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Donde quiera que miraba, Kat veía organización, orden y control. En los tres edificios casi podía palpar el amor que ese hombre sentía por su trabajo.

Mick la encontró explorando el patio.

– Se suponía que no iba a tardar tanto -se disculpó él. Fue hacia Kat con un ceño fruncido y una mancha de polvo en la barbilla-. Vámonos de aquí.

– ¿Estás seguro de que ya has terminado? No tienes que preocuparte por mí; estoy muy a gusto.

– Por supuesto que nos iremos; si nos escabullimos antes que Josh me encuentre y me diga que hay otro problema. Cuando demos la vuelta a la esquina del taller, corre como alma que lleva el diablo y no mires atrás aunque alguien grite "fuego".

Kat se rió divertida.

– ¿Cuál de ellos es Josh?

– El de la barba que pone ojos de cordero degollado cuando te mira de arriba abajo -Mick la ayudó a subir a la camioneta-. Igual que los otros muchachos -una vez instalado al lado de su invitada, tuvo que levantarse para sacar la llave del vehículo de su bolsillo. Al hacerlo el pantalón se estrechó sobre su varonil cuerpo. La sonrisa que le dirigió a Kat fue igualmente varonil.

– Menos mal que saliste del taller a tiempo, si no los muchachos te habrían empezado a explicar cómo se hace un barco… cualquier cosa con tal de llamar tu atención.

– Todo me llamaba la atención. ¿Cuántos barcos construyes al año? ¿Qué tipo de barcos son? ¿Y todos los haces en esos edificios?

– Calma, pelirroja… no me preguntes tantas cosas a la vez.

Mick no condujo hacia la bahía de Charleston, sino al río Ashley. Fue por la Avenida Principal como si supiera que Kat adoraba las antiguas mansiones elegantes. Así era, pero la atención de Kat no se apartaba ni un momento de su acompañante.

Corría una brisa cálida que acarició el pelo de Mick. El sol entraba por la ventana y acentuaba los rasgos de su cara, firmes y varoniles, aunque su voz parecía tan tímida y emocionada como la de un muchacho. Fue la timidez lo que conmovió a Kat. ¿Hacía cuánto que él no compartía con alguien el amor que sentía por su trabajo?

Construía yates, corbetas, barcos de pesca, cruceros.

– Construir barcos es lo que quise hacer desde que era pequeño y nunca me importó qué tipo de barcos -los yates de recreo, que eran su especialidad, tardaban en construirse todo un año. Los clientes lo asediaban-. Se corre la voz por razones evidentes. No hay muchos ingenieros que usen sólo madera.

Nunca creyó que su empresa se expandiera tanto, pero cuando June murió duplicó su volumen de trabajo.

– Pensé que podría hacerlo, hasta que me di cuenta de lo que estaba sucediendo con mis hijas. De modo que hace como cuatro meses contraté a Josh, que es de Boston, y a Walker, de Savannah. Un par de aprendices forman el resto del equipo -le dirigió una mirada de soslayo a Kat-. A cada rato todos amenazan con irse. Dicen que soy un perfeccionista obsesivo imposible de complacer.

– Te conocen muy bien, ¿verdad?

– ¡Hey! ¿De parte de quién estás?

De él, pensó Kat. Un mes antes, sus hijas lo habían descrito como un tipo austero y estirado. En ese momento la alegría de vivir se reflejaba en su cara. "No debes enamorarte de él", se dijo Kat con firmeza. Pero esa voz interior se iba debilitando.

– ¿Y tus clientes qué opinan de que seas un perfeccionista?

– Mis clientes tienen suficiente dinero para pagar mi trabajo, que por lógica es muy caro.

Hubo un breve momento de silencio.

– Tengo barcos en el agua desde Maine hasta Florida.

– ¿Sólo trabajas con madera? -quiso saber Kat.

– Sí.

– ¿Cuál es la mejor madera para barcos?

Mick se rió, complacido.

– Esa es una pregunta que casi no tiene respuesta. Los antiguos romanos te habrían dicho que el abeto; los vikingos preferían el roble; los antiguos egipcios el cedro. Los chinos siempre han sentido predilección por un pino llamado sha-mu.

– ¿Nadie está de acuerdo sobre cuál es la mejor?

– Cualquier ingeniero sensato te diría que las maderas duras tropicales. Pero todavía hay puristas que insisten en usar sólo teca, roble y caoba.

– ¿Tú de qué los construyes?

– De teca, roble y caoba.

Cuando llegaron a los muelles, el sol se reflejaba en el agua y le daba una brillantez inusitada a las velas y los cascos de los barcos. Kat no sabía nada sobre corbetas, pero de inmediato supo cuál era la de Mick; le bastó con ver la belleza incomparable de su pintura blanca, el brillo de su cubierta barnizada, sus líneas elegantes.

Fueron andando por el muelle hasta el sitio donde estaba anclado el recién construido barco. Mick se puso enfrente de él, con las manos en la cintura y una sonrisa de satisfacción en los labios.

Kat lo maldijo en silencio. Se había prometido que se mantendría a una distancia prudente de él, pero Mick no le estaba facilitando las cosas. Deslizó un brazo alrededor de la cintura de él y lo estrechó con fuerza.

– ¿Quieres a ese barco?

Mick le devolvió el abrazo.

– Sí.

– Entonces quédatelo, Mick. ¿No puedes?

– Claro que podría. Podría devolverle al tipo que me lo encargó su dinero o hacerle otro. El problema es que me enamoro de cada barco que hago -deslizó una mano por la espalda de ella y le dio una palmadita en el trasero-. Bueno, por el momento vamos a averiguar si no se hunde cuando salga a alta mar. Vas a tener que trabajar para ganarte la cena. Tu primera tarea es soltar amarras.

– A la orden, señor -Kat corrió al instante a cumplir con su cometido.

– Ah… Kat.

– ¿Dime?

– No debes soltar la última amarra hasta que estemos a bordo -se colocó las gafas de sol en la cabeza y sonrió-. Así que eres una marinera curtida, ¿eh?

– ¿Vamos a izar velas?

Mick saltó a cubierta antes, luego le ofreció una mano.

– No en este viaje de prueba. Quiero probar los motores, ver cómo responde en el agua. Tú vas a estar muy ocupada también. Necesito que revises todo bajo cubierta y no como lo haría un ingeniero sino como una mujer.

– Si lo que tratas de decirme, Larson, es que mi lugar está en la cocina.

– No, ahora eres mi grumete -colocó una gorra marinera en la cabeza de Kat y sonrió-. Tendrás que aprender la jerga. Al cuarto de baño se le llama letrina; las camas son literas. Luego están la proa -le tocó la punta de los senos con el dedo índice-… la popa -le palmeó el trasero-. Y mientras estemos a bordo deberás llamarme "capitán".

– A sus órdenes, mi capitán.

Mick intentó besarla, pero ella se escabulló.

Por lo que él pudo comprobar, Kat mostraba hacia el viaje en velero el mismo entusiasmo con que hacía todo lo demás. A los quince minutos Mick dirigía el barco por el río Ashley hacia la bahía de Charleston. El viento había arreciado e intensificado los olores marinos y la corriente era impetuosa. Kat andaba por todas partes: inclinada en la barandilla para mirar las imponentes mansiones blancas de la costa de Charleston, luego exploraba la cubierta de proa, donde las olas se estrellaban en el casco salpicándola y haciendo que se riera regocijada. Le pidió al "capitán" que le explicara para qué servían todos los aparatos en la sala de comunicaciones, luego bajó para explorar el camarote. Pasó un cuarto de hora allí antes que Mick viera aparecer su cabeza asomando por la escotilla abierta.

– Más vale que lo sepas, Mick… capitán. Tendrás que quedarte con tu bebé. Tendrás que decirle al tipo ese de Maine que ha tenido mala suerte.

– Te gusta, ¿verdad?

– ¿Que si me gusta? ¿Qué clase de palabra es esa? Estoy hablando de amor; de una gran pasión. Este yate es una belleza.

Todavía hablaba con entusiasmo cuando desapareció tras la escotilla.

Mick la llamó para que viera algunos delfines. El viento agitó el pelo de la joven. Los rizos se arremolinaban por su nuca y frente. Mick le daba alguna que otra orden sólo para ver aparecer una sonrisa en la cara de su "grumete".