mirar las paredes desnudas.

– Colega, ¿cuánto han dicho que valía esta colección?

– Entre cincuenta y sesenta mil dólares, lo tomas o lo dejas -respondió Nikki.

– Decididamente, parece que se han inclinado por tomarlo -dijo Rook.

Mientras los del Departamento Forense examinaban el piso y los detectives entrevistaban a los residentes, Nikki bajó a hablar con el único testigo presencial, el portero del turno de noche.

Henry estaba esperando tranquilamente con un policía de una patrulla en uno de los sofás del vestíbulo. Se sentó a su lado y le preguntó si estaba bien. Él dijo que sí, como si fuera a decir que no, por muy mal que se sintiera. El pobre viejo había respondido a las mismas preguntas a los primeros que le habían interrogado y luego otra vez a los policías de Robos, pero era paciente y se mostraba cooperante con la detective Heat, contento de poder contarle a alguien su historia.

El apagón se produjo durante su turno, alrededor de las nueve y cuarto. Se suponía que Henry acababa a medianoche, pero su relevo lo llamó sobre las once para decirle que no podía llegar por culpa del apagón. Nikki le preguntó el nombre del hombre, tomó nota y Henry continuó. Se pasó la mayor parte del tiempo de pie en la puerta, porque con el ascensor no operativo y el calor que hacía, la gente que estaba dentro se quedaba dentro, y muchos de los que estaban fuera se habían quedado tirados en algún sitio. Las escaleras y los vestíbulos estaban equipados con luces de emergencia de baja intensidad, pero el edificio no tenía generador auxiliar.

Alrededor de las tres y media de la mañana, una gran furgoneta se detuvo delante de la puerta y él pensó que eran los de ConEd, porque era grande como las que ellos usaban. Cuatro hombres con monos salieron a la vez y lo asaltaron. No vio ninguna pistola, pero llevaban grandes linternas de cinco pilas y uno de los hombres le dio un puñetazo en el plexo solar con ella cuando Henry se les encaró. Lo metieron en el vestíbulo y le ataron las manos a la espalda con cable plástico y también los pies. Nikki aún podía ver algunos restos de cinta adhesiva gris claro en su piel marrón oscura, sobre la boca. Luego le quitaron el teléfono móvil, lo encerraron en la diminuta sala del correo y cerraron la puerta. No podía dar una descripción muy buena porque estaba oscuro y todos llevaban gorras de béisbol. Nikki le preguntó si habían dicho algún nombre o si captó algo inusual en sus voces, como si eran agudas o graves, o si tal vez tenían acento. Respondió que no, porque no los había oído hablar, ninguno de ellos había dicho una palabra. Profesionales, pensó ella.

Henry dijo que los había oído a todos salir más tarde e irse en la furgoneta. Entonces intentó liberarse y golpear la puerta. Lo habían atado demasiado fuerte, así que tuvo que quedarse como estaba hasta que el jefe de mantenimiento llegó y lo encontró allí.

– ¿Y sabe sobre qué hora se marcharon?

– No podría decirle la hora, pero me dio la sensación de que había sido unos quince o veinte minutos antes de que volviera la luz.

Ella escribió: «Se fueron antes del fin del apagón. Cuatro de la mañana, aprox.».

– Piense un momento. ¿Es posible que no tenga muy claras las horas que me ha dado, Henry?

– No, detective. Sé que eran las tres y media cuando llegaron porque, cuando vi detenerse el coche delante de mí, miré el reloj.

– Claro, claro. Eso está bien, nos resulta muy útil. Pero lo que me extraña es su hora de partida. El apagón acabó a las cuatro y cuarto. Si dice que se fueron unos quince minutos antes, eso significa que sólo estuvieron aquí media hora. -Él procesó lo que estaba diciendo y asintió mostrando su conformidad-. ¿Es posible que se hubiera quedado dormido o inconsciente durante ese tiempo y que, tal vez, se marcharan después de las cuatro de la mañana?

– Créame, estuve despierto todo el rato intentando pensar en una forma de salir. -El viejo portero hizo una pausa y se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Señor; ¿se encuentra bien? -Sus ojos se clavaron en el policía que estaba de pie a su lado-. ¿Seguro que no necesita atención médica?

– No, no, por favor, no estoy herido, no es eso. -Él apartó la cara de la de ella y dijo en voz baja -: Llevo trabajando de portero en este edificio más de treinta años. Nunca he visto una semana como ésta. El señor Starr y su pobre familia. Usted, detective, habló con William, ya sabe, el portero del turno de día, sobre aquel día. Aún teme que lo despidan por haber dejado colarse a aquellos tipos aquella mañana. Y ahora, aquí estoy yo. Sé que no es el mejor trabajo del mundo, pero significa mucho para mí. Hay algunos personajes viviendo aquí, pero la mayoría de la gente es muy buena conmigo. Y aunque no lo sean, siempre estoy orgulloso de mi servicio. -No dijo nada por un momento, y luego levantó la vista hacia Nikki con el labio tembloroso-. Yo soy el guardián. Mi responsabilidad es, antes que cualquier otra, asegurarme de que la gente mala no entre aquí.

Nikki le puso una mano en el hombro y le habló con amabilidad.

– Henry, esto no es culpa suya.

– ¿Cómo que no es culpa mía? Era mi turno.

– Lo forzaron, usted no es el responsable, ¿lo entiende? Usted fue la víctima. Hizo todo lo que pudo. -Sabía que sólo lo estaba convenciendo a medias, sabía que seguiría reviviendo aquella noche, preguntándose qué más podría haber hecho-. ¿Henry? -Y cuando volvió a captar su atención de nuevo, Nikki dijo-: Todos lo intentamos. Y por mucho que tratemos de controlar hasta lo más mínimo, a veces suceden cosas malas y no es culpa nuestra. -Él asintió y logró esbozar una sonrisa. Al menos las palabras que el terapeuta de Nikki había usado en su momento con ella hacían a alguien sentirse mejor. Ordenó que un coche patrulla lo llevara a casa.

De vuelta en la comisaría, la detective Heat dibujó una línea roja vertical en la pizarra blanca para hacer un seguimiento por separado pero paralelo del robo. Luego hizo un boceto de la línea cronológica de los acontecimientos empezando por la partida de Kimberly Starr y su hijo, la hora del apagón, la llamada telefónica del portero de relevo, la llegada de la furgoneta y sus ocupantes y su partida justo antes de que volviera la luz.