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Kat se tranquilizó de inmediato.

– Por eso pusiste tanta carne a asar -murmuró.

– Las viejas costumbres son difíciles de desarraigar. Mis hijas no son tímidas.

Tampoco lo era Kat… con las chicas. Los invitados de las jóvenes se fueron después de cenar, pero Mick y las tres mujeres permanecieron un rato junto al fuego. Para entonces la oscuridad era total y los carbones brillaban en la parrilla. Kat se colocó entre Noel y Angie y comió más que todos juntos.

Mick se encargaba de repartir la comida. Una profunda satisfacción y alborozo lo embargaba. Debido a su obsesión por el trabajo los últimos dos años, se había perdido esos momentos con sus hijas, su capacidad para disfrutar juntos, esa convivencia familiar. Mick había reconocido sus errores antes de hablar con Kat, pero fue su furioso sermón de aquella primera noche lo que le hizo actuar.

Kat ejercía también una gran influencia sobre sus hijas. Mick, conmovido, oía cómo las tres charlaban sin parar. June había sido una madre típica para sus hijas. Kat preguntaba y discutía. Tenía autoridad sobre ellas al ser mayor, pero también las respetaba como seres humanos interesantes. Mick ni siquiera sabía que Noel tenía sus propias opiniones respecto a los pobres, ni que Angie se preocupaba por el medio ambiente. Tampoco sabía un ápice sobre maquillaje, pero estaba aprendiendo.

Por fin se acabó la comida y los bostezos hicieron más apacible la conversación. Eran más de las diez. Mick comenzó a apagar el fuego.

– Noel y yo dormiremos en la playa en nuestros sacos de dormir, ¿te parece bien? -Angie se levantó para echar los brazos al cuello de su padre y darle un beso de buenas noches-. Gracias, papá.

– Un momento, bribona. No recuerdo haber dicho que sí.

– No importa, ya sabes que nos dejarás hacerlo. Ya conocemos todas las reglas: nada de meterse en el agua, acampar lejos y volver aquí corriendo en cuanto alguien aparezca por la playa -Angie concluyó con una amplia y encantadora sonrisa. Sabía cómo complacer a su padre.

Noel también le dio un beso de buenas noches. Entonces agitó un dedo delante de su padre con gesto autoritario.

– No te preocupes por Angie, ya sabes que la cuidaré. Ustedes pórtense bien, tú cuida a Kat y no se acuesten muy tarde.

Cuando las dos se perdieron de vista, Mick se rascó el cuello y le dirigió a Kat una mirada entre pesarosa e irónica.

– Dímelo sin rodeos; ¿crees que he perdido por completo mi autoridad de padre?

Kat se echó a reír, pero en seguida se puso seria al darse cuenta de que estaban solos. En la oscuridad. Y sus jóvenes compañeras la habían abandonado.

– Creo que es porque has permitido que se hagan demasiado independientes.

– ¿Demasiado independientes?

– Tú mismo lo dijiste, Mick. ¿Cómo puede uno permitir que un hijo no se haga independiente? -inquirió Kat con suavidad-. ¿Cómo puede desarrollar alguien su carácter si no se le concede libertad para cometer errores, para probarse a sí mismo y saber lo que desea?

– Sí, esa es la teoría -extendió una mano para tomar la de ella. La ayudó a levantarse y la mantuvo junto a él, pero sólo un instante-. La realidad es un poco diferente. Siempre que veo a Noel con algún chico, me dan ganas de mandarla a algún internado de monjas.

– Está probando sus poderes de seducción -señaló Kat sonriendo-. Está tratando de cautivar a toda la población masculina. Cuando le interese un solo chico es cuando vas a tener que tomar tranquilizantes.

– ¿Tú lo hacías?

– ¿El qué?

Kat estaba siendo víctima otra vez de su hechizo. Se suponía que debía ser cautelosa cuando estaba con Mick. Se suponía que debía recordar que no era como otras mujeres y no debía propiciar ninguna relación seria entre ellos.

– ¿Probabas tus poderes de seducción cuando tenías la edad de Noel?

– Sí, era terrible -admitió ella en tono divertido. Quizá era por el susurro de la brisa y el olor del mar y los árboles, pero las puertas personales que tanto trabajo le costaba mantener cerradas para todos los demás, le resultaba imposible no abrirlas con Mick-. Salía con los chicos menos recomendables del colegio y rompía todas las reglas que mis padres me imponían. ¡Mi pobre madre! Sé muy bien que empezaron a salirle canas cuando yo estaba en el último curso… y todo para nada.

Mick se volvió para mirarla extrañado.

– ¿Para nada?

Kat emitió una risilla nerviosa.

– Me gustaba que me miraran, pero no que me tocaran, en realidad. Nunca me perdía una fiesta ni una reunión, pero sólo para dejarme ver. Me rellenaba mi sostén con algodón. ¿Crees que iba a dejar que algún chico lo descubriera?

Hubo un momento de silencio, los ojos de Mick se clavaron en ella.

– ¿Es verdad que hacías eso?

– ¿El qué?

– Llevar relleno en el sostén.

– Claro que lo hacía. Y puedes dejar de contener la risa, Larson. No hacía nada que no fuera normal entonces. Y creo que en todas las épocas; desde siempre las mujeres han tratado de acentuar sus atributos femeninos. Y no creo que las chicas de hoy en día hayan cambiado mucho… ¿no has notado que Noel está un poco… cambiada de repente?

– ¿Pretendes decirme que mi hija…?

– No podría estar por sí misma tan desarrollada -Kat hizo que su interlocutor se riera.

Luego él le deslizó una mano por la espalda. Mick la llevaba hacia la playa. Cuando llegaron a una duna, Kat sintió la arena bajo sus pies y contempló el mar, oscuro, infinito, imponente.

Kat adoraba el mar, pero no por la noche, no cuando estaba sola. Mick estaba entre ella y ese abismo oscuro e insondable. Ella pensó que Mick siempre haría eso con la mujer que quisiera; ponerse entre ella y los oscuros abismos de la vida.

Se controló de inmediato cuando comprendió dónde la estaba llevando ese pensamiento.

– Te he contado cómo era de adolescente para ser sincera contigo, Mick. En realidad creo que soy la última persona que podría aconsejarte sobre tus hijas… es muy probable que echen de menos a June -agregó.

Mick no replicó. Kat podría tener ganas de hablar de June, pero él no.

– ¿Mick?

Era evidente que ella iba a insistir en el tema. Mick suspiró. Se dijo que quizá había llegado la hora de hablar de su mujer.

– Sé que las chicas echan de menos a su madre -dijo-. Trato de convencerme de que estoy haciendo un buen papel como padre. Pero no me hago ilusiones respecto a ocupar el lugar de su madre. Es duro para ellas.

– También para ti. Estoy segura de que la echas de menos. June jamás ocultó lo feliz que era -la sonrisa de Kat fue gentil-. Muchas veces me dijo que eras el único hombre en la tierra con quien pudo haber convivido.

Hizo ese comentario para hacerle sonreír, pero a la luz de la luna vio el semblante austero de su acompañante y cómo en sus ojos se reflejaba algo que no podía definir a ciencia cierta. ¿Acaso era dolor?

– Sí; creo que era feliz con lo que había entre nosotros.

– ¿Es que lo dudas? Todo el vecindario sabía que eran una pareja perfecta -Kate se sintió incómoda de repente-. ¿No eran… felices?

La voz de Mick fue seca, apacible, tajante.

– Estábamos casados. Y si no hubiera muerto, sin duda seguiríamos juntos.

– Lo cual me indica lo que opinas de la lealtad y la fidelidad en el matrimonio, pero no es eso lo que te he preguntado. ¿Eran felices?

– June lo era. Tengo que creerlo, o catorce años de mi vida carecerían de sentido. Ven aquí, pelirroja -cuando ella no me movió de inmediato, el extendió un brazo y le puso la enorme mano detrás de la nuca. La estrechó hasta que sus caderas chocaron mientras andaban-. Te estás volviendo muy descarada últimamente, me haces preguntas personales, actúas como si tuvieras derecho a saberlo todo sobre mí.

– Tengo derecho a saber…

– Por supuesto. Si quieres saber si he olvidado a June, la respuesta es no. No he olvidado ni espero olvidar a una persona que formó parte de mi vida tantos años.