– Y segundo, tenías razón. Había unas huellas por fuera de aquellas ventanas que daban a la salida de incendios. Y sabemos de quién.
– Claro -dijo Rook.
La detective se sentó un momento a reflexionar.
– Bien. Así que tenemos una pista que apunta a que Pochenko tiró a Matthew Starr por el balcón, y tenemos otra que nos dice que, en cierto momento, intentó sin éxito entrar por una ventana. -Volvió a la pizarra y escribió el nombre de Pochenko al lado de «tejido». En un espacio en blanco escribió «¿acceso?» y lo rodeó con un círculo.
Mientras estaba allí de pie, pasándose el rotulador de una mano a otra, una nueva costumbre de la que se había dado cuenta, su mirada iba de la foto del anillo hexagonal a las marcas del torso de Matthew Starr.
– Detective Raley, ¿hasta dónde estás de visionar el vídeo de la cámara de vigilancia del Guilford?
– ¿Hasta las narices?
Ella le puso una mano en el hombro.
– Entonces vas a odiar tu siguiente tarea. -Retiró la mano y la secó discretamente en el muslo.
Ochoa se rió entre dientes y tarareó la canción de Bob Esponja.
Mientras Raley desenterraba y ponía el vídeo de vigilancia, Heat hizo su llamada de rigor y su ronda en el ordenador para comprobar los hurtos, asaltos y robos en cajeros automáticos para ver si los últimos informes le daban alguna idea de dónde podía estar Pochenko. No había ni rastro de él desde el robo en el supermercado. Un amigo de Nikki, un policía de Narcóticos que estaba infiltrado en los barrios rusos de Brighton Beach, tampoco había descubierto nada. Heat se dijo a sí misma que estas comprobaciones compulsivas eran un buen trabajo de detective, ya que el éxito dependía en gran medida de diligencias para tontos. Pero en el fondo de su corazón no le gustaba en absoluto la idea de que hubiera un hombre peligroso suelto por ahí, que se lo había tomado de forma personal con ella y se le había escabullido. Eso menoscababa la apreciada habilidad de la detective Heat para mantenerse al margen de los aspectos emocionales de su trabajo en un caso. Después de todo, se suponía que ella debía ser la policía, no la víctima. Nikki se permitió momentáneamente pisar el césped de lo puramente humano, y luego volvió al camino.
¿Adónde habría ido? Un hombre como ése, grande y llamativo, herido, a la fuga, sin poder volver a su casa, se tendría que convertir en carroñero en algún momento. A menos que tuviera algún sistema de apoyo y algún dinero escondido, su presencia se notaría en algún lugar. Tal vez los tenía. Tal vez. No le daba esa impresión. Colgó el teléfono tras la última llamada, y se quedó mirando fijamente a la nada.
– Quizá haya entrado en uno de esos reality shows en los que se llevan a los participantes a alguna isla desierta a comer bichos y gritarse unos a otros -observó Rook-. Ya sabes, algo así como «Soy un asesino idiota, sacadme de aquí».
– Solo y con sacarina, ¿no? -Nikki puso un café sobre la mesa de Raley.
– Vaya, gracias, te lo agradezco. -Raley estaba escudriñando el vídeo de vigilancia del vestíbulo del Guilford-. A menos que signifique que me voy a tener que pasar otra noche en vela así.
– No, esto no nos llevará mucho tiempo. Pásalo hasta Miric y Pochenko, y pónmelo a cámara lenta. -Raley tenía mucha experiencia en esa parte y encontró el punto exacto en el que entraban de la calle-. Bien, cuando veas a Pochenko, páralo.
Raley congeló la imagen e hizo un zoom sobre la cara del ruso.
– ¿Qué estamos buscando?
– Eso no -dijo ella.
– Pero querías que congelara este fotograma.
– Exacto. ¿Y qué hemos estado haciendo? Centrarnos sólo en su cara para identificarlo, ¿cierto?
Raley la miró y sonrió.
– Ah, ya lo pillo -retiró el zoom sobre la cara de Pochenko y reconfiguró la imagen.
A Nikki le gustó lo que estaba viendo.
– Exacto, ahí le has dado. Raley, lo pillas rápido. Sigue así, a partir de ahora te dejaré visionar todos los vídeos de las cámaras de vigilancia.
– Has calado mi intención de convertirme en el zar del vídeo de la comisaría. -Se movió con el ratón hasta la otra parte del fotograma congelado y lo arrastró para hacer un zoom. Cuando consiguió lo que quería, se recostó en la silla.
– ¿Qué tal así? -preguntó.
– No más llamadas, por favor. Tenemos un ganador.
La mano de Pochenko llenaba toda la pantalla. Y en ella se veía bastante bien su anillo hexagonal, el mismo que Lauren le había enseñado en el depósito.
– Guárdalo e imprímemelo, zar Raley.
Minutos después, Heat añadía la foto del anillo de Pochenko a la galería cada vez mayor de la pizarra. Rook estaba de pie, apoyado en la pared, asimilándolo, y levantó la mano.
– ¿Se me permite hacer una pregunta?
– Rook, un día de éstos llamaré para hacer una pregunta a uno de tus amagos de comedia nocturna con micrófono abierto.
– Lo interpretaré como un sí.
Se dirigió hasta la pizarra y señaló las fotos de la autopsia de Matthew Starr donde se veía su torso.
– ¿Qué dijo exactamente tu amiga del Departamento Forense sobre los cardenales de los puñetazos y el anillo?
– Tiene nombre, se llama Lauren, y dijo que todos los cardenales del torso tenían la marca del anillo excepto uno. Mira. -Señaló cada uno de ellos-. Cardenales con el anillo: aquí, aquí, aquí y aquí.
Rook señaló uno de los cardenales.
– Menos éste de aquí, un puñetazo, la misma mano, sin la marca del anillo.
– Tal vez se lo quitó -aventuró Nikki.
– Disculpe, detective, ¿quién es aquí el especulador? -Nikki sacudió la cabeza. Odiaba que fuera tan mono. Lo odiaba. Él continuó-: Pochenko tenía el anillo puesto cuando él y Miric fueron a «sugerirle» a Starr que pagara su deuda, ¿no? -Rook dio un puñetazo al aire-. Pim, pam, pum. Dile a Raley que eche de nuevo un vistazo a ese vídeo y apuesto a que Pochenko sigue llevando el anillo al salir.
Heat gritó hacia el otro lado de la sala.
– ¿Raley?
Raley contestó con un «te odio» y volvió a poner el vídeo para revisarlo.
– Cuando se marcharon, la tasadora de arte llegó para su cita y se fue. Ésta es mi especulación -dijo Rook-. Este moratón de aquí, el que no tiene la marca, se lo hicieron después, cuando Pochenko volvió por la tarde para matar a Matthew Starr. Pochenko no llevaba puesto el anillo porque lo perdió durante la refriega en el coche mientras estrangulaba a Barbara Deerfield.
Heat se mordió el labio inferior, pensativa.
– Todo eso está muy bien, de hecho es muy probable.
– Entonces, ¿no crees que he justificado la hora de la muerte de Barbara Deerfield?
– En eso ya estoy de acuerdo contigo. Pero está desestimando un punto incluso más importante, señor reportero.
– Que es…
– Que es un gran por qué -dijo la detective-. Si hay una conexión entre esos dos asesinatos, ¿por qué Pochenko mató primero a Barbara Deerfield? Es una pregunta sobre el móvil. Si vas hacia atrás desde el móvil, normalmente te encuentras con un asesino.
Rook miró la pizarra, y luego de nuevo a ella.
– ¿Sabes? Mick Jagger nunca me hizo trabajar tanto.
Pero ella no pareció oírlo. Heat estaba centrada en Ochoa, que acababa de entrar en la sala.
– ¿Ya ha llegado? -preguntó. Ochoa levantó algunos papeles doblados-. Estupendo.
– ¿Qué pasa? -quiso saber Rook.
– Hay quien espera a que lleguen los barcos, yo espero órdenes judiciales. -Heat se encaminó hacia su mesa y cogió su bolso-. Si prometes ser un chico bueno esta vez, te dejaré venir para que veas cómo arresto a alguien.
Heat y Rook subieron las escaleras del lúgubre edificio de apartamentos y giraron en el rellano del segundo piso. Era un antiguo dúplex de arenisca de color café rojizo desvaído de Hell's Kitchen en el que a alguien se le ocurrió que podía invertir un poco de pintura, porque todo estaba pintado en lugar de arreglado. A aquella hora del día, el aire rezumaba una combinación de olor a desinfectante y comida. Y el calor sofocante no hacía más que convertirlo en una experiencia más táctil.