– ¿Sabe algo de eso?
– No, sólo conocía a Barbara de alguna reunión esporádica hace años. Pero era de las mejores. Digamos que haberme enterado de que su muerte podría formar parte de esto, no hace más que aumentar mi compromiso con su investigación.
– Muchas gracias. Por favor, llámeme si descubre algo.
– Detective, ya tengo información. Créame, no estaría malgastando nuestro tiempo si no tuviera algo sustancioso que ofrecerle.
Nikki abrió bruscamente su bloc.
– ¿Ha intentado alguien vender los cuadros?
– Sí y no -respondió Casper-. Alguien ha vendido uno de los cuadros, el Jacques-Louis David. Pero esa venta se llevó a cabo hace dos años.
Nikki empezó a caminar de aquí para allá.
– ¿Qué? ¿Está completamente seguro?
Se produjo una larga pausa antes de que el elegante ladrón de arte respondiera.
– Querida, piense en lo que sabe de mí y considere si es realmente necesario que me haga esa pregunta.
– Ha quedado claro -dijo Nikki-. No dudo de usted, sólo estoy confusa. ¿Cómo puede estar un cuadro en la colección de Matthew Starr si lo han vendido hace dos años?
– Detective, usted es una persona inteligente. ¿Qué tal se le dan las matemáticas?
– Bastante bien.
– Entonces para encontrar su respuesta tendrá que ponerlas en práctica.
Y Casper colgó.
Capítulo 17
La recepcionista de la Promotora Inmobiliaria Starr le habló de nuevo y le dijo a la detective Heat que Paxton estaría con ella inmediatamente. Nikki se sentía como si estuviera tirando de una cuerda. Ni el tono de espera de Anita Baker la apaciguó. No era la primera vez en su vida que parecía estar moviéndose a un ritmo diferente del resto del mundo. Demonios, ni siquiera era la primera vez en el día.
Por fin un tono de llamada.
– Hola, siento que haya tenido que esperar. Estoy cerrando muchos de los asuntos de Matthew.
Eso podía tener muchos significados, pensó ella.
– Última llamada, lo prometo.
– No me molesta, de verdad -dijo, riéndose-. Aunque…
– ¿Aunque qué?
– Me pregunto si no sería más fácil que trasladara mi oficina a su comisaría.
También Nikki se rió.
– Podría hacerlo. Usted tiene mejores vistas, pero nosotros tenemos mejor mobiliario. ¿Qué le parece?
– Me quedo con las vistas. Dígame en qué puedo ayudarla, detective.
– Me preguntaba si podría darme el nombre de la empresa que aseguraba la colección de arte de Matthew.
– Por supuesto -dijo, e hizo una pausa-. Pero recuerde que le dije que me había obligado a cancelar esa póliza.
– Lo sé. Sólo quiero preguntarles si guardan fotos de archivo de la colección que pueda utilizar para rastrearla.
– Ah, fotos, bien. Nunca se me habría ocurrido. Gran idea. ¿Tiene un bolígrafo?
– Cuando quiera.
– Se llama GothAmerican Insurance y está aquí, en Manhattan. -Ella oyó teclear con fuerza y él continuó-: ¿Lista para apuntar el teléfono?
– ¿Puedo hacerle una pregunta más? -dijo Nikki, tras haber tomado nota-. Me ahorrará volver a llamarlo más tarde.
Pudo notar que Noah estaba sonriendo cuando respondió:
– Lo dudo, pero adelante.
– ¿Ha extendido hace poco un cheque a Kimberly Starr para comprar un piano?
– ¿Un piano? -dijo-. ¿Un piano? -repitió-. No.
– Bueno, pues se ha comprado uno -le informó Heat, mientras miraba la foto que tenía en la mano del Departamento de Investigación de Escenarios de Crimen del salón de los Starr-. Es una belleza. Un Steinway edición Karl Lagerfeld.
– Kimberly, Kimberly, Kimberly.
– Cuesta ochenta mil dólares. ¿Cómo se lo puede permitir?
– Bienvenida a mi mundo, detective. No es de sus mayores locuras. ¿Quiere oír lo de la lancha motora que compró el pasado otoño en los Hamptons?
– ¿Pero de dónde saca el dinero?
– De mí no.
Nikki echó un vistazo a su reloj. Era probable que le diera tiempo a ver a los tipos del seguro antes del almuerzo.
– Gracias, Noah, es todo lo que necesito.
– Por ahora, querrá decir.
– ¿Seguro que no quiere ocupar una de nuestras mesas? -ofreció ella. Ambos seguían riéndose cuando colgaron.
Heat subrayó su «¡Sííííí!» con un golpe de puño cuando Raley acabó de hablar con el jefe de archivo de GothAmerican. No sólo tenían documentación fotográfica rutinaria de las colecciones de arte aseguradas, sino que la guardaban durante siete años tras la cancelación de una póliza.
– ¿Cuándo nos las darán?
– En menos de lo que tardas en calentar mis sobras -dijo Raley.
Ella presionó a su detective:
– ¿Exactamente cómo de rápido?
– El jefe de archivo me las está enviando ahora mismo por correo electrónico.
– Reenvíaselas al Departamento Forense en cuanto las recibas.
– Ya le he dicho a GothAmerican que los pongan en copia -dijo.
– Raley, eres el auténtico zar multimedia -dijo Heat, dándole unas palmadas en el hombro. Ella cogió el bolso y salió corriendo hacia el Departamento Forense, llevándose casi por delante a Rook aparentemente sin darse cuenta.
El mundo aún no había conseguido alcanzar la velocidad de Heat. Y cuando Nikki estaba a punto de cerrar un caso, no era muy probable que lo consiguiera.
La detective Heat volvió del Departamento Forense a la oficina abierta una hora y media más tarde con la cara de póquer que Rook había visto cuando estaba organizando la redada en el taller de coches.
– ¿Qué has descubierto? -le preguntó.
– Nada, sólo que los cuadros de la colección de arte de Matthew Starr eran todos falsos.
Él se levantó de un salto.
– ¿La colección entera?
– Falsificaciones -repuso, colgando el bolso en el respaldo de su silla-. Los de las fotos del seguro son verdaderos. Los de la cámara de Barbara Deerfield no tanto.
– Ésa sí que es buena.
– Está claro que es un buen motivo para asesinar a un tasador de arte.
Él la apuntó con su dedo índice.
– Yo estaba pensando exactamente lo mismo.
– No me digas, ¿en serio?
– Soy un periodista consumado. Yo también soy capaz de interpretar pistas, no eres la única, ¿sabes?
Se estaba poniendo gallito, así que decidió divertirse un poco.
– Genial. Entonces dime quién tenía un móvil.
– ¿Te refieres a quién asesinó a Barbara Deerfield? Pochenko.
– ¿Por iniciativa propia? Lo dudo.
– ¿Tú qué crees? -preguntó, tras pensar un instante.
– Te diré lo que creo. Creo que es demasiado pronto para que me ponga a soltar despropósitos.
La detective se dirigió hacia la pizarra y puso una marca de visto al lado de la nota para ver las fotos del seguro. Él la siguió como un perrito faldero y ella sonrió para sus adentros.
– Pero tienes alguna idea, ¿no? -dijo él. Ella se limitó a encogerse de hombros-. ¿Tienes a algún sospechoso en mente? -Nikki esbozó una sonrisa y volvió a su mesa. Él la siguió-. Lo tienes. ¿Quién es? -insistió.
– Rook, ¿no estabas haciendo todo este seguimiento para poder meterte en la mente de un detective de homicidios?
– ¿Y?
– Luego no digas que no te estoy ayudando. ¿Sabes lo que te vendría bien? Que pensaras como un detective de homicidios y vieras qué sacas en claro por ti mismo -le recomendó Nikki. Luego cogió su teléfono de sobremesa y pulsó uno de los botones de marcación rápida.
– Eso suena demasiado laborioso -admitió Rook.
Ella levantó la palma de la mano mientras escuchaba el tono al otro lado de la línea. Él se llevó un nudillo a los labios, desesperado. Ella adoraba volver loco a Rook como lo estaba haciendo en aquel momento. Era divertido y, además, si ella estaba equivocada, no quería que él se enterase.