– Ha salido de la nada -dijo ella.
– Un truco que me ha servido de mucho. Desaparecer tan sigilosamente es un talento menguante, siento decir. Aunque ha dejado paso a una cómoda jubilación. -Señaló su sala de exposición y venta-. Por favor, usted primero. -Mientras cruzaban la gruesa alfombra oriental, añadió-: No me dijiste que ibas a venir con una detective de la policía.
Nikki se detuvo en seco.
– Yo no he dicho que fuera detective.
El anciano se limitó a sonreír.
– No estaba seguro de que quisieras verme si te lo decía, Casper -se disculpó Rook.
– Probablemente no. Y lo que me habría perdido. -Si viniera de cualquier otra persona, aquello habría sido un ridículo piropo fuera de lugar. En lugar de eso, el elegante hombrecillo la hizo ruborizarse-. Siéntese.
Casper esperó hasta que ella y Rook se acomodaron en un sofá de pana azul marino antes de doblarse sobre su orejera de piel verde. Pudo ver la forma de una aguda rótula a través de sus pantalones de lino cuando cruzó las piernas. No llevaba calcetines, y sus zapatillas parecían hechas a medida.
– He de decir que es tal y como me lo imaginaba.
– Cree que mi artículo te hacía parecer elegante -dijo Rook.
– Por favor, esa vieja etiqueta. -Casper se volvió hacia ella-. No es nada, hágame caso. Cuando se llega a mi edad, la definición de elegante es haberse afeitado por la mañana. -Ella percibió el brillo de sus mejillas bajo la luz de la lámpara-. Pero uno de los personajes más excelsos de Nueva York no tiene tiempo para venir aquí simplemente de visita. Y como no llevo esposas ni me están leyendo mis derechos, puedo suponer, sin temor a equivocarme, que mi pasado no me ha alcanzado.
– No, no se trata de nada de eso -dijo ella-. Y sé que está retirado.
Él respondió encogiéndose ligeramente de hombros y abrió la palma de una de sus manos, tal vez con la esperanza de que ella creyera que él era aún un ladrón de arte y un asaltador de viviendas. Y, de hecho, al menos consiguió que se quedara con la duda.
– La detective Heat está investigando el robo de unas obras de arte -dijo Rook.
– Rook dice que usted es la persona apropiada para hablar sobre ventas de arte importantes en la ciudad. Oficiales o extraoficiales. -De nuevo volvió a responder encogiéndose de hombros y haciendo un gesto con la mano. Nikki decidió que el hombre tenía razón, ella no solía ir de visita a la casa de gente, así que se lanzó en picado-. Durante el apagón alguien asaltó el Guilford y robó toda la colección de Matthew Starr.
– Vaya, me encanta. Llamar colección a ese sobrevalorado batiburrillo. -Él cambió de postura y volvió a cruzar sus huesudas rodillas.
– Bien, veo que la conoce -dijo ella.
– Por lo que yo sé, más que una colección es una ensalada Cobb de vulgaridad.
Heat asintió.
– He oído comentarios parecidos. -Le alargó un sobre-. Éstas son copias de fotos de la colección hechas por una tasadora.
Casper ojeó rápidamente las fotos con manifiesto desdén.
– ¿Quién es capaz de juntar a Dufy con Severini? Sólo le falta un torero o un payaso sobre terciopelo verde.
– Puede quedárselas. Tal vez pueda echarles un vistazo o enseñarlas por ahí y si se entera de que alguien quiere vender alguna de las piezas, quizá pueda hacérmelo saber.
– Ésa es una petición complicada -admitió Casper-. De un lado u otro de la ecuación podría involucrar a amigos míos.
– Lo entiendo. El comprador no me interesa demasiado.
– Por supuesto. Usted quiere al ladrón. -Dirigió su atención hacia Rook-. Los tiempos no han cambiado, Jameson. Todavía siguen persiguiendo al que asume todos los riesgos.
– La diferencia es que quien haya hecho eso, probablemente habrá hecho algo más que robar arte -replicó Rook-. Cabe la posibilidad de que haya cometido un asesinato, o tal vez dos.
– No estamos seguros, para ser sinceros -intervino Heat.
– Vaya, vaya. Una persona honesta. -El elegante y anciano ladrón dirigió a Nikki una larga mirada de valoración-. Muy bien. Conozco a uno o dos marchantes de arte poco ortodoxos que pueden servir de ayuda. Les haré un par de preguntas como favor a Jameson. Además, nunca viene mal pagar con un poco de buena voluntad a la gendarmería.
Nikki se inclinó para recoger su bolso y empezó a darle las gracias, pero cuando levantó la vista había desaparecido.
– Yo creo que sus salidas siguen siendo grandiosas -exclamó Rook.
Nikki estaba de pie en la sala de descanso de la comisaría mirando fijamente a través del cristal de la puerta del microondas el cartón de arroz frito con cerdo a la barbacoa. Reflexionó -y no era la primera vez- sobre cuánto tiempo pasaba en aquel edificio mirando a través de ventanas esperando resultados. Si no era a sospechosos a través de las de salas de interrogatorios, era a las sobras a través de la del microondas.
Sonó el pitido y sacó el cartón rojo humeante con el nombre del detective Raley escrito con rotulador en dos de las caras con triple exclamación incluida. Si realmente le importara, se lo habría llevado a casa. Y luego pensó en el glamour de la vida de policía. Acabar la jornada laboral con más trabajo y cenando unas sobras que ni siquiera son tuyas.
Por supuesto, Rook había intentado presionarla para quedar para cenar. Obviamente, la ventaja que le proporcionaba su generosa oferta de involucrar a Casper era que la reunión había acabado a la hora de la cena y que, incluso en una noche húmeda y desagradable, no había nada como sentarse al aire libre en el Boat Basin Café con unos cestos de hamburguesas carbonizadas, un cubo galvanizado de Coronitas plantadas en hielo y la vista de los veleros en el Hudson.
Le dijo a Rook que tenía una cita. Cuando él consiguió recomponer su expresión, apostilló que era en la oficina con la pizarra. Nikki no quería torturarlo. Bueno, sí quería, pero no de ese modo.
En la tranquilidad de la oficina vacía, sin teléfonos ni visitas que la interrumpieran, la detective Heat contempló nuevamente los hechos escritos delante de ella en el paisaje de la enorme pizarra esmaltada como de porcelana. Hacía sólo una semana, se había sentado en esa misma silla con ese mismo panorama nocturno tardío. Esta vez tenía más información para examinar. La pizarra estaba llena de nombres, líneas cronológicas y fotografías. Desde su anterior noche de deliberación silenciosa, se habían producido dos delitos más. Tres, contando el ataque de Pochenko hacia ella.
– Pochenko -musitó-, ¿dónde te has metido?
Nikki reflexionaba. Era cualquier cosa menos mística, pero creía en el poder del subconsciente. Bueno, al menos del suyo. Se imaginó su mente como si fuera una pizarra en blanco, y la borró. Al hacerlo, se abrió a lo que tenía ante ella y a cualquier diseño que pudieran formar hasta ahora las pruebas. Sus pensamientos flotaban. Apartó de un plumazo los que no venían a cuento y se ciñó al caso. Quería una corazonada. Quería descubrir algo que le hablara. Y quería saber qué se le había pasado por alto.
Se dejó llevar, planeando sobre los días y las noches del caso usando su gran pizarra como guía Fodor de viaje. Vio el cadáver de Matthew Starr en la acera y volvió a visitar a Kimberly rodeada de arte y opulencia con su pena de falsa adolescente; se vio a sí misma entrevistando a las personas que habían formado parte de la vida de Starr: rivales, asesores, su corredor de apuestas con el matón ruso, su amante, los porteros del edificio. La amante. Algo que había dicho la amante la hizo retroceder. Un detalle incómodo. Nikki prestaba atención a las incomodidades porque eran la voz que Dios les daba a las pistas. Se levantó, se acercó a la pizarra y se puso delante de la información de la amante que había escrita en ella.
«Romance de oficina, carta de amor interceptada, alta ejecutiva, dejó la empresa, tienda de magdalenas, feliz, sin móvil». Y luego miró al lado. «¿Aventura con la niñera?».