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La joven entró en la sala, seguida de Fintan. A contraluz su silueta parecía enorme, su vientre dilatado por el embarazo le daba la apariencia de una gigante. Se detuvo en el umbral. Sabine Rodes se acercó a ella, la acompañó hasta Maou.

«Mírela bien, signorina Alien, ¡ella es quien obsesiona a su marido, es la diosa del río, la última reina de Meroe! Ella no tiene ni idea, desde luego. Está loca y es muda. Un buen día llegó aquí, nadie sabe de dónde, vagaba siguiendo el río de una ciudad a otra, se vendía por un poco de alimento, por un collar de cauri. Se instaló en el casco del George Shotton. Mírela bien, ¿acaso no tiene todo el aire de una reina?»

Sabine Rodes se levantó, tomó a la joven de la mano, la hizo andar hasta Maou. Detrás, al amparo de la puerta, Okawho no perdía detalle. Maou se indignó.

«Déjela tranquila, no es una reina, ni una loca. Es una pobre muchacha sordomuda de la que todo el mundo se aprovecha, ¡no tiene usted derecho a tratarla como a una esclava!»

«Ahora es la mujer de Okawho, se la he dado yo.» Sabine Rodes volvió a sentarse en su sillón. Oya retrocedió despacio, hasta la puerta. Se deslizó al exterior cruzándose con Fintan que observaba la escena.

«¡Pero podría habérsela dado a su marido!»

Añadió con perfidia, mientras su azul mirada escrutaba a Maou: «¿Quién sabe de quién es la criatura que guarda en su vientre?»

Maou, colérica, sintió que le subía la sangre a la cabeza.

«¡Cómo puede! ¡No tiene usted el menor sentido de… del honor!»

«¡El honor!» Repitió, pronunciando fuerte la erre como Maou. «¡El honorrr!»

Se le había pasado el aburrimiento. Podía soltar su habitual discurso. Se levantó, bajándose las mangas de la túnica con un movimiento de los brazos: «¡El honor, signorina! ¡Pero, mire a su alrededor! ¡Todos, todos tenemos los días contados! ¡Los buenos y los malos, la gente de honor y la gente como yo! ¡Se acabó el imperio, signorina, se derrumba por doquier, se deshace en polvo, el gran barco del imperio naufraga con todos los honores! ¡Usted habla de caridad, y su marido vive inmerso en sus quimeras, y al mismo tiempo todo se derrumba! Pero yo no me iré. Me quedaré aquí para verlo todo, es mi misión, mi vocación, ¡ver cómo se va a pique el navío!»

Maou cogió la mano de Fintan. «Está usted loco.» Tales fueron sus últimas palabras en la casa de Sabine Rodes. Buscó deprisa la puerta. En el jardín, Oya había vuelto a sentarse frente a la gata metida en su caja.

Cuando Geoffroy se enteró de lo ocurrido, de la tentativa de Maou, se puso furibundo. Su voz retumbaba en la casa vacía, se confundía con los truenos de la tormenta. Fintan se escondió en el cuarto de cemento, al fondo de la casa. Podía oír la voz de Geoffroy, dura, malintencionada:

«Es culpa tuya, es lo que también tú querías, has puesto todo de tu parte para lograrlo, para que tuviéramos que irnos.»

El corazón, a Maou, se le salía del pecho, se le atascaba la voz de ira e indignación, decía que no era cierto, que era infame, lloraba.

Fintan cerró los ojos. Se sentía el fragor de la lluvia sobre la chapa. El olor a cemento fresco era más fuerte que todo lo demás. Pensó: mañana iré a Omerun, a casa de la abuela de Bony. Jamás regresaré. Jamás iré a Inglaterra. Con una piedra grabó en la pared de cemento POKO INGEZI.

El fuego es más abrasador, más preciso ahora que ya nada lo protege, que nada se interpone entre él y su sueño. Geoffroy remonta con lentitud el río Cross en una canoa cargada hasta los topes que pugna contra la fuerza de la corriente, crecida por las lluvias, que arrastra el cieno y las ramas rotas. Esta mañana ha llovido en las colinas, y se han desbordado los afluentes del Cross, impregnando de sangre el agua del río. Okawho está sentado en la proa de la canoa. Apenas se mueve, de vez en cuando coge un poco de agua en el hueco de la mano y bebe, o se rocía la cara. Ha aceptado venir con Geoffroy, guiarlo hasta Aro Chuku. Sin dudarlo ni un instante. Sin decirle nada a Sabine Rodes. Se llegó de mañana al embarcadero, subió al Ford V 8, que se dirige a Owerri. No cogió objetos personales para el viaje. no lleva más que el pantalón corto caqui y la camisa rasgada de todos los días.

Ahora la canoa remonta el río Cross, transportando pasajeros hacia Nbidi, Afikpo, hacia las minas de plomo de Aboinia Achara, Mujeres, niños cargados con sus equipajes, hombres escoltando las mercancías, el aceite, el petróleo, el arroz, las latas de corned-beef y leche condensada. Geoffroy sabe que se dirige a la verdad, al corazón, La canoa remonta el río, hacia la senda de Aro Chuku, remonta el curso del tiempo.

En el mes de diciembre de 1901, el coronel Montanaro, jefe de las fuerzas británicas de Aro, remontó este mismo río en un barco de vapor con una dotación de 87 oficiales ingleses, 1.550 soldados negros y 2.100 porteadores. Luego, a través de la sabana, dividido en cuatro columnas, el ejército se puso en marcha hacia Aro Chuku, continuando hacia Oguta, Akwete, Unwuna, Itu. Un verdadero cuerpo expedicionario, como en la época de Stanley, con sus cirujanos, geógrafos, oficiales civiles e incluso un pastor anglicano. Son los valedores del poder del imperio, tienen orden de avanzar cueste lo que cueste, con el fin de reducir la bolsa de resistencia de Aro Chuku y destruir para siempre el oráculo de Long Juju. El teniente coronel Montanaro es un hombre enjuto y pálido pese a los años pasados al sol de África. Las órdenes son inapelables: destruir Aro Chuku, reducir a cenizas la ciudad rebelde con todos sus templos, fetiches, altares para los sacrificios. Nada debe salvarse en este lugar maldito. Hay que matar a todos los hombres, viejos y niños varones de más de diez años. ¡No debe quedar ni rastro de esa ralea! ¿Da vueltas en su mente a las consignas de guerra contra el pueblo aro, contra el oráculo que preconiza la destrucción de los ingleses? Las cuatro columnas avanzan a través de la sabana, guiadas por los exploradores venidos desde Calabar, Degema, Onitsha, Lagos.

¿Acaso es esto lo que Geoffroy ha venido a buscar, como una confirmación del inminente fin del imperio, o como el final de su propia aventura africana? Geoffroy recuerda la primera vez que remontó el tiempo, al llegar a esta tierra. El viaje a caballo atravesando las espesuras de Obudu, por las tenebrosas colinas que habitan los gorilas, en Sankwala, Umaji, Enggo, Olum, Wula, el descubrimiento de los templos abandonados en la selva, las piedras erguidas como gigantescos sexos dirigidos al cielo, las estelas grabadas con jeroglíficos. Escribió a Maou una larga carta para decirle que había encontrado el final de la ruta de Meroe, los signos dejados por el pueblo de Arsinoe. Luego estalló la guerra, y la pista volvió a cerrarse. ¿Podrá encontrar de nuevo todo eso? Mientras la canoa remonta el río, Geoffroy escruta las riberas, en busca de un indicio que le permita orientarse. Aro Chuku es la verdad y el corazón que no ha cesado de latir. La luz rodea a Geoffroy, se arremolina en torno a la canoa. El sudor da brillo al rostro de Okawho, sus cicatrices parecen abiertas.