– Por supuesto que no.
– Pero lo que realmente quieres saber, lo que estoy seguro que esperas oír, es que aún no me he recuperado de la pérdida de mi esposa. Guardo muy buenos recuerdos de June, pero nada que pueda constituir una amenaza para ti. No la veo cuando te estoy mirando. No la deseo a ella cuando te toco. No pienso en lo que tuve. Cuando estoy contigo pienso en lo que puedo tener -recorrió la cara de Kat con la mirada lenta e intensamente y el corazón de ella latió alocado.
– Yo… -Kat se dijo que Mick había interpretado mal por completo la razón por la que ella había mencionado a su esposa.
Pero él le sostenía la mirada. Ella temía que Mick la comprendiera demasiado. Temía que pudiera darse cuenta de cómo una mujer podía mentirse a sí misma, por ejemplo.
– ¿Ibas a decir algo?
– No me acuerdo -murmuró ella.
– Bien, porque ya basta de temas serios. Hace una noche agradable y el cielo está cubierto de estrellas. Te apuesto cinco dólares a que llego primero a ese tronco que está allí, en la playa. Te daré ventaja hasta contar cinco.
– Mick…
– Uno… ¿todavía no has salido, pelirroja? Creí que nunca rechazarías un desafío. Dos…
Miró a su acompañante con una sonrisa retadora. Quizá él estaba de humor para hacer una absurda carrera por la playa, pero Kat estaba estupefacta. Nunca se le había ocurrido que Mick hubiera sido infeliz con June. Más aún, Kat tenía la impresión de haber tocado un tema que él prefería no tratar.
– Tres…
Kat echó a correr, aceptando el desafío automáticamente.
Mick la alcanzó de pronto, luego aflojó el paso, arrogante y confiado. Kat le devolvió la sonrisa desafiante. La adrenalina corrió por sus venas y las piernas le comenzaron a doler. La euforia se apoderó de ella.
Kat jadeaba y se reía con la misma libertad que Mick cuando llegó al tronco. El había ganado la carrera y esperaba su premio.
– Olvídalo, tonto. Nunca acepté esa apuesta.
Mick jadeaba igual que ella. Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.
– Has perdido. Me debes un premio.
– Eres un bribón -Kat se esforzó por contener la risa.
– Tienes dos bolsillos. Estoy seguro de que tienes dinero en uno de ellos.
– No tengo nada. Por Dios, déjalo ya, Larson -ella retrocedió, acercándose al mar. Mick avanzó. Ella volvió a retroceder. Mick sonreía y de repente el corazón de Kat comenzó a latir desbocadamente-. Te juro que no tengo dinero en los bolsillos.
– ¿Crees que podría confiar en la palabra de una mujer que se niega a reconocer que ha perdido una apuesta?
– Compórtate -Kat colocó una mano abierta delante de ella, como quien trata de detener a un toro que quiere embestir.
– Sólo quiero ver qué tienes en los bolsillos.
– No me toques, Mick Larson. Si te acercas un paso más lo vas a lamentar. Te…
Kat se dio la vuelta para echar a correr cuando él se abalanzó, pero Mick ya la había sujetado por la cintura con un brazo y con la otra mano le hurgaba en el bolsillo. Estaba todavía conteniendo la risa cuando los latidos de su corazón alcanzaron una velocidad vertiginosa.
– Diantres. No hay en este bolsillo -dijo Mick con aire inocente y la hizo volverse hacia él.
– Bribón…
El la besó evitando que continuara insultándolo. Kat pensó que iba a desmayarse.
Cada vez que sentía los brazos de Mick alrededor de ella, sabía que no debía, que no podía arriesgarse. No tenía excusa para haber ido allí con él ese fin de semana; no tenía excusa para permitir que la besara. Sabía lo que Mick quería, y nada tenía que ver con su amistad o con ayudar a sus hijas, y al responder a su beso, le había dado razones para que creyera que ella buscaba lo mismo.
Y ahí estaba el meollo de la cuestión, porque en realidad ella quería lo mismo que él. Nunca había sentido nada más agradable que las enormes y cálidas manos de él deslizándose por su piel. Quería probar su boca; quería acariciarlo y entregarse a él.
Se dijo que no había aprendido la lección. Respondía con ardor a las caricias de Mick, porque la atracción era muy poderosa. Comenzaba a creer que nada podía salir mal si hacía el amor con Mick.
El quería besarla. Y no sólo eso, pero ya sabía hasta dónde llegaba Kat antes de retroceder asustada y también lo que él sentía cuando ella respondía con vehemencia. Había un punto en el que el escarceo dejaba de ser divertido, donde el deseo podía convertirse en una torturante necesidad física. Pero no quería presionarla. Quería que Kat lo deseara y se entregara libremente y de buen agrado, sin miedo. Libre, no insegura. Y Mick no dudaba que podía controlarse cuando fuera necesario.
Pero no había tenido en cuenta las reacciones de Kat. Siempre, sus besos habían sido agradables, dulces y sensuales; incluso apasionados. Pero nunca desesperados. Siempre, ella le había hecho saber, de manera sutil, cuándo quería que se contuviera.
Le ciñó la estrecha cintura, acercándose a ella de manera deliberada, sensual.
Kat no se apartó. Se apretó contra él con igual sensualidad.
Se pusieron de rodillas en la arena, sin apartar sus bocas. Sus primeros besos eran apasionados y ella parecía que quería más que eso.
Pero él se dio cuenta de que estaba asustada aunque lo deseara tanto como él a ella. Los dedos de Kat subieron por los brazos de Mick, se deslizaron por sus hombros y se enredaron en el escaso vello de su pecho. Sus bocas estaban fundidas en un beso profundo, intenso.
Mick trató de mantener el control, aunque había deseado, ansiado, soñado con que Kat lo tocara así. Con libertad. Con espontaneidad. Con pasión.
Estaba segura de que ella lo detendría en ese momento.
Pero no lo hizo. Sus delicadas manos se posaron en la cremallera de los pantalones de él. Su boca no se desprendió de la de él; su beso era ardiente, fervoroso, ávido.
Mick frotó un muslo entre los de Kat y ella le bajó lentamente la cremallera. Mick le soltó el broche del sostén. Contempló sus senos a la luz de la luna. Eran pequeños, perfectos. Los acarició con la boca. Kat se arqueó para recibir esas suaves, lentas, húmedas caricias.
– Si quieres que me detenga, dímelo ahora, cariño -Mick supo que su voz era ronca, incluso áspera-. Amor mío, hazlo, porque si no…
Kat volvió a besarlo en los labios.
– ¡Por todos los santos, Kat…!
La besó con vehemencia. La besó en los labios. La besó en la garganta. Le terminó de abrir el mono, diciéndose que quizá Kat había perdido el control, pero él era más fuerte. De ninguna manera le haría el amor por primera vez en una playa con la arena metiéndose en los sitios más incómodos y el océano rugiendo en el fondo.
Cuidadosa, tímida, tentativamente los dedos de Kat se deslizaron por los pantalones de él.
De repente a Mick no le importó un comino donde hacían el amor.
– Por favor, Mick…
Su susurro era suave, bajo, desesperado. Mick seguía controlándose, se lo había prometido a sí mismo.
– Por favor…
Ya no pudo contenerse más. Kat estaba desnuda por completo cuando terminó de besarla. Contempló su piel aterciopelada, sus ojos llenos de pasión…
Mick se quitó al instante sus pantalones. Por la forma en la que ella lo miró, supo que no sólo lo deseaba, también lo necesitaba.
Se rodeó con los muslos de la joven. Ella podría haberse asustado entonces. Podría haber cambiado de idea. Pero, en lugar de ello, rodeó el cuello de él con los brazos y susurró:
– Date prisa, Mick. Nada será tan perfecto como hacer el amor… contigo. Por favor…
Mick tenía que hacerla suya. Quería hacerla suya, estaba seguro de que se moriría si no lo hacía. Mick saboreó el amor como jamás había soñado. Saboreó el encanto de una mujer que lo deseaba, como sólo Kat lo había deseado. Saboreó la necesidad, el deseo, la pasión que nunca había conocido antes. Ella estaba preparada para recibirlo.