Ya sabía que al capitán Larson le gustaba que lo besara. Todo lo que Kat podía oír era el distante rumor de las olas y una especie de gruñido cuando volvió a besar a Mick.
– Ah… Kat.
– ¿Sí? -la sonrisa de ella era descarada, calmada, serena.
Jamás había estado más asustada, sin embargo. Soltó los brazos del cuello de Mick y deslizó las manos hasta su camiseta. Luego las metió por debajo de la tela y las subió hasta el pecho de él. La piel de Mick era firme y tibia. Más bien caliente. Demasiado caliente para que necesitara llevar una camiseta.
– ¿Todo esto es para decirme que te ha gustado el langostino?
– No, Mick. Esto es porque me gustas tú – fue todo lo que tuvo que decir ella para que él dejara de sonreír divertido.
Kat sabía lo que Mick quería. Lo que había deseado toda la noche, lo único que ella no podía ofrecerle, pero esa necesidad se reflejaba en los ojos de él y también un desafío… "Si lo quieres, nada, vas a tener que pedírmelo. No voy a presionarte".
Kat le levantó la camiseta y cuando la dejó en el suelo, ella le enmarcó la cara con las manos y volvió a ponerse de puntillas. Su lengua se movió por el labio inferior de Mick, con suavidad y, lentitud. Luego le dio un mordisco.
Después lo besó con avidez y vehemencia.
A Mick le gustó ese beso. Mucho. Le gustó la sensación de las palmas de Kat subiendo por su espalda; le gustó la forma en la que la suave pelvis de ella se frotaba contra él… Kat se decía a sí misma que estaba loca.
Pero no se sentía así. Sentía una profunda necesidad en su interior. Había sido culpa de ella que Mick se sintiera mal la noche que habían pasado en la playa. Era un amante maravilloso, fuerte, varonil. Pero ella no tenía más opción que poner un alto a su relación. Sin embargo, de repente le interesaba mucho demostrarle lo que sentía por él, cómo lo veía, lo mucho que significaba para ella.
Y sólo había una forma de hacerlo.
– Podemos hacer el amor, Mick -susurró-. Pero no… de la manera… habitual.
– ¿Cómo?
Mick no parecía muy atento a lo que ella decía, de modo que Kat insistió.
– Tengo que ser sincera contigo, ¿de acuerdo?
– Amor mío, no hace falta que digas nada…
– Por favor, tienes que escucharme.
Mick la besó en la garganta. Esos besos estaban acabando con la concentración de Kat, pero quizá más valía así. De haber sido otro hombre y no Mick, nunca habría logrado hacer ni decir nada;
– Tendré que complacerte sólo a ti… yo… -no sabía cómo decirlo, pero estaba segura de que él lo entendía. Había muchas formas de complacer a un hombre aparte de la penetración tradicional, después de todo-. Conozco dos maneras de lograrlo, Mick. Sólo que una nunca la he practicado y… la otra… necesitaré un poco de ayuda, ¿de acuerdo?
Entre besos y susurros sofocados, por fin pareció captar la atención de Mick. El levantó la cabeza. La miró intensamente y luego sonrió con aire pícaro.
Kat sintió que las rodillas le temblaban. Mick la volvió a besar en la boca mientras sus manos bajaban por su espalda hasta aferrarse a su trasero. La levantó, rodeándose la cintura con las piernas de ella sin despegar los labios y la llevó así a la parte de atrás del camarote.
La dejó en la cama. Se colocó encima de ella, no con todo su peso, sólo lo suficiente para que ella se diera cuenta de que estaba excitado.
Esa parte del camarote estaba en penumbra. Ella hizo acopio de todo su valor con determinación; la fuerza de sus sentimientos le infundía ánimos. Sabía con exactitud lo que quería hacer: procurar que él se sintiera amado, deseado y atractivo como hombre. Audaz como nunca lo había sido, lo besó en la boca, la garganta, los hombros, el pecho. Osada como nunca le deslizó las manos por los costados, recorrió la cremallera de sus pantalones, extendió los dedos por sus caderas.
A Mick le gustó lo que ella estaba haciendo, su reacción no dejó lugar a dudas, aunque dejó de cooperar. Ella había hecho lo posible para explicarle que ése sería su juego, pero Mick no la ayudaba en absoluto. Kat tenía la blusa abierta, permitiendo así que él deslizara por debajo su mano llena de callos. La punta de su pulgar recorrió el borde del sostén. Kat sintió que le faltaba el aliento.
– Mick…
– Calla -él la levantó con suma delicadeza… pero le arrancó la blusa azul marino y la tiró al suelo sin consideraciones.
Luego el sostén siguió el mismo camino. Los pezones de Kat se endurecieron aun antes que los acariciara la lengua ansiosa de Mick.
Kat arqueó la espalda para recibir mejor esa caricia y luego sintió los dientes de Mick. El le tomó los dos pechos con las manos muy abiertas mientras sus dientes y su lengua los probaban. Kat apenas podía respirar. Su corazón latía aceleradamente.
Colocándose encima de él, con el pelo cayéndole por la cara, lo besó. Era un beso audaz, desvergonzado.
– Mick…
– Eres increíblemente atractiva, cariño.
Mick estaba fuera de sí.
– Me gustaría que no hicieras eso…
– Te encanta.
– Pero se supone que soy yo quien debe complacerte -ella encontró el botón de sus pantalones, y le bajó la cremallera-. Creí que habías comprendido que quiero… -sus dedos se metieron por debajo de la tela y descendieron-. Necesito… quiero… Mick, yo…
– No creo que sea tan difícil decirme que quieres que me quite los pantalones -se los quitó y luego la besó, sonriendo.
– No me entiendes.
– Créeme, te entiendo.
– Mick, quiero complacerte.
– Lo haces con sólo existir, cielo.
– Quiero decir… satisfacerte sólo a ti -maldición. La lengua de él estaba en su cuello, haciendo que se estremeciera, mientras sus manos se esforzaban por bajarle la cremallera de los vaqueros-. No funcionará de ninguna otra manera. Y no me importa. No necesito nada para mí. Sólo quiero que tú…
Mick tuvo que levantarla para quitarle los pantalones, luego le quitó las bragas de encaje. Sólo la miraba a los ojos.
– Esta vez, sólo esta vez -murmuró él-, quiero que me digas lo que deseas. Deja de preocuparte, Kat. Te quiero. ¿No te has dado cuenta?
– Pero.
– Juré que no dejaría que esto sucediera. No esta noche. Juré que te daría todo el tiempo que necesitaras, pero la expresión que vi en tus ojos, querida… no era tiempo lo que me estaba pidiendo.
Ella trató de decir algo más.
– Calla -Mick volvió a colocarse encima de ella, y le dio una serie de besos, ávidos, ansiosos, anhelantes.
Si ella pensaba que él iba a aceptar la absurda idea de complacerlo a él sin que ella recibiera satisfacción, estaba muy equivocada.
En ese momento sólo había una cosa en la mente de Mick. Kat estaba asustada, pero no tanto como ella misma suponía. Sus ojos estaban llenos de pasión, sus piernas lo ceñían, sus pequeños pechos estaban tan hinchados que debían dolerle. Esta vez Mick estaba convencido.
Se dijo que Kat deseaba que le hiciera el amor.
La boca de él reclamó la de ella mientras la palma de Mick le recorría el interior de su muslo y luego se posaba con suavidad en su parte más íntima. Ella trataba de estrecharlo con más fuerza mientras le mordía con suavidad el labio inferior. Mick la besó y la acarició hasta que ella le clavó las uñas en la espalda, pero él continuó acariciándola con lentitud sin dejarse llevar por la pasión desenfrenada.
A ella le encantó. Le gustó tanto que casi perdió la cabeza… casi. Nada estaba saliendo mal esta vez, porque él no lo permitiría. El pensó que ella era una belleza, toda suavidad, dulzura, perfume y deseo.
– Mick…
El la besaba mientras trataba de ponerse el preservativo. Pero ella no habría notado si era fluorescente o liso. No le importaba. Sus ojos echaban chispas de pasión. Estaba anhelante y sus besos febriles así lo denotaban: torpes, aunque dulces, audaces y luego impacientes. Era como si hubiera acumulado todo su deseo los últimos diez años, almacenando amor para verterlo sobre Mick y él no la decepcionaría, estaba convencido.