La antigua amante había visto a Matthew Starrr en Bloomingdale's con una nueva amante. Escandinava. A Nikki, Agda le había parecido personalmente intrascendente y, lo que era más importante, tenía una coartada para el crimen. Pero entonces, ¿qué era lo incómodo?
Puso la caja vacía de comida china para llevar sobre la mesa de Raley y pegó un Post-it en ella dándole las gracias a ¡¡¡Raley!!! y regocijándose perversamente en las exclamaciones triples. Abajo, escribió otra nota para quedar con Agda a las nueve de la mañana para charlar.
Había un coche patrulla de la 1-3 estacionado delante de su apartamento cuando llegó. La detective Heat saludó a los policías que se encontraban dentro de él y subió las escaleras. Aquella noche no llamó al capitán para que se fueran. Tenía frescas en la memoria las marcas en el cuello de Barbara Deerfield. Nikki estaba agotada y muerta de sueño.
Nada de caprichos. Se duchó en lugar de bañarse.
Se metió en cama y olió a Rook en la almohada, a su lado. La atrajo hacia sí y respiró profundamente, preguntándose si debería haberlo llamado para que se pasara por allí. Antes de que pudiera responderse, se había quedado dormida.
Todavía era de noche cuando sonó el teléfono. El sonido le llegó a través de las profundidades de un sueño del que tuvo que luchar para salir. Extendió el brazo para coger el móvil de la mesilla con los dedos sin fuerza por el sueño y se cayó al suelo. Cuando logró agarrarlo, había dejado de sonar.
Reconoció el número y escuchó los mensajes de voz. «Hola, soy Ochoa. Llámame inmediatamente, ¿vale? Tan pronto como escuches esto». Tenía un poso de urgencia jadeante nada propio de él. El sudor de la piel desnuda de Nikki se estremeció cuando el mensaje continuó: «Hemos encontrado a Pochenko».
Capítulo 16
Nikki se embutió en su blusa mientras desfilaba escaleras abajo por la entrada principal, corrió hasta el coche patrulla y les pidió a los policías que la llevaran. Ellos se alegraron de romper la monotonía y salieron zumbando con ella en el asiento trasero.
A las cinco de la mañana no había demasiado tráfico en la autopista del oeste y pisaron a fondo.
– Conozco la zona, no hay acceso para vehículos en esta dirección -le dijo Nikki al conductor-. En lugar de perder el tiempo volviendo hacia atrás desde la 96, métete por la siguiente salida. Yo me bajaré en la parte superior de la cuesta y haré andando el resto del camino.
El policía estaba aún frenando al final de la rampa de cambio de sentido de la 79 cuando Heat le dijo que se bajaba. Les dio las gracias por encima del hombro por haberla llevado. Pronto Nikki estaba corriendo bajo la autopista, dejando sus huellas sobre excrementos secos de paloma mientras se dirigía hacia el río, donde podía ver, a lo lejos, las luces de la policía.
Lauren Parry estaba examinando el cadáver de Pochenko cuando Nikki llegó corriendo, jadeando y sudorosa por la carrera.
– Relájate, Nik, no se va a mover de aquí -dijo la forense-. Te iba a llamar para contarte lo de nuestro hombre, pero Ochoa se me adelantó.
El detective Ochoa se unió a ellas.
– Parece que este tío no te va a volver a molestar más.
Heat rodeó el cadáver para echarle un vistazo. El enorme ruso estaba tendido de lado en un banco del parque mirando hacia el Hudson. Era uno de esos lugares pintorescos para detenerse y descansar, situados sobre el césped entre el carril bici y la orilla del río. Ahora se había convertido en la última parada para descansar de Pochenko.
Se había cambiado de ropa desde la noche que había intentado matarla. Sus pantalones cargo y su camiseta blanca parecían nuevos, que era como los delincuentes fugados se vestían, usando las tiendas como si de sus propios armarios se tratase. La ropa de Pochenko parecía venir directa del expositor, a no ser porque estaba cubierta de sangre.
– La patrulla de control de los sin techo lo encontró -dijo Ochoa-. Han estado haciendo rondas para intentar coger a gente dentro de los conductos de aire acondicionado. -No pudo resistirse a añadir-: Parece que él sí que va a estar fresquito y a gusto.
Nikki captó el humor negro de Ochoa, pero con el cadáver allí delante no tenía ganas de bromas. No importaba cómo hubiera sido. Vitya Pochenko era ahora un ser humano muerto. Cualquier alivio personal que pudiera sentir por el fin de su amenaza, era eso, personal. Él había pasado ahora a la categoría de víctima y se le debía justicia como a otro cualquiera. Uno de los talentos de Nikki Heat para el trabajo era su capacidad de meter sus propios sentimientos en una caja y ser profesional. Miró de nuevo a Pochenko y se dio cuenta de que iba a necesitar una caja más grande.
– ¿Qué tenemos? -preguntó a Lauren Parry.
La forense le hizo señas para que fuera detrás del banco.
– Un solo tiro en la parte de atrás de la cabeza.
El cielo estaba empezando a resplandecer, y la luz del color de la mantequilla derretida permitía que Nikki viera más claramente el agujero de bala en el pelo cortado a cepillo de Pochenko.
– Ha sido a quemarropa.
– Sí. Desde muy cerca. Y mira la posición de su cuerpo. Es un banco grande, lo tiene todo para él, pero está en un extremo.
Heat asintió.
– Alguien estaba sentado a su lado. ¿No hay signos de lucha?
– Ninguno -contestó la forense.
– Así que lo más probable es que fuera un amigo o un socio el que se acercó tanto.
– Lo suficiente para un ataque sorpresa -aventuró Ochoa-. Va por detrás y pum -exclamó, haciendo el gesto detrás de ellas hacia la autopista del oeste, que ya estaba llena de personas que iban a trabajar-. Nada de testigos y el ruido del tráfico ocultó el disparo. Tampoco veo ninguna cámara del Departamento de Transporte.
– ¿Y la pistola? -preguntó Nikki a la forense.
– De pequeño calibre. Yo diría que de veinticinco, si me ponen una pistola en la cabeza.
– Lauren, cariño, necesitas salir más.
– Lo haría, pero el negocio va demasiado bien -replicó, y señaló al ruso muerto-. ¿Esa quemadura en la cara y el dedo roto son cosa tuya? -Heat asintió-. ¿Algo más que deba saber?
– Sí -intervino Ochoa-. Nunca te metas con Nikki Heat.
Rook estaba esperando en la comisaría cuando ella y Ochoa llegaron.
– Me he enterado de lo de Pochenko -dijo, haciendo una gran reverencia con la cabeza-. Mi más sentido pésame.
Ochoa se rió.
– Eh, el Mono Escritor empieza a pillarlo.
Una vez más, Nikki ignoró el humor negro.
– Ochoa, habla con los que están siguiendo a Miric. El socio conocido de Pochenko. Quiero saber dónde estaba su colega corredor de apuestas cuando le dispararon.
El detective Ochoa se abalanzó sobre los teléfonos. Rook se acercó con un vaso de Dean & DeLuca a la mesa de Heat.
– Toma, te he traído lo de siempre. Un café con leche desnatada y vainilla, doble y sin espuma.
– Ya sabes lo que opino sobre los cafés cursis.
– Y a pesar de todo, te tomas uno todas las mañanas. Qué mujer tan complicada.
Ella se lo arrebató y le dio un sorbo.
– Gracias. Muy considerado. -Su teléfono empezó a sonar-. Y la próxima vez acuérdate de las virutas de chocolate.
– Qué complicada -repitió él.
Nikki contestó. Era Raley.
– Dos cosas -dijo-. Agda está esperando en la entrada.
– Gracias, ahora mismo voy. ¿Y la otra?
– Antes de irme a casa anoche, hice una parada en el chino.
Agda Larsson se había arreglado para la entrevista. Llevaba ropa vintage del East Village y como accesorios un reloj Swatch rosa y blanco de los campeonatos de voley playa en una muñeca y una pulsera de cuerda con nudos en la otra. Mientras hacía girar uno de los nudos entre el índice y el pulgar, preguntó: