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Pero el caso era que esa experiencia con un hombre le causaba dolor. Dolor físico. Y no quería someter nunca más a un hombre al engorro de romper el encanto de su relación con sus gemidos de dolor.

El teléfono sonó. Lo dejó sonar.

Kat no era ninguna ingenua. Mick no habría ido allí si no estuviera interesado… y ella también lo estaba. Mick se había volcado demasiado tiempo en su trabajo. Por más que hubiera querido a June, debía comprender que todavía estaba vivo, que tenía sentimientos y necesidades que debía satisfacer.

Pero no era ella la mujer que lo haría feliz, se dijo Kat con resignación. No tenía más alternativa que evitar enamorarse de él.

El sábado a las dos. Kat cerró la puerta y bajó los escalones con su enorme bolso en una mano y una lista en la otra. Se dirigió a la casa de Mick en el momento en el que Angie cerraba la puerta de atrás.

– ¿Has traído las llaves del coche de tu padre, querida? -preguntó Kat con alegría.

– Las tiene Noel.

Kat levantó la vista de la lista que llevaba en la mano, un poco desconcertada por el tono abatido de la chica al principio, y después por la expresión desolada que vio en sus ojos.

– ¿Qué pasa? ¿Pasa algo malo?

– Todo. Este será sin duda el peor día de mi vida.

– Creí que tenías muchas ganas de ir de compras conmigo. No tenemos que hacerlo si no quieres.

– Sí, sí quiero. Pero yo deseaba ir sólo contigo. Ahora no podremos ir a comprar lo-que-tú-ya-sabes. Por favor, ni lo vayas a mencionar.

– Angie…

Noel las interrumpió cuando bajaba los escalones del porche. Estaba vestida como siempre, de forma estrafalaria y llamativa y llevaba toneladas de rimel. Tenía las llaves del coche de Mick en la mano. Le bastó con mirarla a la cara para ver que estaba tan irritada como su hermana.

– El va a venir. Tenemos que esperarlo -dijo Noel con resignación.

– ¿Quién? -Kat estaba desconcertada.

– Papá.

– ¿Pero, por qué va a venir con nosotros tu padre?

– Porque dice que se siente culpable si no nos acompaña -Noel hizo una mueca graciosa, luego suspiró-. Eso es lo que piensa. Cree que tiene que ir con nosotras. Dice que ya es hora de que aprenda algo sobre ropa y cosas de chicas. Dice que no nos preocupemos porque no dirá una palabra. Sólo nos seguirá en silencio.

Angie lanzó un bufido.

– Kat, ¿no puedes hablar con él? No queremos herir sus sentimientos, pero… ¿no podrías convencerlo de que no venga?

Kat quiso que se la tragara la tierra. Se habría vestido y peinado de otra forma de haber sabido que Mick iría con ellas. Sólo llevaba puestos unos pantalones cortos y una blusa muy ligera; llevaba una coleta y no se había pintado casi. O más bien, si hubiera sabido que Mick iría, ella se habría quedado en casa.

Mick la había estado llamando cada noche, sólo para pedirle consejo sobre sus hijas. Esas llamadas nocturnas y su voz baja, gutural y aterciopelada hacían que se le acelerara el pulso. No había logrado poner fin a esas llamadas, pero eso no significaba que quisiera verlo.

– Creo que soy la menos indicada para decirle a su padre lo que debe hacer -murmuró-. De cualquier manera, creo que estamos exagerando. No será tan terrible.

– Oh, claro que lo será -aseguró Noel-. No has visto a papá en una tienda. No compra nada. Odia ir de compras. Y lo peor de todo es que cree que hace esto para ayudarnos.

– ¿Sabes lo que dijo? -gimió Angie-. Todo el mundo usa ropa interior. Chicos y chicas. Todo el mundo. No hay por qué sentirse avergonzado por ello. ¡Oh, voy a morirme!

La puerta se oyó una tercera vez. Por un momento Mick no pareció ver a sus hijas. Sólo tenía ojos para Kat. Sus ojos azules lo miraron todo: su cola de caballo, el sol que quemaba las piernas desnudas de Kat, su falta de maquillaje, sus pantalones cortos y blancos como la inocencia. La miró de tal forma que ella se sintió muy deseable. Y su sonrisa empeoró las cosas.

Por fin él se puso unas gafas de sol y miró a sus hijas. Con lentitud fue hacia el coche. Llevaba puestos unos pantalones de algodón, y una camisa recién lavada y planchada. Y Kat estaba segura de que hacía un sacrificio al ir con ellas. Sin embargo, exclamó:

– ¡Caramba, toda una tarde de compras! ¡Cómo vamos a divertirnos!

Capítulo 4

A las diez de la noche de ese día, Kat se encontraba en su patio, recostada en una mecedora. Tenía los ojos cerrados, estaba agotada y con los nervios de punta. Se tapaba con un brazo los ojos para protegerse de la luz de la luna. Hacía un calor infernal, pero a ella no le importaba.

Oyó cómo se abría la puerta de atrás de la casa de al lado. No se movió. Ni siquiera al oír el crujido de la madera y cuando un hombre muy fuerte se paró en la valla abrió los ojos.

– Me parece que ha salido bastante bien, ¿verdad?

La voz de su vecino era baja, varonil, muy sensual y tan anhelante como la de un niño ansioso. Kat tardó un momento en reunir fuerzas para hablar.

– Ven aquí, Larson.

Oyó cómo él cerraba la valla.

– Claro que tardé cierto tiempo en entender lo de las tallas, los estilos y todo eso. ¿Por qué tiene que ser tan complicada la ropa femenina? Pero después de eso…

– Siéntate -ella señaló el suelo.

Mick obedeció y se sentó a los pies de su vecina. Iba sin camisa. Suspiró largo tiempo cuando sintió la hierba fresca por el rocío nocturno.

– Tú y yo tenemos que tener una pequeña charla sobre las diferencias entre chicos y chicas -declaró Kat.

– Me parece bien, pero no creo que tardemos mucho. Ya sé que yo tengo una cosilla que tú no tienes.

– Hay diferencias más importantes.

– ¿De verdad?

Kat se inclinó para arrancar hierba y tirársela. Mick no la esquivó y sonrió abiertamente.

– Trata de prestarme atención -dijo Kat-. La verdadera diferencia entre los chicos y las chicas empieza en la puerta de un centro comercial. Cualquier centro comercial.

– Vamos, admítelo. Hice bastante bien las cosas en la tienda, ¿no?

Kat abrió la boca, pero no dijo nada. Mick se había portado terriblemente. No había palabras para expresarlo. No llevaban ni veinte minutos en la tienda cuando empezó a preguntar:

– ¿Ya hemos terminado?

Y no era que no hubiera intentado ser comprensivo, pero él iba de compras como un cazador buscaba una presa. Noel quería una blusa de lentejuelas. Y eso era todo, Mick se dedicó entonces a buscar por toda la tienda lo que tuviera lentejuelas, sin que le importara la talla.

– ¿Qué te parece ésta? -había preguntado.

Por error, entró en un probador. Por error, le permitieron entrar en la sección de pendientes. Se quedó quieto con las manos en la cintura y el ceño arrugado.

– Bien… estamos buscando algo rosa, ¿verdad?

Las chicas miraban a Kat como diciéndole: "haz algo". Ella lo intentó. Le dijo con firmeza que no entrara con ellas en la sección de ropa interior, también que no hiciera ningún comentario ni mirara siquiera a Angie cuando salieran. Mick había obedecido al pie de la letra a Kat. No miró ni una sola vez a su hija. De hecho, casi la aplastó al salir por mantener la mirada fija en el frente.

En ese momento Kat se sintió inclinada a poner la cabeza en los hombros de ese hombre torpe y conmovedor. Estaba decidido a ser un buen padre, contra viento y marea.

Kat estaba agotada. No estaba hecha para ser el árbitro entre un padre y sus hijas, y mucho menos para hacer el papel de madre sólo porque era mujer.

Se dijo que Mick no era peligroso. Toda la tarde lo había demostrado. ¿Cómo podía ser peligroso un hombre que podía hacerla reír tanto y que tanto la exasperaba? Era simplemente de carne y hueso, humano. Era extraño cómo podía hacerla derretirse de esa manera.