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El hombre se tambaleaba de pie. Blancas franjas de saliva conectaban su paladar con su lengua.

– ¿Qué…? -Buckley tragó saliva-. ¿Qué le ha pasado en…? -Hizo un gesto recorriendo de arriba hacia abajo su propia cara para señalar la quemadura de Pochenko.

– Ah, se lo hice yo -dijo Nikki tranquilamente-. Le quemé la cara con una plancha caliente.

Él miró hacia Lauren, que asintió para corroborarlo. Luego miró a Heat y después a Pochenko, para volver otra vez a Heat.

– Está bien.

– Gerald -dijo la abogada-, cállate.

Él se volvió hacia ella.

– Cállate tú.

Gerald Buckley miró a Nikki y le habló con amabilidad, resignado.

– Le diré quién me contrató para robar los cuadros.

Nikki se giró hacia Rook.

– ¿Nos disculpas un momento? Necesito que esperes fuera mientras el señor Buckley y yo hablamos.

Capítulo 18

Mientras volvían de la oficina forense, Nikki no necesitó darse la vuelta para saber que Rook estaba enfadado en el asiento trasero. Aunque se moría de ganas de hacerlo, porque ver su tormento le habría producido un malévolo placer.

Ochoa, que iba sentado atrás con él, le preguntó:

– Eh, Holmes, ¿te encuentras mal? ¿Te mareas?

– No -respondió Rook-. Aunque tal vez haya pillado un resfriado cuando me mandaron al pasillo en el momento en que Buckley iba a hablar.

Heat tuvo la tentación de girarse con cara de pena.

– ¿Un poco de teatro? Me echaste a patadas durante la última escena.

Raley frenó en el semáforo de la Séptima Avenida y dijo:

– Cuando algo está a punto de destaparse, cuantos menos, mejor. Y lo último que quieres es que haya un periodista delante.

Nikki se apoyó en el reposacabezas y echó un vistazo al termómetro digital del JumboTron del Madison Square Garden. Treinta y siete grados.

– De todos modos, seguro que sabes qué nombre dijo Buckley, ¿no, Rook?

– Dímelo y te diré si es el que pensaba.

Eso provocó algunas risitas entre dientes dentro del Crown Victoria.

Rook resopló.

– ¿Cuándo se ha convertido esto en una novatada?

– No es ninguna novatada -dijo ella-. Quieres ser como los detectives, ¿no? Haz lo que nosotros hacemos y piensa como uno de nosotros.

– Menos como Raley -advirtió Ochoa-. Él no piensa bien.

– Incluso te ayudaré un poco -se ofreció Heat-. ¿Qué sabemos? Sabemos que los cuadros eran falsos. Sabemos que habían desaparecido cuando el equipo de Buckley llegó allí. ¿Continúo, o ya te lo imaginas?

El semáforo cambió y Raley siguió conduciendo.

– Estoy desarrollando una teoría -dijo Rook.

Al final, ella acabó por apoyar el codo sobre el asiento para mirarlo a la cara.

– Eso no es exactamente decir un nombre.

– Vale, está bien -dijo, e hizo una pausa-. Agda -soltó-. Rook esperó una respuesta, pero sólo obtuvo miradas de asombro, así que llenó el silencio-. Tenía vía libre para acceder al apartamento ese día. Y he estado pensando en su entrevista. No me trago su pose de niñera ingenua ni los inocentes masajitos de hombros. Esa cría se estaba tirando a Matthew Starr. Y creo que él la abandonó como hizo con el resto de sus amantes, sólo que ella se enfadó lo suficiente como para querer vengarse.

– ¿Entonces fue Agda quien lo mató? -preguntó Heat.

– Sí. Y robó los cuadros.

– Interesante -dijo, y se quedó pensando un momento-. Y supongo que también te habrás imaginado por qué Agda mató a la tasadora de arte. Y cómo se llevó los cuadros.

Los ojos de Rook perdieron contacto con los suyos y descendieron hacia sus zapatos.

– Aún no he atado todos los cabos, todavía es una teoría.

Ella miró alrededor para sondear a sus compañeros.

– Es un proceso. Lo aceptamos.

– ¿Pero tengo razón?

– No lo sé, ¿la tienes? -dijo, y se pasó el resto del camino mirando hacia delante para que él no viera su sonrisa.

Rook y los detectives Raley y Ochoa tuvieron que apresurarse para seguir el ritmo de Heat cuando llegaron a la comisaría. En cuanto entró en la oficina abierta, Nikki se fue directa a su mesa y abrió el archivador.

– Vale, ya lo tengo -dijo Rook cuando llegó tras ella-. ¿Cuándo empezó Agda a trabajar para la familia Starr?

– Hace dos años -contestó Heat, sin molestarse en mirarlo a la cara. Estaba ocupada buscando entre las fotos de un archivo.

– ¿Y cuándo dijo Casper que habían vendido los cuadros? Es verdad, hace dos años -dijo Rook. Esperó un poco, pero ella siguió mezclando su baraja de fotografías-. Y Agda se llevó los cuadros del Guilford porque no trabaja sola. Creo que nuestra sueca podría formar parte de alguna red de robo de arte. Una red internacional de robo y falsificación.

– Ajá…

– Es joven, guapa, se introduce en los hogares de la gente rica y tiene acceso a sus obras de arte. Es su hombre topo. Mujer. Niñera.

– ¿Y por qué una red internacional de falsificación iba a ser lo suficientemente tonta como para robar un puñado de cuadros falsos?

– No eran falsificaciones cuando las robaron -señaló él, y cruzó los brazos bastante satisfecho consigo mismo.

– Ya -dijo la detective-. ¿Y no crees que se habrían dado cuenta si su niñera hubiera salido del apartamento con un cuadro? ¿O que habrían notado el sitio vacío en la pared?

Él se quedó pensativo, cerrado en banda.

– Tienes preguntas para todo, ¿no?

– Rook, si nosotros no le buscamos los tres pies al gato, los abogados de la defensa lo harán. Por eso necesito construir un caso.

– ¿No lo he hecho ya por ti?

– ¿No te has dado cuenta de que sigo construyéndolo? -Encontró la fotografía que estaba buscando y la metió en un sobre-. Roach.

Raley y Ochoa se acercaron a su mesa.

– Cogeréis el Roachmóvil para hacer un viajecito fuera de la ciudad con esta foto de Gerald Buckley. Id al lugar que mencionó en la oficina forense. No debería de ser difícil de encontrar. Enseñad la foto a ver si alguien lo conoce y volved aquí de nuevo, inmediatamente.

– ¿Fuera de la ciudad? ¿Cómo me he perdido eso? Ah, ya, otra vez la exclusión de Buckley -dijo Rook-. Déjame adivinar. ¿Vais a comprobar si Agda mintió sobre lo de la universidad y si en realidad estaba en otro lugar con los cuadros?

– Raley, ¿tienes un mapa?

– No necesito ningún mapa.

– No, pero Rook sí -dijo Heat-. Está perdido.

Cuando Raley y Ochoa se fueron, retiró el archivo de su mesa. Rook todavía seguía rondándola.

– ¿Qué vamos a hacer?

Nikki señaló una silla.

– ¿Vamos? Nosotros, es decir, tú, vas a aparcar tu trasero de Premio Pulitzer y te vas a quitar de mi camino mientras intento conseguir unas cuantas órdenes judiciales.

Rook se sentó.

– ¿Órdenes de arresto? ¿En plural?

– Órdenes de registro, en plural. Necesito dos y una más para pinchar un teléfono -dijo. Miró el reloj y murmuró un juramento-. Ya es mediodía, y las necesito inmediatamente.

– Creo que puedo serte útil, si tienes prisa.

– No, Rook.

– Si está tirado.

– He dicho que no. Mantente al margen de esto.

– Si ya lo he hecho antes.

– Ignorando mis instrucciones.

– Y consiguiéndote tu orden judicial -contraatacó. Echó un vistazo a su alrededor, para cerciorarse de que la oficina abierta estaba vacía, y bajó la voz-. Después de lo de la otra noche, ¿no podríamos pasar de esto?

– Ni se te ocurra.

– Deja que te ayude.

– No. Nada de llamar al juez Simpson.

– Dame una buena razón.

– Porque ahora que el juez y yo somos colegas de póquer -dijo ella, sonriendo, mientras cogía el teléfono-, lo puedo llamar yo misma.

– Te acuestas conmigo y luego te burlas de mis teorías y me robas a todos mis amigos -se quejó Rook, echándose hacia atrás y cruzándose de brazos-. Precisamente por eso no pienso presentarte a Bono.