Nikki negó con la cabeza.
– Matthew nunca habría contratado a un tasador si supiera que se trataba de falsificaciones. ¿Después de todo el dinero y el ego que había invertido en este pequeño Versalles? Le habría dado un ataque si hubiera llegado a enterarse.
Los ojos de Noah se abrieron como platos cuando se dio cuenta.
– Dios mío, Kimberly…
Nikki se puso en pie y dio un paseo hasta el óleo de John Singer Sargent de las dos inocentes niñas, disfrutando de él con un sólo vistazo.
– Kimberly fue más rápida que otra persona robando la colección de arte -dijo-. He detenido a un segundo grupo de personas que entraron aquí más tarde, durante el apagón, y lo único que se encontraron fueron las paredes vacías.
– Todos se han tomado muchas molestias para robar algo que no vale nada.
– Kimberly no sabía que los cuadros no valían nada. La viuda de Starr pensó que se estaba cobrando su recompensa multimillonaria por haber tenido un matrimonio de mierda.
– Obviamente, los otros ladrones también pensaron que tenían valor -dijo Paxton, señalando los cuadros-. De otro modo, ¿por qué iban a intentar robarlos?
Nikki se alejó de la pintura y se volvió hacia él.
– No lo sé, Noah. ¿Por qué no me lo dice usted?
Se tomó su tiempo antes de responder, mientras la miraba evaluando si se trataba de una pregunta retórica o de algo que olía peor. Era imposible que le gustara la mirada que ella le dirigía, pero se inclinó por la retórica.
– Serían meras suposiciones.
Si la sesión de aquella mañana en el forense había sido teatro, para Nikki esto era jujitsu brasileño y ella estaba boxeando. Un mano a mano.
– ¿Conoce a un tal Gerald Buckley?
La boca de Paxton adquirió forma de «U» al revés.
– No me suena.
– Qué curioso, Noah. Porque Gerald Buckley sí lo conoce a usted. Es el portero del turno de noche del edificio -informó ella al tiempo que veía cómo intentaba poner su cara más seria. Nikki lo encontró casi convincente; no estaba mal. Pero ella era mejor-. Le refrescaré la memoria. Buckley es el hombre que usted contrató para que llevara a cabo el segundo robo durante el apagón.
– Eso es mentira. Ni siquiera lo conozco.
– Bueno, eso es realmente extraño -dijo Ochoa desde el arco que daba al pasillo. Paxton estaba nervioso. No había visto volver a los otros dos detectives, y se estremeció cuando Ochoa habló-. Mi compañero y yo hemos dado un paseo hasta Tarrytown esta tarde. Hasta un bar que hay allí.
– Un lugar llamado… ¿Sleepy Swallow? -intervino Raley.
– Como sea -dijo Ochoa-. Suponemos que usted es cliente habitual, ¿no? Todo el mundo lo conoce. Y tanto el barman como una camarera identificaron al señor Buckley como alguien que había estado con usted durante mucho tiempo hacía unas cuantas noches.
– Durante el apagón -añadió Raley-. Alrededor de la hora a la que Buckley debería haber estado haciendo su turno de trabajo, que había cancelado.
– Buckley no es su hombre más fuerte -dijo Heat. La mirada de Noah estaba cada vez más perdida y volvía la cabeza de detective a detective a medida que hablaban, como si estuviera siguiendo la pelota en un partido de tenis.
– El tío se derrumbó como un castillo de naipes -añadió Ochoa.
– Buckley también dice que lo llamó y que le dijo que fuera inmediatamente al Guilford para dejar entrar a Pochenko por la puerta de la azotea. Eso fue justo antes del asesinato de Matthew Starr -dijo Nikki.
– ¿Pochenko? ¿Quién es Pochenko?
– Tranquilo. No se lo estoy poniendo difícil, ¿verdad? -dijo Heat-. Pochenko es una persona que usted aseguró no haber visto nunca en mi rueda de reconocimiento de fotos. Y eso que se las enseñé dos veces. Una aquí, y otra en su oficina.
– Está echando la caña a ver si pesca. Todo eso no son más que especulaciones. Se está basando en las habladurías de un mentiroso. De un alcohólico que está desesperado por conseguir dinero -dijo Paxton. Estaba de pie y un rayo de sol que entraba por las altas ventanas incidía sobre él directamente haciendo brillar su frente con la luz-. Sí, admito que me reuní con ese tal Buckley en el Swallow. Pero sólo porque me estaba estafando. Lo utilicé un par de veces para conseguir prostitutas para Matthew y estaba intentando extorsionarme para sacarme dinero. -Paxton levantó la barbilla y metió las manos en los bolsillos, lo cual significaba en el idioma del lenguaje corporal «ésa es mi versión y de ahí no me muevo», pensó Nikki.
– Hablemos de dinero, Noah. ¿Recuerda aquella pequeña transgresión suya que mis forenses descubrieron? ¿Aquella vez que amañó los libros para ocultar unos cuantos cientos de miles de dólares a Matthew?
– Ya le he dicho que eran para la universidad de su hijo.
– Supongamos por ahora que eso es verdad. -Nikki no lo creía, pero estaba aplicando otra regla de jujitsu: cuando te estás acercando para hacer una llave, no te dejes engañar por un agujero negro-. Sea cual fuere su razón, se las arregló para ocultar sus huellas devolviendo ese dinero hace dos años, justo después de que se vendiera uno de los cuadros de su colección, un Jacques-Louis David, exactamente por la misma cantidad. ¿Coincidencia? Yo no creo en las coincidencias.
Ochoa negó con la cabeza.
– Ni de broma.
– Decididamente, la detective no es amiga de las coincidencias -apuntó Raley.
– ¿Es así como empezó, Noah? ¿Necesitaba unos cuantos de los grandes e hizo que copiaran uno de los cuadros y lo sustituyó por el real, que luego vendió? Usted mismo dijo que Matthew Starr era un ignorante. El hombre nunca se dio cuenta de que el cuadro que usted puso en su pared era una falsificación, ¿verdad?
– Qué descarado -dijo Ochoa.
– Y se volvió más descarado aún. Cuando vio lo fácil que era seguir con eso, lo intentó con otro cuadro y con otro más y luego empezó a llevarse la colección obra a obra, a lo largo del tiempo. ¿Conoce a Alfred Hitchcock?
– ¿Por qué? ¿Me acusa él acaso del Asalto y robo de un tren?
– Alguien le preguntó una vez si se había cometido el crimen perfecto. Él dijo que sí. Y cuando el entrevistador le preguntó cuál había sido, él respondió: «Nadie lo sabe, por eso es perfecto».
Nikki se unió a Ochoa y Raley cerca del arco del pasillo.
– Pues tengo que adjudicárselo a usted; cambiar los cuadros reales por los falsos fue el crimen perfecto. Hasta que Matthew decidió vender de repente. Entonces su crimen dejaría de ser secreto. La tasadora era la primera que debía ser silenciada, así que contrató a Pochenko para que la matara. Y luego hizo que Pochenko viniera aquí y lanzara a Matthew por encima de la barandilla del balcón.
– ¿Quién es Pochenko? No deja de hablar de ese tío como si yo tuviera que saber quién es.
Nikki le hizo un gesto para que se acercara.
– Venga aquí.
Paxton dudó, miró la puerta principal, pero se acercó al arco del pasillo para unirse a los detectives.
– Eche un vistazo a esos cuadros. Fíjese bien en uno cualquiera, en uno que le guste.
Él se acercó a uno, le echó un vistazo superficial y se volvió hacia ella.
– ¿Y bien?
– Cuando Gerald Buckley lo delató, también nos dio la dirección del almacén en el que le hizo guardar las pinturas robadas. Hoy he conseguido una orden de registro para él. Y adivine qué he encontrado allí -preguntó, señalando la colección expuesta allí, bajo el brillo de la luz anaranjada de la puesta de sol-. La auténtica Colección Starr.
Paxton intentó mantener la compostura, pero se quedó de una pieza. Se volvió para mirar de nuevo el cuadro. Y luego el que estaba al lado de ése.
– Sí, Noah. Éstos son los cuadros originales que usted robó. Las copias están aún en la caja del piano, en el sótano.
Paxton se estaba volviendo loco. Caminaba de pintura en pintura temblando y respirando con dificultad.