– Mira hacia arriba, detective, tenemos un mono -dijo.
Heat rodeó el edificio con el corazón a cien. En el hueco entre el taller y el negocio de cristales de coches de la puerta de al lado frenó en seco. Un pequeño trozo de tela pendía del alambre de espino situado sobre el tejado. Nikki se detuvo sobre el hormigón directamente bajo la bandera de tela y miró hacia abajo. Bajo sus zapatos había dos brillantes salpicaduras de sangre.
Se volvió y vio que Raley la miraba desde el patio. Le hizo un gesto con la mano dibujando el arco que había descrito el motero al saltar al tejado de al lado antes de que ella llegara a la puerta de la esquina del edificio. Heat miró a su alrededor y se echó hacia atrás. La acera estaba vacía. Se imaginó que su hombre no saldría por la puerta delantera sino que seguiría allá arriba tanto tiempo como pudiera antes de bajar.
Mientras pasaba corriendo por delante de la fachada de la tienda de cristales para coches, se dijo a sí misma que tenía que dar gracias porque eso fuera una zona industrial y estuvieran en plena ola de calor, ya que ambas cosas hacían que no tuviera que preocuparse por los peatones. El final del edificio hacía esquina con la calle lateral. Pegó la espalda contra el hormigón y notó cómo le calentaba la parte trasera del cuello sobre el chaleco. Nikki se asomó al otro lado de la esquina del edificio. A mitad de la manzana, el motero estaba bajando por un canalón. Los refuerzos estaban llegando, pero estaban a un bloque de distancia. El motero estaba usando ambas manos para deslizarse. Si esperaba más, a él le daría tiempo a llegar a la acera y a tener una mano libre para la pistola.
Heat dobló la esquina con su arma en alto.
– Alto, policía. -No podía creerlo. Rook estaba paseando por la acera entre ella y el motero.
– Eh, que soy yo -dijo.
– Aparta -gritó, y lo empujó hacia un lado. Rook giró sobre sí mismo. Por primera vez vio al hombre bajando por la tubería y se quitó de en medio poniéndose detrás de un camión de reparto de gasolina. Pero para entonces el motero estaba colgado de la tubería con sólo una mano y desenfundó. Heat se escondió detrás de la pared y el disparo pasó de largo, perforando un montón de palés de madera que estaban en la acera.
Entonces oyó las fuertes pisadas de unas botas sobre el pavimento, un juramento en voz alta y el ruido de algo metálico sobre el hormigón. La pistola.
Heat echó un rápido vistazo de nuevo. El motero se encontraba de pie en la acera, de espaldas a ella, agachándose para recoger la pistola que se le había caído. Ella salió de su escondite sujetando su Sig.
– ¡Alto!
Y entonces fue cuando Rook apareció por un lateral y lo atacó por la espalda. Nikki perdió su blanco clarísimo mientras ambos se peleaban en el suelo. Corrió junto a ellos con Raley y el resto de los refuerzos pisándole los talones. Nada más llegar, Rook saltó sobre el tipo y lo apuntó a la cara con su arma.
– Adelante -le dijo-. Necesito practicar.
Después de meter al motero en la parte de atrás de un coche patrulla para llevarlo a la comisaría de Manhattan, Heat, Raley, Rook y los policías de refuerzo doblaron la esquina en tropel para dirigirse al taller de coches. De camino, Rook intentó hablar con Nikki, pero ella estaba aún que echaba humo por su intromisión y se puso en cabeza del grupo, dándole la espalda.
El teniente Marr estaba tomando notas para su informe cuando entraron en el garaje.
– Espero que no le importe que use su vehículo como mesa de oficina -dijo.
– Lo han usado para cosas peores. ¿Están todos detenidos? -preguntó.
– Por supuesto. Nuestros dos conejos están esposados y cargados. Estos otros dos -dijo con un gesto lateral señalando al par que estaba trabajando en el LeBaron- parecen limpios. Creo que su mayor problema es que no van a poder trabajar mañana. Enhorabuena por echarle el guante a tu motero.
– Gracias. Y gracias por el despliegue. Le debo una.
Él se encogió de hombros, restándole importancia.
– Lo que me alegra es que los buenos van a llegar a casa sanos y salvos esta noche para cenar. -Dejó su carpeta sobre el techo del coche-. Y ahora, detective, no sé usted, pero yo quiero echar un vistazo dentro de ese furgón.
Marr y Heat guiaron al resto hacia el patio lateral, donde el sol que rebotaba en la furgoneta les llegó como si se tratara de un horno para pizzas. El teniente dio la orden, y uno de los oficiales de su patrulla se subió al parachoques trasero y abrió la puerta de doble hoja. Cuando las puertas se separaron, a Nikki se le cayó el alma a los pies.
Aparte de un montón de mantas acolchadas de mudanza, no había nada en el furgón.
Capítulo 13
En la sala de interrogatorios de la comisaría, el motero, Brian Daniels, parecía tener más interés en la gasa de la parte trasera superior de su brazo, que en la detective Heat.
– Estoy esperando -dijo ella. Pero él la ignoró mientras se contorsionaba enganchando la barbilla en el hombro para volverse y ver el vendaje bajo la manga rasgada por la parte de atrás de su camiseta.
– ¿Esta mierda sigue sangrando? -preguntó. Se volvió para poder verlo en el espejo, pero estaba demasiado lejos para que funcionara y lo dejó, dejándose caer en la silla de plástico.
– ¿Qué ha pasado con los cuadros, Brian?
– Doc. -Sacudió su cabello gris plomo. Cuando lo ficharon se quitó la goma de la cola de caballo y el pelo le colgaba por la espalda como una cascada contaminada-. Brian es para Hacienda y para Tráfico. Llámeme Doc.
Ella se preguntó cuándo habría sido la última vez que aquel pedazo de mierda había pagado algún impuesto o la cuota del carné de conducir. Pero Nikki se guardó el pensamiento para sí y se ciñó al guión.
– Cuando se fueron del Guilford anoche, ¿adonde llevaron la colección de arte?
– No tengo ni idea de qué demonios está hablando, señorita.
– Estoy hablando sobre lo que había en ese furgón.
– ¿Sobre las mantas? Todas suyas -resopló, se rió y se hizo un nudo para mirar de nuevo la herida que se había hecho con el alambre de espino en el brazo.
– ¿Dónde estuvo anoche entre las doce y las cuatro?
– Maldita sea, ésta era mi camiseta preferida.
– ¿Sabe una cosa, Doc? No sólo es usted un pésimo tirador, sino que también es estúpido. Después de su numerito de circo de esta mañana, tiene los cargos suficientes en su contra como para hacer que su estancia en Sing Sing parezca un fin de semana en el Four Seasons.
– ¿Y?
– Y… ¿Quiere ver cómo aumenta su condena? Siga actuando como un gilipollas. -La detective se levantó-. Le daré un poco de tiempo para que reflexione sobre ello. -Alzó su expediente-. A juzgar por esto, ya sabe lo que es el tiempo -dijo, y salió de la habitación para que él se pudiera quedar allí sentado imaginando su futuro.
Rook estaba solo en la oficina abierta cuando ella entró, y no parecía muy contento.
– Oye, gracias por dejarme tirado en la pintoresca Long Island City.
– Ahora no, Rook. -Ella pasó apresuradamente de largo y se dirigió hacia su mesa.
– Tuve que hacer todo el camino hasta aquí sentado en el asiento de atrás de un coche patrulla. ¿Sabes qué significa eso? La gente de los otros coches me miraban como si estuviera detenido. Tuve que saludarlos con la mano un par de veces para que vieran que no llevaba esposas.
– Lo hice para protegerte.
– ¿De qué?
– De mí.
– ¿Por qué?
– Pues por no escuchar, para empezar.
– Me cansé de estar allí de pie, solo. Imaginé que ya habríais terminado, así que fui a ver cómo había ido.
– E interferiste con mi sospechoso.
– Pues claro que interferí. Ese tipo quería dispararte.