Heat siguió su mirada hacia la esquina, donde un corpulento hombre agarraba a Kimberly Starr por los hombros y la lanzaba contra un escaparate. Se oyó un estruendo, pero el cristal no se rompió.
Nikki salió corriendo con los otros tres pisándole los talones. Agitó su placa y gritó a los peatones que se apartasen mientras zigzagueaba entre la multitud que acababa de salir de trabajar. Raley cogió su radio y pidió refuerzos.
– ¡Alto, policía! -gritó Heat.
En la fracción de segundo de sorpresa del agresor, Kimberly le lanzó una patada a la ingle que no alcanzó su objetivo. El hombre se dio a la fuga y ella cayó retorciéndose sobre el asfalto.
– Ochoa -ordenó Heat, señalando a Kimberly mientras ella pasaba de largo. Ochoa se detuvo para atenderla.
Raley y Rook siguieron a Heat, esquivando coches en el cruce de la 77. Un autobús turístico hizo un giro no permitido y les bloqueó el paso. Heat rodeó corriendo la parte trasera del vehículo, atravesando una nube de humo del tubo de escape para salir a la acera adoquinada que rodeaba el complejo del museo.
Ni rastro de él. Redujo su carrera a un trote y luego a un paso ligero cruzando desde Evelyn hasta la 78. Raley estaba aún hablando por la radio tras ella, dando su localización y la descripción del hombre: «… varón caucásico, treinta y cinco, poco pelo, metro ochenta y cinco, camisa blanca de manga corta, vaqueros…».
En la 81 con Columbus, Heat se detuvo y giró en redondo. El reflejo del sudor hacía brillar su pecho dibujando una «V» en la parte delantera de su camiseta. La agente no mostraba signos de fatiga, sólo de estar en estado de alerta, mirando en todas direcciones, tratando de avistar al hombre, aunque fuera de lejos, para salir corriendo de nuevo.
– No estaba en tan buena forma -dijo Rook, jadeando ligeramente-. No puede haber ido muy lejos.
Ella se giró hacia él, un poco impresionada por encontrarlo aún allí. Y también ligeramente contrariada.
– ¿Qué demonios estás haciendo aquí, Rook?
– Cuatro ojos ven más que dos, detective.
– Raley, yo cubriré Central Park West y rodearé el museo. Tú coge la 81 hasta Amsterdam y da la vuelta por la 79.
– Allá voy. -Atravesó a contracorriente la multitud del centro de la ciudad en Columbus.
– ¿Y yo qué?
– ¿No se te ha ocurrido pensar que puede que en este momento esté demasiado ocupada para hacer de canguro? Si quieres servir de ayuda, coge ese par de ojos extra y vete a ver cómo está Kimberly Starr.
Lo dejó en la esquina sin mirar atrás. Heat necesitaba toda su concentración y no quería interferencias, no por parte de él. Esa carrera ya estaba siendo demasiado agotadora. ¿Y qué pasaba con la historia aquella del balcón? Lo de acercarse a su cara como en un anuncio de colonia de Vanity Fair, uno de esos anuncios que prometen el tipo de amor que la vida nunca parece proporcionar. Menos mal que se largó de aquel pequeño cuadro. Aun así, se preguntaba si tal vez había sido un poco dura con él.
Se dio la vuelta para ver dónde estaba Rook. Al principio no conseguía verlo, pero luego lo localizó hacia la mitad de Columbus. ¿Qué demonios estaba haciendo agachado tras aquella maceta? Parecía estar espiando a alguien. Ella saltó la valla del parque para perros y atajó por el césped, a paso vivo, hacia donde estaba él. Entonces vio al señor Camisa Blanca y Vaqueros saliendo del contenedor de la entrada trasera del complejo del museo. Ella echó a correr hacia allí. Rook estaba delante y se quedó de pie tras su maceta. El tipo lo esquivó y salió volando hacia el acceso para vehículos, desapareciendo en el túnel de servicio. Nikki Heat lo llamó, pero Rook ya estaba corriendo para meterse en la entrada subterránea tras el agresor.
Ella soltó una maldición y saltó la reja del otro extremo del parque para perros para seguirlos.
Capítulo 2
Los pasos de Nikki Heat resonaban tras ella por el túnel de hormigón mientras corría. El pasadizo era ancho y alto, lo suficientemente grande para que entraran camiones con los materiales para las exposiciones de los dos museos del complejo: el Museo Americano de Historia Natural y el Centro Rose de la Tierra y el Espacio, o lo que es lo mismo, el Planetario. La luz anaranjada de las lámparas de vapor de sodio aportaba una buena iluminación, aunque ella no podía ver lo que estaba sucediendo más allá, al otro lado de la curva de la pared. Tampoco se cruzó con ningún otro visitante y, al girar, supo por qué.
El túnel no tenía salida, acababa en un muelle de carga y allí no había nadie. Subió a grandes zancadas hasta la plataforma de carga, en la que había dos puertas: una para el Museo de Historia Natural a la derecha, y otra para el Planetario a la izquierda. Hizo una elección zen y empujó la barra de la puerta del Museo de Historia Natural. Estaba cerrada. Al infierno el instinto, se guiaría por el proceso de eliminación. La puerta que daba al muelle de carga del Planetario se abrió. Empuñó su pistola y entró.
Heat entró en posición weaver, manteniendo la espalda pegada a una hilera de cajas. Su entrenador de la academia la había instruido para usar la isósceles, más cuadrada y sólida, pero en sitios pequeños en los que tenía que hacer muchos giros no le hacía caso y adoptaba la posición que le permitía moverse mejor y que la ponía menos a tiro. Registró la sala con rapidez, sobresaltándose sólo una vez por un traje espacial del Apolo que estaba colgado de un viejo expositor. En la esquina más alejada encontró una escalera de servicio. Cuando se estaba acercando, alguien abrió arriba bruscamente una puerta golpeándola contra una pared. Antes de que se cerrara de un portazo, Heat empezó a subir de dos en dos los escalones.
Apareció en medio de una marea de visitantes que deambulaban por la planta baja del Planetario. Un monitor de campamento pasó a su lado liderando un grupo de niños con camisetas idénticas. La detective enfundó el arma antes de que aquellos jóvenes ojos se quedaran alucinados con su pistola. Heat caminó entre ellos con los ojos entornados ante la deslumbrante blancura de la entrada del Planetario y echó un rápido vistazo en busca de Rook o del agresor de Kimberly Starr. Sobre un meteorito del tamaño de un rinoceronte divisó a un guardia de seguridad con su radio que señalaba algo: era Rook, que estaba saltando un pasamanos y trepando por una rampa que rodeaba la entrada y discurría en espiral hasta el piso de arriba. A mitad de la rampa, la cabeza de su sospechoso surgió por encima de la reja para mirar hacia atrás y comprobar dónde estaba Rook. Luego empezó a correr con el periodista persiguiéndolo.
El cartel decía que estaban en el Camino Cósmico, un camino en espiral de trescientos sesenta grados que marcaba la cronología de la evolución del universo en la longitud de un campo de fútbol. Nikki Heat recorrió trece mil millones de años a una velocidad récord. En la parte superior de la rampa, mientras sus cuadriceps protestaban, se detuvo para echar otro vistazo. Ni rastro de ninguno de los dos. Entonces oyó gritar a la multitud.
Heat puso una mano en la funda de su pistola y orbitó bajo la gigante esfera central para ver el elenco del espectáculo espacial. La multitud, alarmada, se apartaba, alejándose de Rook, que estaba en el suelo recibiendo patadas en las costillas por parte de su hombre.
El agresor retrocedió para darle otra patada, y al efectuar el cambio de apoyo, Heat se le acercó por detrás y le puso la zancadilla. Cayó cuan largo era sobre el suelo de mármol. Lo esposó a la velocidad del rayo y la multitud estalló en aplausos.
Rook se sentó.
– Estoy bien, gracias por tu interés.
– Buen trabajo haciéndole disminuir la velocidad así. ¿Era así como rodabais en Chechenia?
– El tío me saltó encima cuando tropecé con eso -dijo, señalando una bolsa de la tienda del museo bajo sus pies. Rook la abrió y sacó un pisapapeles de cristal artístico que representaba un planeta-. Mira esto, me he tropezado con Urano.