– ¿Estoy metida en algún lío?
– No, esto es sólo un formalismo. -Eso era cierto en parte. Con esta entrevista, Nikki pretendía básicamente poner los puntos sobre las íes. De todos modos, quería encontrar la respuesta a una cuestión, a aquella que la incomodaba. Se lo preguntaría cuando llegara el momento-. ¿Cómo lleva todo esto? Entre el asesinato y el robo, debe de estar a punto de regresar a Suecia.
Agda movió la cabeza con incredulidad.
– Es bastante desagradable, ¿sí? Pero tenemos asesinatos en mi país, también. Casi doscientos el año pasado, dicen.
– ¿En todo el país?
– Sí, ¿no es terrible? Es en todas partes.
– Agda, quiero hacerle unas preguntas sobre la vida dentro de la familia Starr.
Ella asintió lentamente.
– La señora Kimberly dijo que querrían hacerlo cuando le comuniqué que venía aquí.
Nikki puso la antena.
– ¿Le ha advertido que no hablara de esas cosas?
– No, me recomendó que dijera lo que quisiera.
– ¿Le dijo eso?
La niñera se rió entre dientes y sacudió su rubia cabellera para que cayera lisa.
– En realidad, dijo que no importaba porque la policía era una incompetente y que no descubrirían nada aunque les mordiera -contestó Agda. Vio que a Nikki no le hacía ninguna gracia y que fruncía el ceño en un inútil intento de parecer seria-. Dice lo que le apetece, la señora Starr.
Y consigue lo que quiere, pensó Heat.
– ¿Cuánto hace que trabaja para ella?
– Dos años.
– ¿Cómo es su relación con ella?
– Ella puede ser difícil. A la mínima, chasca los dedos: «Agda, llévate a Matthew al parque», o llama a la puerta de mi habitación en medio de noche: «Agda, Matthew se encontraba mal y ha vomitado, ven a limpiarlo».
– Anteayer, la señora Starr y su hijo se fueron de la ciudad.
– Es verdad, se fueron a Westport, a la casa que tiene el doctor Van Peldt en la playa. En Connecticut.
– Usted no fue con ellos. ¿Fue por su cuenta hasta allí, o quedó con ellos en Grand Central?
Agda negó con la cabeza.
– No fui con ellos.
– ¿Y qué hizo?
– Pasé la noche con un amigo en la universidad.
Heat apuntó «NYU» en su bloc.
– ¿Es eso poco corriente? Lo que quiero decir es que si la señora Starr llama a su puerta por la noche para que vaya a cuidar al niño, apuesto a que se la lleva a sus viajes fuera de la ciudad.
– Es verdad. Normalmente yo voy a las vacaciones y a los viajes para que ella pueda divertirse y para que su hijo no la moleste.
– Pero ese día no. -Nikki descubrió lo que la había estado incomodando-. ¿Había alguna razón por la que ella no quería que la acompañara? -La detective la miró amablemente y continuó-: ¿Hay alguna razón por la que la señora Starr no quisiera que usted estuviera cerca?
– No, sólo me quedé para poder gestionar la entrega del piano. Quería que Matty se despegara del ordenador y adquiriera un poco de cultura, así que le compró un magnífico piano. Es precioso. Cuando lo sacaron de la caja, casi me desmayo. Debe de costar una fortuna.
La pena adopta muchas formas, pensó Nikki.
– Hábleme de su relación con Matthew Starr.
– Es muy estrecha, como supondrá. Le caigo bien pero me llama de todo cuando le mando acostarse o apagar Hotel, dulce hoteclass="underline" las aventuras de Zack y Cody para cenar. -Alzó las cejas mirando a Nikki, interrogante-. ¿Refiere a eso?
La detective Heat hizo una nota mental de que la que estaba sentada al otro lado de la mesa no era precisamente la poetisa más laureada de Suecia.
– Gracias, ahora permítame preguntarle por Matthew Starr padre. ¿Qué tipo de relación tenía con él?
– Muy buena.
– ¿En qué sentido?
– Bueno, era muy amable conmigo. La señora Starr chasca los dedos a mí, y siempre es como «Agda haz esto», o «Agda, haz que se esté quieto, es mi hora de yoga».
– ¿Agda? ¿Y el señor Starr?
– El señor siempre fue cariñoso. Me consolaba después de que ella me gritara. El señor Starr me da dinero de más e invita a cenar en mi noche libre. O me lleva a comprar ropa, o… Mire, él me regaló este Swatch.
– ¿La señora Starr lo sabía?
– Tvärtom, no. Matthew dijo que guardar sólo para nosotros.
Nikki estaba sorprendida por su inocente exposición, y decidió mantener la bola en juego.
– ¿Su relación con el señor Starr llegó a ser alguna vez física?
– Por supuesto.
– ¿Hasta qué punto?
– Me frotaba los hombros para consolarme después de que me gritaran. A veces me abrazaba o me acariciaba el pelo. Era muy tranquilizador. Era muy amable.
– ¿Cuántos años tiene, Agda?
– Veintiuno.
– ¿Se acostó alguna vez con Matthew Starr?
– ¿Se refiere a hacer sexo? Skit nej! Eso no sería apropiado.
Evidentemente, durante su entrevista con la niñera había habido algunas carcajadas y algunos comentarios jocosos en la sala de observación a costa de los Starr que se trasladaron a la oficina abierta cuando los Roach y Rook la siguieron hasta allí.
– ¿Qué opinas de Agda? -preguntó Raley.
Rook se lo pensó un instante.
– Es como los muebles suecos -dijo-. Son bonitos para mirar, pero les faltan piezas.
– Mi parte preferida -añadió Ochoa- fue cuando contó cómo ese tío básicamente se la estaba camelando delante de las narices de su mujer y luego dijo que no se había acostado con él porque sería inapropiado.
– Es lo que se llama camelus interruptus -intervino Raley desde lejos, al lado de la cafetera-. Yo creo que Agda es simplemente uno de los tratos que Matthew Starr nunca tuvo la oportunidad de cerrar antes de que lo asesinaran.
Rook se volvió hacia Nikki.
– Resulta difícil de creer que sea del mismo país que inventó el Premio Nobel. ¿Te ha dicho algo útil?
– Eso no se sabe hasta que se sabe -dijo Heat.
Empezó a sonar la banda sonora de Cazafantasmas, de Ray Parker Jr.
– Rook, por favor, dime que eso no viene de tus pantalones -dijo ella.
– Es un tono personalizado. ¿Te gusta? -Sostuvo en alto su teléfono móvil. En la identificación de llamada se podía leer «Casper»-. Cazafantasmas, ¿lo pillas? Disculpe, detective Heat, mi informador puede tener datos relacionados con el caso -dijo Rook, y salió dando grandes zancadas para responder a la llamada dándose aires de importancia.
En menos de un minuto estaba de vuelta, todavía al teléfono, pero sin arrogancia alguna.
– Pero yo fui el que te la presentó… ¿No me lo puedes decir a mí? -Cerró los ojos y suspiró-. Vale -claudicó, y le tendió el teléfono a Nikki-. Dice que sólo te lo contará a ti.
– Soy Nikki Heat.
– Un placer, detective. En primer lugar, asegúreme que Jameson Rook está angustiado.
Miró a Rook, que se estaba mordiendo el labio inferior esforzándose para escuchar a hurtadillas.
– Bastante.
– Bien. Si alguna vez alguien ha necesitado que lo hagan caer de un pedestal es él. -El tono de voz suave y misterioso del anciano le calentó el oído. Oír a Casper sin verlo aislaba su voz y era como escuchar a David Bowie con unas notas de la afabilidad de Michael Caine-. Al grano -dijo él-. Tras su visita, estuve haciendo horas extras porque supuse que el tiempo se le echaba encima.
– Nunca he tenido un caso en el que no haya sido así -admitió la detective.
– Y aunque usted le restó importancia, cree que hay un asesinato relacionado con el robo de los cuadros.
– Sí, le resté importancia y sí, es lo que creo. Tal vez dos asesinatos.
– Una maravillosa tasadora, una agradable mujer que conocía bien su trabajo, ha sido asesinada esta semana.
Nikki se puso en pie de un salto.