Sola en su casa el miércoles por la noche, se dio un baño caliente para serenarse. En vano. Después, recorrió la casa envuelta en una toalla. Dio vueltas al caballito del tiovivo, recorrió el vestíbulo y luego subió por la escalera. Se detuvo delante de la ventana de su habitación y vio un relámpago dibujar un zigzag de plata en el cielo. Vio… pero no en realidad.
Hasta el día anterior al mediodía, ella se había aferrado a la esperanza de que hubiera una razón evidente que explicara el cambio de conducta de Mick. Aunque había concluido el tratamiento prescrito por el ginecólogo, no pudo concertar una cita con su médico para decidir el tratamiento a seguir después hasta el día anterior. Lo lógico era que Mick hubiera evitado todo contacto físico hasta que ella recibiera la autorización del médico. Sin embargo, la noche anterior Kat había logrado dejar caer un "ya estoy bien" mientras cenaba con Mick y las chicas y él ni siquiera había parpadeado. Más importante aún, muchísimas horas habían pasado desde la noche anterior y esa noche.
Comenzaba a desesperarse.
Mick le tenía cariño. De eso estaba segura. Procuraba estar con ella la mayor parte de su tiempo libre. Kat sabía que no recibiría un premio como la madrastra perfecta, pero quería de verdad a Angie y Noel. Y Mick fue quien la animó a que estableciera una relación cada vez más estrecha con las chicas.
Lo que más le importaba, era que Mick había cambiado. ¿No se daba cuenta él? El trabajo ya no era toda su vida. Todavía se preocupaba cuando sus hijas hacían algo que no le gustaba, pero eso no tenía importancia; era un padre maravilloso, al menos convivía más con ellas. Sólo necesitaba alguien que le dijera que todo estaba bien. Alguien que le hiciera reír, alguien con quien se sintiera a gusto, que lo aceptara tal como era… y como quería ser.
Kat estaba convencida de que tenía algo que ver con que él hubiera cambiado. Había pensado que él estaba cambiando en aspectos que le hacían ser mejor, que enriquecían su personalidad, que afinaban su sensibilidad. Había pensado que, quizá… quizá él había encontrado en ella algo que realmente le importaba.
Había pensado que la quería.
Kat se peinó el pelo mojado. El dolor que sentía la desgarraría si no tenía cuidado. Era más fácil soportar la ira y, ciertamente, también sentía eso.
¿No tenía acaso una razón? Mick la había hecho conocer el amor y el deseo y luego se había olvidado de ello. La había hecho desear con vehemencia y luego la había obligado a enfrentarse a cosas terribles, a hablar de cosas bochornosas, mortificantes, la había llevado a ver a una ginecóloga y todo como si fuera la cosa más natural entre un hombre y una mujer que se quieren. Y luego adoptaba otra vez la actitud de un buen amigo… y nada más.
Kat aceptaría eso si tuviera sentido, pero era absurdo. Mick no la lastimaría deliberadamente, de eso estaba segura. Tenía una faceta maliciosa, pero era honrado y sincero. Si hubiera dejado de quererla, habría cortado su relación sin recovecos.
Y la única explicación que Kat podía encontrar era que Mick pudo haber hallado algo sobre lo que no podía ser sincero… que no podía afrontar… no por sí solo, al menos.
Dios sabía que Kat entendía muy bien las dimensiones de ese tipo de problemas y estaba a punto de llegar a su habitación cuando se le ocurrió algo. Maldición, pensó.
De repente soltó la toalla, se puso una bata, fue al estudio y llamó a su vecino. El teléfono sonó una vez. Luego otra vez y otra. Mick levantó el auricular cuando iba a sonar una cuarta vez. Era evidente que había estado dormido, porque su voz era adormilada y ronca.
La de Kat era beligerante.
– Necesito tu ayuda, Larson. Un grifo está goteando.
Hubo una breve pausa.
– ¿Ahora?
– Ahora.
– Querida, es casi medianoche.
– El ruido no me deja dormir.
– ¿De verdad?
– Y tengo miedo de que haya una inundación.
– Está bien, preciosa. Estaré allí dentro de un momento.
Colgó. Kat tembló de pies a cabeza. Mick podía haberle enseñado que la sinceridad es muy importante en las relaciones… pero también le había enseñado que una estratagema funcionaba mejor cuando el asunto era espinoso.
Y ningún problema podía ser más espinoso que el suyo. Kat miró el reloj. Mick tardaría tres minutos en ponerse los pantalones. Eso le dejaba a ella apenas el tiempo suficiente para ajustarse la bata, peinarse y bajar a abrir la puerta.
Un trueno se oyó muy cerca, cuando ella abrió la puerta de atrás. Mick entró en la cocina con una caja de herramientas en la mano. Miró a su vecina y sonrió.
– Bien. ¿En dónde está el problema?
– En el cuarto de baño de arriba.
– Ah.
Kat subió por la escalera delante de él. Mick dejó la caja de herramientas en el suelo del cuarto de baño y revisó el impecable lavabo de mármol negro con expresión ceñuda.
– Parece muy serio.
– Lo sé.
– Soy bastante hábil, pero me temo que esto es tan grave que necesitarás un fontanero profesional.
– Ya me lo temía.
– ¿Sabes dónde van las tuberías del lavabo?
– Allí.
– ¿Adonde?
Kat hizo un movimiento vago con la mano.
– Allí.
Mick no llevó las herramientas a la habitación, simplemente entró antes que Kat y se detuvo. Observó la cama con dosel, la decoración del siglo diecinueve, los frascos de perfumes en el tocador, la chimenea y los cristales de la ventana.
– No veo una sola tubería -observó él.
– ¿Estás seguro?
– Estoy seguro. Quizá si apagaras la luz del techo podría ver mejor.
Ella apagó la luz del techo, lo cual dejó sólo la tenue luz de la lámpara de cristal de la mesilla de noche.
– ¿Ves mejor ahora?
Mick no respondió. Su mirada estaba fija en la bata de seda, en el pelo enmarañado y en la boca de su vecina. Especialmente en su boca. Cielos, ¿por qué se le habrían secado los labios de repente?
– Veamos, preciosa… ¿cuáles son tus pérfidas intenciones?
– Sólo Dios sabe por qué he tardado tanto en decidirme, pero sí, tengo unas intenciones muy pérfidas.
– No quiero que estés asustada.
– ¿Y es por eso por lo que estás dos últimas semanas has estado tan distante? -Kat fue a cerrar la puerta de la habitación-. Por primera vez en mi vida podía hacer el amor… y eso era maravilloso, Mick, pero tú comprendiste que de repente me daría cuenta de que sería la primera vez. La primera vez que importa -se desató el cinturón de la bata-. De ninguna manera me casaría con un hombre al que no pudiera satisfacer en la cama. No le haría algo así y jamás, jamás, te lo haría a ti.
– Amor mío.
Mick se calló cuando ella se deslizó la bata hasta que la prenda de seda se cayó al suelo. Mick no estaba viendo nada que no hubiera visto antes pero la expresión de los ojos de él era, en cambio, nueva. Avidez, ansia, deseo, necesidad… Kat había visto todo eso en él antes, pero no ansiedad. Nunca ansiedad.
– Dado el tiempo que tuve para preocuparme por ello-dijo ella con suavidad-, pensaste que habría convertido esa "primera vez" en una prueba… una prueba tan crucial que estaría tensa; esa era una garantía segura de que todo saldría mal. Eso es lo que creías, ¿verdad? De modo que procuraste que no tuviera tiempo de preocuparme. Me dijiste de mil maneras diferentes estas últimas dos semanas que el sexo no es lo más importante para ti.
Su voz se enronqueció, se hizo más profunda, cuando lo vio avanzar hacia ella.
– El sexo no es lo más importante. El amor sí, y lo digo con el corazón en la mano, Kat. No tenemos que hacer esto esta noche, si tú no…
Ella le rodeó el cuello con los brazos y le hizo callar dándole un beso. Mick era sensible, perceptivo y maravilloso, pero esta vez estaba completamente equivocado. Tenían que hacer el amor y no se trataba de una terrible prueba crítica. Kat siempre había sabido cuáles podían ser los riesgos que correrían la primera vez que consumaran su amor; podía perderlo.