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– E1 muy perverso -murmuró Georgia con ironía.

– Me mintió, Georgia. No me invitó para hablar sobre su hija.

– Ni hablar, hay que lincharlo -concluyó su amiga.

– Puedes tomarlo a broma, pero no conoces toda la verdad -dijo Kat irritada. Comenzó a preparar el merengue-. Angie me llamó el sábado pasado por la noche. Había preparado su primera cena ella sola y estaba tan orgullosa que quería compartirla conmigo. Yo no podía herir sus sentimientos.

– Por supuesto que no.

– De modo que fui a su casa, esperando que fuéramos cuatro a la mesa. El menú fue pollo al vino, champaña y brócoli. La mesa estaba adornada con velas y los cubiertos eran de plata. Las chicas comenzaron a reírse como dos bobas en cuanto llegué.

– ¿Y te dejaron sola con Mick?

– El estaba al tanto -Kat agitó una cuchara delante de su amiga-. Dejó que sus hijas idearan ese plan. Sabe muy bien que las chicas se están encariñando mucho conmigo y se pasa la vida diciendo que tengo una influencia positiva en ellas y cuánto me necesitan. Está incitando deliberadamente a sus hijas a creer que puedo formar parte de sus vidas.

– Ese tipo es un villano. Un hombre que utiliza a sus propias hijas…

Kat ya no oía las bromas de Georgia. Su tono se volvió nostálgico, sus ojos se perdieron en la distancia.

– Y nunca, nunca le perdonaré lo de las camelias.

– ¿Camelias?

– ¿Recuerdas lo ocupadas que estuvimos el lunes? No llegué a casa hasta tarde. Estaba tan cansada que apenas podía andar. Lo único que deseaba era meterme en una bañera llena de agua caliente y perfumada, de modo que subí por la escalera y… allí estaban. Un enorme ramo de camelias blancas, delicadas, preciosas – miró a Georgia con desesperación-. Adoro las camelias.

Georgia asintió.

– Ese hombre es un auténtico rufián. No podía haber hecho nada más ruin que mandarte camelias.

– No puedo ir con él a Nueva Orleáns. Le dije que no iría a Nueva Orleáns, que no quiero tener con él una relación, que no quiero nada. Le dije que no y no hay vuelta de hoja, Georgia. Simplemente tengo que alejarme de él.

Georgia se dio cuenta de la espantosa mezcla que su amiga estaba haciendo en lugar de merengue y se apresuró a quitarle la cuchara y el tazón.

– Deja que sea yo quien haga el merengue, querida.

– No. Puedo hacerlo yo. Sé perfectamente bien lo que tengo que hacer… -las palabras se le atragantaron en la garganta.

Kat siempre había sabido lo que tenía que hacer y siempre lo había hecho bien. Hasta hacía poco. Ya no se podía concentrar en su trabajo, en su vida, en nada. Nada tenía sentido ya.

El simple, práctico, natural Mick había iniciado ese absurdo cortejo romántico cuando sabía que ella tenía un problema.

Camelias.

Para una mujer que no podía tener relaciones íntimas.

Iba a comprarle a ese hombre una camisa de fuerza. En cuanto dejara de sentirse tan triste.

Georgia dijo con naturalidad:

– Se llamaba Wynn.

– ¿Quién?

– El hombre de quien me enamoré. ¿Alguna vez te he hablado de él?

Kat volvió rápidamente la cabeza. Georgia sabía muy bien que jamás había mencionado su pasado.

– Era alto y atractivo. Era más bien esbelto, tenía algo de Paul Newman en los ojos. Tú sabes que estoy un poco acomplejada por mi peso, ¿verdad?

Kat asintió, y se compadeció de su amiga. Lo sabía.

– Sin embargo, a Wynn le gustaban las rollizas. También le gustaban las zarzamoras, los caramelos de menta y los libros. Tenía demasiado dinero. Tendía a preocuparse, todo el tiempo estaba tenso, no sabía relajarse. Yo lo calmaba, según decía. El no me calmaba a mí. Cuando estaba con él, me sentía muy inquieta y agitada -Georgia sonrió-. Lo dejé.

– Oh, querida… ¿por qué?

– Yo no podía tener hijos y él deseaba tenerlos. El conocía mi problema y me dijo que no importaba, que podíamos adoptarlos, pero yo temía que él llegara a odiarme por ser estéril. De modo que decidí facilitarle las cosas y me fui -Georgia metió un dedo en la mezcla, probó el merengue y quedó satisfecha con el resultado-. Eso pasó hace ya siete años. Creí haber hecho lo mejor para Wynn.

No le parecía así a Kat. Georgia se movió con rapidez y decisión hacia la mesa con su tazón de merengue, pero en sus ojos había una gran tristeza.

– ¿Sabes lo que ha sido de él? -preguntó Kat con suavidad.

– Sí. Se casó, tiene un heredero y su mujer va a darle otro hijo pronto -Georgia guardó el merengue en uno de los estantes y añadió en tono despreocupado-: A veces me pregunto si no cometí la mayor equivocación de mi vida al no aceptar la proposición de matrimonio de Wynn ni su idea de adoptar niños. No debí tomar decisiones que a él le correspondían… no lo hagas, Kat.

– ¿El qué?

– Suponer que puedes tomar decisiones que le corresponden al hombre que quieres. ¿Tienes un problema? No me sorprende. Hace mucho tiempo que sospechaba algo así. La mayoría de nosotros tenemos problemas, sólo somos humanos al fin y al cabo. No decidas que él no puede aceptarlo o solucionarlo. Wynn se casó con otra. Yo nunca me casaré. Siempre me acuerdo de él cuando miro a otro hombre; está siempre presente y siempre lo estará… y tú irás con Mick a Nueva Orleáns.

– Georgia…

– A veces una sólo tiene una oportunidad para ser feliz. Yo desperdicié la mía. Maldición, Kathryn. Mick te mira igual que Rhett Butler a Scarlett OHara en Lo que el Viento se Llevó y si te pidiera que pasaras la noche en una pocilga, deberías complacerlo. ¿Qué más puedo decir? ¡Irás a Nueva Orleáns con él y punto!

Kat vio las lágrimas asomar a los ojos de su amiga y avanzó hacia ella con los brazos abiertos. Georgia se merecía que la abrazaran… por Wynn, por compartir con ella secretos tan personales, por ser una amiga irremplazable.

Pero Georgia no entendía lo que pasaba en realidad. Tampoco sabía por qué le había pedido que pasaran el fin de semana en Nueva Orleáns… y sí, iría con él.

Mick esperaba que ocurriera un milagro en Nueva Orleáns.

Kat consideraba ese viaje como la única manera posible de cortar de una vez por todas su relación. Irrevocablemente. Tenía que resultar. Hacía mucho tiempo que no creía en milagros. Y ni siquiera un milagro serviría para que ella dejara de quererlo.

Pero por primera vez en su vida Kat necesitaba ayuda para ser fuerte. Y esperaba encontrar esa ayuda en Nueva Orleáns.

Capítulo 9

A lo largo de la historia, los hombres han hecho muchas cosas para demostrar su amor: escalar montañas, participar en cruzadas, batirse en duelos, competir.

Mick dudaba de que alguien hubiera llegado a ese extremo. Con la cabeza inclinada, hojeaba una revista en la sala de espera de la ginecóloga. Era un ejemplar de Woman’s World. Por más que buscó no encontró un solo Sports Illustrated ni nada parecido.

Las sillas de color rosa estaban alineadas contra una pared. Mick estaba apretado entre una mujer de negocios que movía la pierna que tenía cruzada y un ama de casa sonrojada. Era el único hombre que había en la atestada sala de espera. Se sentía más fuera de lugar que un payaso en un velatorio.

Kat había tratado de convencerlo de que no fuera con ella.

– ¿Acaso no he accedido a ver a la doctora? Pero no hay ninguna razón para que me acompañes a la consulta.

Ella tenía razón. Podía haber consultado a un ginecólogo en Charleston, pero allí todos la conocían. Nadie adivinaría que habían ido a Nueva Orleáns a pasar algo que no fuera un romántico fin de semana. Pero lo más importante era el médico. Después de llevar a cabo una investigación minuciosa, Mick había descubierto a la persona adecuada: una mujer especializada en problemas sexuales y con diplomas que llenaban toda una pared.