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Capítulo 3

Heat y Rook siguieron a Noah Paxton un par de pasos por detrás mientras éste los guiaba a través de los despachos y cubículos vacíos del cuartel general de Promociones Inmobiliarias Starr. En claro contraste con la desbordante opulencia del vestíbulo, el ático de la torre Starr Pointe, de treinta y seis pisos, tenía el sonido hueco y el aspecto de un gran hotel sobre el que se hubiera ejecutado una hipoteca después de que los acreedores lo hubieran expoliado de todo lo que no estuviera clavado al suelo. El espacio tenía un aire fantasmagórico, como si se hubiera producido un desastre biológico. No de simple vacío, sino de abandono.

Paxton señaló una puerta abierta y entraron en su despacho, el único de los que Heat había visto que aún estaba en funcionamiento. Supuestamente, él era el director financiero de la empresa, pero sus muebles eran una mezcla de Staples, Office Depot y muebles de Lavender de segunda mano. Sencillo y funcional, pero no del estilo de un directivo de una empresa de Manhattan, ni siquiera de una empresa venida a menos. Y, por supuesto, nada adecuado a la marca de la casa Starr de ostentación y arrogancia.

Nikki Heat oyó una risita ahogada de Rook y siguió la mirada que el periodista dirigía a un póster de un gatito colgado de un árbol. Bajo sus patas traseras se podía leer la frase: «Aguanta, nene». Paxton no les ofreció café de su cafetera, que llevaba hecho cuatro horas; se limitaron a tomar asiento en unas sillas para invitados desparejadas. Él se acomodó en la curva interior de su mesa de trabajo con forma de herradura.

– Hemos venido para que nos ayude a entender el estado financiero del negocio de Matthew Starr -dijo la detective, haciendo que sonara trivial y neutral. Noah Paxton estaba tenso. Ella estaba acostumbrada a eso; la gente se ponía nerviosa delante de las placas, igual que las batas blancas de los médicos. Pero este tipo era incapaz de mantener el contacto visual, una señal de alarma de libro. Parecía distraído, como si estuviera preocupado porque hubiera dejado la plancha enchufada en casa y quisiera ir allí cuanto antes. Decidió hacerlo de forma suave. A ver qué dejaba caer cuando se relajara.

Él miró de nuevo su tarjeta de visita.

– Por supuesto, detective Heat. -Una vez más intentó sostener su mirada, pero sólo lo consiguió a medias. Hizo como que examinaba de nuevo la tarjeta-. Aunque tengo una duda -añadió.

– Adelante -dijo ella, alerta por si intentaba esquivar la pregunta o por si llamaba a la oficina abierta para que viniera un picapleitos.

– No quiero ofenderle, señor Rook.

– Jamie, por favor.

– Tener que responder a las preguntas de la policía es una cosa. Pero si pretende publicar una exclusiva mía en Vanity Fair o First Press

– No se preocupe -lo tranquilizó Rook.

– Por respeto a la memoria de Matthew y a su familia, no pienso airear sus negocios en las páginas de ninguna revista.

– Sólo me estoy documentando para un artículo que estoy preparando sobre la agente Heat y su brigada. Cualquier cosa que diga sobre los negocios de Matthew Starr será extraoficial. Lo he hecho con Mick Jagger, podré hacerlo con usted.

Heat no daba crédito a lo que acababa de oír. El desgastado ego de un famoso periodista en acción. No sólo había dejado caer como quien no quiere la cosa un nombre, sino también un favor. Y lo que estaba claro era que eso no ayudaría a conseguir que Paxton estuviera predispuesto.

– Es un momento horrible para hacer esto -dijo, poniéndola a prueba, ahora que Rook había aceptado sus condiciones. Se alejó para analizar lo que quiera que estaba en su pantalla plana y luego volvió con ella-. No lleva muerto ni veinticuatro horas. Estoy en pleno… Bueno, ya se lo puede imaginar. ¿Qué le parecería mañana?

– Son sólo unas cuantas preguntas.

– Sí, pero los archivos están… Bueno, lo que quiero decir es que no lo tengo todo -chasqueó los dedos- a mano. Haremos una cosa. ¿Por qué no me dice lo que necesita para tenerlo listo cuando vuelva?

Vale. Había intentado ser amable. Pero él seguía sin cooperar y ahora creía que podía echarla de allí para fijar una cita de su conveniencia. Decidió que había llegado el momento de cambiar de táctica.

– Noah. ¿Le importa que le llame Noah? Quiero que esto continúe en un tono cordial mientras le digo lo que vamos a hacer, ¿de acuerdo? Esto es la investigación de un homicidio. No sólo le voy a hacer unas cuantas preguntas aquí y ahora, sino que espero que las responda. Y no me preocupa lo más mínimo si tiene sus números -chasqueó los dedos- a mano. ¿Sabe por qué? Porque mis contables forenses van a revisar sus libros. Así que decida ya lo cordial que va a ser esto. ¿Nos entendemos, Noah?

Tras una brevísima pausa, el hombre le hizo un resumen en una sola frase:

– Matthew Starr estaba arruinado.

Una declaración de hechos tranquila y moderada. ¿Qué más oyó Nikki Heat oculto tras ello? Franqueza, con toda certeza. Él la miró directamente a los ojos cuando lo dijo, ahora no había ningún tipo de evasión, sólo claridad. Pero había algo más, es como si se estuviera acercando a ella, mostrándole algún sentimiento más, y justo cuando se estaba devanando los sesos en busca de la palabra que lo definiera, Noah Paxton dijo como si estuviera con ella dentro de su mente:

– Qué alivio. -Eso era, alivio-. Por fin puedo hablar con alguien de esto.

Durante la hora siguiente, Noah hizo algo más que hablar. Desentrañó la historia de cómo una máquina de hacer dinero caracterizada por su personalidad había llegado a lo más alto pilotada por el ostentoso Matthew Starr, amasando capital, adquiriendo propiedades clave y construyendo edificios emblemáticos que permanecerían para siempre dibujados en la imagen mundial del skyline de Nueva York, y que luego había sido volada por los aires por el propio Starr. Era la historia de una caída en barrena desde lo más alto.

Paxton, que según los informes de la empresa tenía treinta y cinco años, se había unido a la compañía con su recién estrenado MBA casi en el momento de pleno apogeo de la empresa. Su firme gestión de la financiación creativa para dar luz verde a la construcción del vanguardista StarrScraper en Times Square lo había consolidado como el empleado de mayor confianza de Matthew Starr. Tal vez porque había decidido cooperar, Nikki miraba a Noah Paxton y le inspiraba confianza. Era sólido, competente, un hombre capaz de guiarte en medio de la batalla.

No tenía mucha experiencia con hombres como él. Los había visto, por supuesto, en el tren de la Metro-North en dirección a Darien al final del día, con las corbatas flojas, sorbiendo una lata de cerveza del vagón cafetería con algún compañero o vecino. O con sus esposas vestidas de Anne Klein, cenando un menú degustación antes de asistir a algún espectáculo de Broadway. Podría haber sido Nikki la que estuviera a la luz de las velas con el cosmopolitan de Absolut, poniéndolo al corriente de la reunión con los profesores y planificando la semana en el viñedo, si las cosas hubieran sido diferentes para ella. Se preguntó cómo sería tener un césped y una vida segura con un Noah.

– Esa confianza que Matthew tenía en mí -continuó- era un arma de doble filo. Yo guardaba todos los secretos. Pero también conocía todos los secretos.

El secreto más desagradable, según Noah Paxton, era que su jefe con toque de Midas estaba llevando a su empresa a la ruina de forma imparable.

– Demuéstremelo -pidió la detective.

– ¿Quiere decir ahora?

– Ahora o en un escenario más… -conocía el baile y dejó que su pausa hiciera su trabajo- formal. Usted elige.

Abrió una serie de hojas de cálculo en su Mac y los invitó a sentarse dentro de la U de su lugar de trabajo para verlas en la gran pantalla plana. Las cifras eran alarmantes. Luego vino una progresión de gráficos que hacían una crónica del viaje de un vital promotor inmobiliario que prácticamente imprimía dinero hasta su caída en picado desde una montaña de números rojos, bastante antes de la crisis de los créditos hipotecarios, que le llevó a la debacle de la ejecución hipotecaria.