– ¿Estás segura de que él está aquí? -dijo Rook en un susurro. Aun así, su voz resonó como en la cúpula de una catedral.
– Segurísima -replicó ella-. Llevamos vigilándolo todo el día.
Nikki se detuvo en el apartamento 27. Habían pintado los números de latón por encima hacía mucho tiempo. Una gota fosilizada de esmalte verde claro formaba una lágrima al lado del 7. Rook estaba de pie justo en frente de la puerta. Nikki lo cogió por la cintura y lo echó hacia un lado.
– Por si dispara. ¿Nunca has visto Policías? -Ella se situó en el lado opuesto-. Y ahora espera aquí fuera hasta que yo dé vía libre.
– Para eso podía haber esperado en el coche.
– Aún puedes.
Él lo sopesó, dio medio paso hacia atrás y se apoyó en la pared con los brazos cruzados. Heat llamó.
– ¿Quién es? -dijo una voz sorda desde dentro.
– Policía de Nueva York. Gerald Buckley, abra la puerta, tenemos una orden judicial. -Nikki contó brevemente hasta dos, se volvió y abrió la puerta de una patada. Desenfundó y entró en el apartamento. Cuando la puerta rebotó, le dio un golpe con el hombro mientras entraba-. ¡Alto!
Pudo ver brevemente a Buckley desapareciendo en el vestíbulo. Se aseguró de que la sala estaba vacía antes de seguirlo, y en un breve lapso de tiempo, antes de entrar en el dormitorio, él ya había tenido tiempo para sacar una pierna por la ventana. A través de las cortinas pudo ver a Ochoa esperándolo en la escalera de incendios. Buckley se detuvo y empezó a entrar de nuevo. Nikki lo ayudó por sorpresa, pistola en mano y tirando de él hacia atrás por el cuello de la camisa.
– Caray -dijo Rook, impresionado.
Nikki se volvió y lo vio en el dormitorio, detrás de ella.
– Pensaba que te había dicho que te quedaras fuera.
– Ahí fuera huele fatal.
Heat volvió a centrar su atención en Buckley, que estaba tumbado boca abajo en el suelo, y le puso las manos detrás de la espalda.
Gerald Buckley, el deshonrado portero del Guilford, estaba al cabo de unos minutos sentado con las manos esposadas en su propia salita. Nikki y Rook se acomodaron cada uno a un lado de él, mientras los Roach buscaban su sitio.
– No sé por qué están obsesionados conmigo -dijo-. ¿A eso se dedican cada vez que hay un robo en algún sitio, a fastidiar a los tíos que trabajan allí por casualidad?
– No lo estoy fastidiando, Gerald -dijo Heat-. Lo estoy arrestando.
– Quiero un abogado.
– Y lo tendrá. Usted también va a necesitar uno. Su amigo el motero, ¿Doc? Él… No quiero decir «tiró la piedra», suena demasiado a Starsky y Hutch. -Las digresiones de Nikki le estaban molestando, lo que hizo que ella quisiera hacer aún más: desquiciarlo, tratar de que soltara la lengua-. Seamos más civilizados, digamos que él le ha implicado en una declaración jurada.
– Yo no conozco a ningún motero.
– Qué interesante. Porque Doc, que es motero, por cierto, dice que usted fue el que lo contrató para llevar a cabo el robo en el Guilford. Dice que lo llamó para que se diera prisa cuando hubo el apagón. Usted le pidió que reuniera un equipo para entrar en el apartamento de Starr y robar todas las obras de arte.
– Gilipolleces.
– Es difícil reunir un equipo para un trabajo grande avisando con tan poco tiempo, Gerald. Doc dice que no eran suficientes y que lo llamó para que fuera el cuarto para hacer el trabajo. Razón por la cual supongo que tuvo que llamar a Henry para decirle que no podía hacer su turno. Me encanta la ironía. Tuvo que llamarlo y decirle que no iba a poder ir a trabajar porque tenía que ir allí a hacer un trabajo. ¿Capta la ironía Gerald?
– ¿Por qué están destrozando mi casa? ¿Qué buscan?
– Algo que pueda complicarle la vida -dijo Heat. Raley apareció en el umbral de la puerta, levantó un revólver, y continuó la búsqueda-. Eso podría valer. Espero que tenga permiso, o esto podría convertirse en una visita incómoda.
– Zorra.
– Ya lo sabe -dijo ella, sonriendo. Giró la cabeza y se quedó allí sentada-. Tenemos mucho de que hablar.
Ochoa la llamó desde la sala de estar.
– ¿Detective Heat? -Raley vino a sustituirla con el prisionero y Nikki se disculpó.
Buckley miró a Rook.
– ¿Y usted qué mira? -preguntó.
– A un hombre haciéndose mucha caca.
Ochoa estaba de pie en el extremo del sofá y había abierto la puerta del mueble bar. Señaló hacia dentro.
– He encontrado esto escondido detrás del licor de menta y de unas botellas de ginebra -dijo, levantando una cámara con su mano enguantada. Una cámara réflex digital de las caras.
– Compruébalo. -Le dio la vuelta al cuerpo de la cámara para poder leer la pequeña etiqueta rectangular de inventario con el código de barras y un número de serie en la parte inferior. Y una frase impresa sobre el código, que decía: «Propiedad de Sotheby's».
Capítulo 15
Jameson Rook estaba de pie en la sala de observación de la comisaría mirando fijamente la sala de interrogatorios donde esperaba Gerald Buckley, dedicado en cuerpo y alma a hurgarse la nariz. La puerta se abrió y se cerró detrás de Rook. Nikki Heat se colocó a su lado y miró a través de la ventana con él.
– Encantador.
– ¿Sabes qué es lo peor? No puedo apartar la vista. -De hecho, Rook continuó mirando mientras dijo-: ¿No saben que hay gente mirando al otro lado del espejo? Y al tío ya le debe de gustar, esposado y todo.
– ¿Estás muy cansado?
– Sí.
– Sotheby's confirma que el número de serie de la cámara se corresponde con el de Barbara Deerfield. La tarjeta de memoria está llena de fotos que ella hizo a la colección de arte de Starr.
– ¿Esa mañana? -preguntó-. Las fotos llevarán la hora impresa.
– Vaya, asombrosamente bien. Parece que alguien lo va pillando -Él hizo una pequeña reverencia, y ella continuó-: Sí, de esa mañana. Raley está copiando todas las fotos en su disco duro.
– Raley, el nuevo rey multimedia.
– Creo que era zar.
– Entonces eso significa que Buckley estaba allí cuando la mataron, o que Pochenko le dio la cámara más tarde. -Se volvió hacia ella-. ¿O estoy ofendiendo tus metódicas maneras con mis imprudentes especulaciones?
– No. La verdad es que esta vez estoy contigo, escritor. Sea como sea, esa cámara relaciona a Buckley con Pochenko. -Se dirigió hacia la puerta de la sala de interrogatorios-. Veamos si consigo que me diga cómo.
Iba ya a abrir la puerta, cuando Ochoa entró desde el vestíbulo.
– Su abogado acaba de llegar.
– ¿Sabes? Me había parecido oír el camión de la basura.
– Puede que tengas un poco de tiempo. No sé cómo su maletín se perdió cuando pasó por seguridad.
– Ochoa, perro viejo.
– Guau.
Buckley se enderezó cuando la detective Heat entró, señal de que sabía que aquello no era la entrevista preliminar que él había tenido antes en la misma sala. Intentó tener aspecto desafiante, pero su concentración en ella, intentando interpretar lo grave que era aquello, le dijo a Nikki que caería en algún momento. Tal vez no en aquella reunión, pero caería. Cuando tenían esa mirada, todos acababan por venirse abajo.
– La zorra ha vuelto -dijo ella, reclinándose en la silla. Nikki tenía prisa. La abogada llegaría muy pronto, lo sabía. Pero ella tenía que jugar su mano de cartas. La reveladora cara de Buckley lo había traicionado; ella no iba a igualar el marcador demostrando su impaciencia. Así que se volvió a sentar con los brazos cruzados, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Él se humedeció los labios nerviosamente. Tan pronto como vio que se pasaba la lengua seca por las encías, empezó-: ¿Le molestaría que le dijera que usted no me parece el típico ladrón de arte? Me lo puedo imaginar haciendo un montón de cosas, traficando con drogas, robando un coche, yéndose sin pagar. ¿Pero organizando un robo de arte multimillonario? Lo siento, pero no lo veo. -La detective se levantó y se inclinó hacia él-. Usted llamó a Doc, el motero, para que consiguiera un equipo de gente para el robo, pero alguien tuvo que llamarlo a usted antes, y quiero saber quién fue.