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Mick volvió a poner sus muslos encima de los de ella, animado por los suaves gemidos de Kat, por el brillo de sus ojos, por la vehemencia impaciente de sus manos. El retrasó el momento culminante. No por mucho tiempo. No era de piedra. Lo suficiente para hacer más intenso el momento.

– Por favor, Mick.

Mick la hizo suya y sintió que su corazón iba a salírsele del pecho. La oyó murmurar su nombre una y otra vez.

Y luego otra vez, pero ahora de manera diferente.

Ella estaba dispuesta. El lo sabía. Lo había sentido. Pero de repente, vio que en los ojos de ella se reflejaba un profundo dolor. Las lágrimas le rodaban por las mejillas.

Capítulo 8

Mick se apartó, apretó la mandíbula y luchó para controlarse. Un whisky triple lo habría ayudado. Se sentía frustrado. El deseo se negaba a morir. La seguía deseando. Kat no mejoró la situación cuando intentó incorporarse.

– ¿Adonde crees que vas?

– Quiero…

– No.

– Necesito…

– No -ella estaba temblando, lo cual lo exasperó aún más. La volvió a acostar en la cama. Ella estaba pálida como la cera y tenía los ojos apretados-. Mírame.

Kat no quería mirarlo. Quería que se la tragara la tierra.

Movió los labios para pronunciar palabras de disculpa, pero sintió como si tuviera un nudo en la garganta que se lo impidiera. Se sentía culpable. Ninguna disculpa sería suficiente después de haberlo sometido a esa tortura por segunda vez. De nada servía decirse que su única intención había sido satisfacerlo y no había esperado que las cosas terminaran así. Aunque eso era cierto, ella podía haberlo frenado. Había dejado que todo sucediera porque hacer el amor con Mick le parecía la cosa más natural del mundo.

Una vez, más se dejó engañar al haber pensando erróneamente que con él sería diferente.

Una vez más lo había desilusionado. Sintió deseos de morirse. Cualquier cosa era mejor que abrir los ojos y mirarlo a la cara.

– Explota si quieres, Mick -dijo Kat en voz baja-. Si yo fuera tú, estaría más que furiosa.

– Me parece qué los dos estamos pasando por el mismo tormento -murmuró Mick con voz apacible, aunque enronquecida. Kat abrió los ojos y lo miró asombrada-. Tú estás tan frustrada como yo.

– Es diferente porque es culpa mía. Sólo mía -Kat se incorporó-. Debí habértelo dicho antes y me avergüenza no haberlo hecho. No debió suceder lo que sucedió porque yo ya lo sabía. Hace cinco años iba a casarme con un hombre llamado Todd; rompimos a causa de esto, así que ya lo sabía. Sabía que no tenía derecho a tener una relación con nadie. Por favor, créeme si te digo que nunca quise hacerte daño…

– Ven aquí, amor mío -dijo él con calma.

Ella estaba aturdida. Estaba muy oscuro y tenía la vista empañada por las lágrimas. Se dijo que si el barco no se moviera tanto, podría encontrar su blusa en el suelo. Sintió la repentina necesidad de cubrirse.

– Hay millones de mujeres normales en el mundo. No te sería difícil encontrar una. Lo único que puedo decir en mi favor es que soy un ejemplo de sexo sin riesgo. Durante mucho tiempo he tratado de ver el lado gracioso de esto. Creo que soy la pareja más segura del pueblo. ¿No te parece gracioso? Maldición, no puedo hablar de esto. Nunca pude, nunca podré y no me asombraría si me tiraras al agua en el viaje de regreso. Yo sólo… -dijo ella.

Todavía estaba buscando su blusa cuando Mick la asió por la cintura. La dejó otra vez en la cama sin esfuerzo aparente. Después la arrinconó contra la pared del camarote. Ella no iría a ninguna parte. La expresión de los ojos de él era paciente pero inflexible.

– Nadie se está riendo, Kat, ni piensa que haya nada de gracioso en esta situación. Nadie va a tirarte al agua y si quieres que de verdad me enfade, vuelve a salirme con esa tontería de que "no eres normal".

Le apartó con gentileza algunos mechones de la frente.

– Vamos a hablar.

– Acabamos de hacerlo -Kat no lo comprendía-. Te he dicho la verdad. No hay nada más que decir.

– Quizás tú no tengas más que decir; yo no he empezado siquiera -le limpió con el dedo el resto de humedad de las mejillas-. Me imaginé que habrías tenido una relación con alguien; un mentecato. Es él quien te dijo que eras frígida", ¿verdad? No hay mujeres frígidas, amor mío, sino amantes torpes e insensibles. No sé si te hizo daño cuando hacían el amor o sólo era un vulgar egoísta.

Kat movió la cabeza, pero él no apartó la mano.

– Todd no era un mentecato y las cosas no fueron así. Fui yo. Es culpa mía. Sé que debí ser sincera contigo desde el principio.

– Lo eres, cada vez que te toco, cada vez que respondes a mis caricias. Nunca he conocido a una mujer más sincera que tú, así que sigamos hablando del asunto -colocó una almohada detrás de sus cabezas-. Ya me has hablado de tu prometido, ¿quién más hubo antes? ¿Quizás alguien de quien te enamoraste locamente? ¿Alguien que te hizo sufrir? ¿Algo peor?

– No, por supuesto.

– Me dijiste que eras bastante ardiente de jovencita.

Kat levantó los ojos al cielo e hizo una mueca.

– También te dije que todo era una farsa. Un compañero trató de arrinconarme en el pasillo del colegio y lo tumbé de un bofetón. Ese es el único susto que me han dado en mi vida.

– Estamos hablando de sinceridad -había una advertencia en la voz de Mick.

– No puedo hablar. No sobre estas cosas -ella levantó la cabeza-. ¿No crees que deberíamos vestirnos? ¿Quieres una cerveza? ¿Qué te parece si hablamos de barcos?

Mick alzó una ceja.

– No estarás intentando volverte a levantar de esta cama, ¿verdad?

– Creo que sería sensato que habláramos de pie.

– Creo que ciertas conversaciones sólo pueden tener lugar si se está acostado.

– No hago nada bien estando acostada. Es lo que he estado tratando de decirte. No hay nada más que decir, aparte de que si yo fuera tú, me echaría por la borda. Piénsalo, Mick. Es un buen consejo.

Mick la rodeó con los brazos para impedirle que se moviera.

– Kat, si tú tienes un problema, es evidente que tenemos un problema los dos.

– No. El problema es sólo mío.

– Te equivocas. Tú no tienes un problema; lo tenemos los dos. Porque así son las cosas cuando dos personas se quieren. ¿O no lo sabías acaso? ¿Es que no me quieres?

Kat tragó saliva. No podía mentirle.

– Sí, con toda mi alma.

– Y parece que tratas de darme a entender que no existe ningún trauma emocional que haya causado nuestro problema. Pero a menos que no haya interpretado bien cómo respondes a mis caricias, no falta el deseo en nuestra relación. Para decirlo con toda delicadeza de que soy capaz… -se aclaró la garganta-… me has dado suficientes razones para creer que te excito.

– Por Dios, Mick, ¿crees que habría llegado a esto si no fuera así? Ya sé que no es una excusa, pero cada vez que nos… -tragó saliva-. ¿Crees que no es engorroso que me excite sobremanera cada vez que tú…? -volvió a faltarle el aliento-. Por Dios, tengo treinta y tres años y hace cinco que no tengo ninguna relación sentimental con nadie. ¿Crees que no sé lo que es controlarse? Tan sólo contigo… -extendió un brazo para tratar de expresar lo que no podía con palabras-. Ese es el problema, dejé que las cosas siguieran su curso sin decirte nada; me parecía difícil aceptar que las cosas saldrían mal estando contigo.

– Ya veo -Mick le rozó la sien con los labios-. Creo que acabas de halagarme, aunque no estoy muy seguro -sonreía pero había una expresión de seriedad en sus ojos cuando le volvió la cara para mirarla-. Yo también te deseo -dijo con suavidad-. De manera tan incontrolada, tan absoluta que me da miedo. Y como siento algo tan intenso, no me voy a dejar amedrentar por un simple problemilla.