Horace Simpson se materializó con las órdenes judiciales acompañadas de una amonestación judicial en la que le recomendaba que volviera a llevar su trasero a la mesa de póquer de Rook para que él pudiera recuperar sus pérdidas. Y pensar que durante años la detective había tenido que dar mil vueltas para llegar a los jueces.
Tener las órdenes de búsqueda en sus manos resultó ser la parte fácil. Instalar el sistema de escuchas telefónicas requería tiempo, lo que implicaba varias horas de espera. No Nikki Heat. Irrumpió en la oficina abierta procedente de la oficina del capitán Montrose y cogió el bolso.
– ¿Y ahora qué?
– El capitán me ha cedido una patrulla. Vamos a ejecutar mis órdenes de registro -dijo. Cuando él se levantó para ir con ella, ella continuó-: Lo siento, Rook, estamos en una fase crítica. Esto es sólo para policías.
– Vamos, me quedaré en el coche, te lo prometo. Hace calor, pero sólo necesito que me dejes una rendija de la ventanilla abierta. Dicen que es peligroso, pero yo soy fuerte, me llevaré agua.
– Estarás mejor aquí revisando tus pruebas. Tienes la pizarra para estudiar, tienes aire acondicionado y tienes tiempo, mucho tiempo. Recuerda, piensa como un detective -dijo, cruzando la sala y dándole la espalda.
– Podrías llevarme tranquilamente, sé adonde vas. -Eso hizo que ella se detuviera. Se dio la vuelta para mirarlo desde la puerta-. Al Guilford y a un almacén particular de Varick -dijo él. Ella miró su bolso.
– Has estado husmeando en mis órdenes, ¿verdad?
Ahora le tocaba sonreír a él.
– Me he limitado a pensar como un periodista.
Dos horas más tarde, Heat volvió y se encontró a Rook mirando fijamente la pizarra.
– ¿Se te ha ocurrido alguna idea más mientras estaba fuera?
– La verdad es que sí.
Ella se dirigió a su mesa y comprobó su buzón de voz. Estaba vacío. Nikki colocó bruscamente el auricular en su sitio con frustración y miró su reloj.
– ¿Estás bien? ¿Algún problema con tus órdenes de registro?
– Al contrario -dijo-. Sólo estoy ansiosa por lo de pinchar los teléfonos. Lo otro ha ido muy bien. Más que bien.
– ¿Qué has descubierto?
– Tú primero. ¿Cuál es tu nueva teoría?
– Bueno. He estado pensando en todo esto y ya sé quién ha sido.
– ¿No ha sido Agda?
– ¿Por qué? ¿Es Agda?
– Rook.
– Perdona, vale. Es un disparate. Paso de Agda. Pero he estado pensando en algo que dijo sobre el nuevo piano. -Eso captó el interés de Nikki, que se sentó apoyada en el extremo de su mesa, con los brazos cruzados-. ¿Me estoy acercando? -preguntó.
– No tengo todo el día. Al grano.
– Cuando la entrevistaste, Agda dijo algo sobre que el piano era precioso, que casi se había desmayado cuando lo habían sacado de la caja. -Hizo una pausa-. ¿Quién entrega pianos en cajas hoy en día? Nadie.
– Interesante. Continúa. -De hecho, ésas eran las aguas en las que ella estaba pescando, y Nikki tenía curiosidad por escuchar su versión.
– Sabemos que entregaron el piano porque lo vimos después del robo. Así que eso me lleva a preguntarme por qué meter una caja a menos que algo vaya a ir dentro de ella después de sacar el piano.
– Y entonces ahora crees que ha sido, ¿quién?
– Es obvio. La empresa de pianos es la tapadera de unos ladrones de arte.
– ¿Ésa es tu respuesta final? -La cara inexpresiva que ella puso hizo que Rook diera marcha atrás tan rápidamente que a Nikki le entraron ganas de echarse a reír a carcajadas. Pero mantuvo su cara de póquer.
– O… -continuó él-, déjame terminar. Has ejecutado unas órdenes de registro en el Guilford y en un almacén privado. Mantengo lo de la caja del piano, pero diría que ha sido… Kimberly Starr. Tengo razón, lo sé. Lo puedo ver en tu cara. A ver, dime que no tengo razón.
– No pienso decirte nada -dijo ella. Raley y Ochoa entraron en la oficina abierta. Heat volvió a empezar con ellos-. ¿Por qué iba a echar a perder la diversión?
– Raley y yo hemos estado enseñando la foto de Buckley -dijo Ochoa-. Dos personas lo han reconocido. No está mal.
– No está nada mal -dijo Nikki, atreviéndose a dejarse sentir la emoción de que el caso fuera cogiendo impulso-. ¿Y testificarán?
– Declararán -dijo Raley.
El teléfono de la mesa de Nikki sonó y ella se lanzó a por él.
– Detective Heat -dijo, y estuvo un rato asintiendo como si su interlocutor la pudiera ver-. Excelente. Genial. Estupendo. Muchísimas gracias. -Colgó y se dirigió hacia su equipo-: Ya han instalado el sistema de escuchas. Empieza el baile.
Por una vez, las cosas se estaban moviendo al ritmo de Heat.
Nikki y Rook estaban embutidos en la esquina de la diminuta sala, rodilla con rodilla, sentados en unas sillas metálicas plegables detrás del técnico de la policía que estaba grabando las llamadas. El ventilador del aire acondicionado silbaba, así que Heat había desconectado el aire para poder oír sin esa distracción, y allí dentro hacía un calor sofocante.
Un piloto azul parpadeaba en la consola.
– Grabando -dijo el técnico.
Heat se puso los auriculares. El tono de llamada ronroneó en la línea. Su respiración se volvió superficial, como en la redada de Long Island City, sólo que esta vez no conseguía calmarse. El corazón le golpeaba el pecho con la cadencia de la música disco hasta que Nikki oyó el clic al descolgar y uno de los latidos dio un brinco.
– ¿Sí?
– Uso tu línea directa porque no quiero que la recepcionista sepa que te estoy llamando -dijo Kimberly Starr.
– Vale… -Noah Paxton parecía no fiarse de ella-. No entiendo por qué.
Nikki le hizo una señal al técnico para asegurarse de que estaba grabando. Él asintió.
– Estás a punto de hacerlo, Noah -continuó Kimberly.
– ¿Algo va mal? Tienes una voz rara.
Nikki entrecerró fuertemente los ojos para concentrarse, con la intención de limitarse a escuchar. Con los auriculares puestos, el sonido tenía la calidad de un iPod. No se le escapaba ningún matiz. El bufido del aire de la silla en la que Noah estaba sentado. Kimberly tragando saliva con dificultad.
Nikki esperó. Ahora quería palabras.
– Necesito tu ayuda con una cosa. Sé que siempre hiciste cosas por Matthew, y ahora quiero que hagas lo mismo por mí.
– ¿Cosas? -Seguía estando a la defensiva.
– Venga, Noah, corta el rollo. Los dos sabemos que Matt se metía en mucha mierda turbia que tú solucionabas. Ahora yo necesito de esos servicios.
– Te escucho -dijo él.
– Tengo los cuadros.
Nikki se sorprendió a sí misma apretando los puños de la tensión y aflojándolos. La silla de la oficina de Paxton crujió.
– ¿Qué?
– ¿No hablo lo suficientemente claro? Noah, la colección de arte. No la robaron, yo la cogí. La escondí.
– ¿Tú?
– No yo en persona. Unos tipos lo hicieron por mí mientras yo estaba fuera de la ciudad. Olvídalo. La cuestión es que los tengo y que quiero que me ayudes a venderlos.
– Kimberly, ¿te has vuelto loca?
– Son míos. No estaban asegurados. Merezco algo por todos los años que pasé con ese hijo de puta.
Ahora le tocó a Heat tragar con dificultad. Todo empezaba a encajar. El corazón se le iba a salir del sitio.
– ¿Qué te hace pensar que yo sabría cómo venderlos?
– Noah, necesito ayuda. Tú eras el que le sacaba las castañas del fuego a Matthew, ahora quiero que hagas lo mismo conmigo. Y si no me quieres ayudar, ya encontraré a alguien que lo haga.
– No tan rápido, Kimberly, frena -le recomendó él. Se oyó otro bufido neumático y Heat se imaginó a Noah Paxton levantándose tras su mesa en forma de herradura-. No llames a nadie. ¿Me oyes?