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Bond preguntó si había otros hospitales en la zona. La respuesta fue negativa. El más próximo se hallaba en Kemijärvi, y allí carecían de un servicio de urgencias, al igual que en el centro clínico de Pelkosenniemi. Bond pidió el número de ambos hospitales y los de la policía local. Después dio las gracias, colgó el auricular y volvió a marcar.

Al cabo de cinco minutos se confirmó la mala nueva. Ninguno de dichos hospitales había atendido a ningún huésped accidentado del hotel; y lo que aún era peor, los cuartelillos de la policía comarcal no tenían en ruta, cumpliendo servicio, ningún Saab Finlandia. Más todavía, dijeron no haber enviado patrulla alguna al hotel. Dijeron que sin duda se trataba de un error, que sabían muy bien de qué hotel se trataba y que era un sitio espléndido para practicar el esquí. Deploraban lo ocurrido.

También Bond, que estaba sumamente preocupado.

10. Kolya

James Bond montó en cólera.

– ¿Quiere eso decir que no piensa mover un dedo por Rivke? -pronunció estas palabras sin gritar, pero su voz era fría y cortante, como el hielo que decoraba los árboles situados más allá de la ventana de la habitación de Kolya.

– Daremos cuenta de lo sucedido a su organización -Kolya se expresaba con indiferencia-, pero no enseguida, sino cuando hayamos concluido el trabajo. Es posible que para entonces puedan darnos razón de ella. No tenemos tiempo de pasearnos por ahí, entre la nieve, tratando de localizarla. Si no aparece, los del Mossad tendrán que hacerse cargo de ella. ¿Qué dice la Biblia? «Dejad que muertos entierren a los muertos», ¿no es así?

Bond estaba a punto de perder la paciencia. Poco faltó para que así ocurriera desde que acudió a la cita con los dos hombres. La primera vez fue cuando llamó a la puerta. Kolya atendió la llamada y Bond entró como una exhalación, con un dedo en los labios y blandiendo en la otra mano, como si fuera un talismán, el detector VL-34.

Brad Tirpitz soltó una risita sarcástica, que se trocó en una incendiaria mirada de disgusto cuando Bond sacó otra bobina de escucha empalmada al teléfono de Kolya, más algunos artilugios electrónicos adicionales ocultos debajo de la alfombra y tras el rollo de papel higiénico en el baño.

– Creía que lo habías peinado todo -dijo Bond, con acento cortante, lanzando una mirada de recelo a Tirpitz.

– Exploré todas las habitaciones al llegar al hotel, incluida la tuya, muchacho.

– También dijiste lo mismo en Madeira.

– Porque no encontré nada.

– En tal caso, ¿cómo es posible que, sean quienes fueren, hayan podido localizarnos aquí?

Tirpitz, sin inmutarse, insistió en que había inspeccionado las habitaciones en busca de aparatos de escucha.

– Todo estaba en orden, tanto en Madeira como aquí.

– En tal caso se ha producido una filtración, y puesto que me consta que no soy yo, tiene que ser uno de vosotros.

– ¿De nosotros? ¿De nosotros dices? -Kolya parecía realmente enfadado.

Como Bond no había podido facilitar a Kolya todos los detalles de la llamada telefónica de la que suponía era Paula, acompañada de la consiguiente advertencia de un incidente inmediato, aprovechó para hacerlo ahora. El semblante de Kolya experimentó un cambio. Las facciones del soviético, pensó Bond, eran como el mar. En la presente ocasión, el cambio de expresión fue de la calma al encrespamiento paulatino, conforme el británico le exponía como se había dispuesto la trampa, al menos desde su punto de vista. Al margen de la identidad del enemigo que les hostilizaba, lo cierto era que conocía bastante a fondo los pasos que se proponía dar.

– No era una vieja mina lo que estalló en la pista de esquí -afirmó Bond con crudeza-. Rivke es una buena esquiadora, yo no lo hago mal y supongo que tú, Kolya, no eres ningún aprendiz. En cuanto a Tirpitz, desconozco…

– Me las arreglo bien -contestó, como pudiera hacerlo un escolar enfurruñado.

Era muy posible, prosiguió diciendo Bond, que la bomba que hizo explosión en la ladera fuera accionada por control remoto.

– También pudo ser un tirador apostado en el hotel. No sería la primera vez que se echa mano de este recurso: utilizar una bala para activar la carga explosiva. Personalmente me decanto por la primera suposición, la del control remoto, porque encaja con todos los elementos en juego. Así, el hecho de que Rivke estuviese en la pista, la llamada telefónica, que debió de coincidir con el momento en que ella estaba en la parte superior del recorrido… -extendió los brazos-. En fin, que nos tienen acorralados. Ya han conseguido eliminar a uno de nosotros, lo que facilita cualquier medida que adopten para acabar con el resto…

– Y el deslumbrante conde Von Glöda desayunando en el hotel en compañía de su esposa -manifestó Tirpitz con aspereza. Apuntó con el dedo a Kolya Mosolov-. ¿Puedes decirnos algo al respecto?

El soviético asintió a medias.

– Les vi antes del suceso en la pista, y también cuando regresé al hotel.

James Bond retomó la cuestión que había planteado Tirpitz.

– Dime, Kolya, ¿no crees que ya ha llegado el momento de que sueltes lo que sabes de Von Glöda?

Mosolov hizo un gesto dando a entender que todo aquello le resultaba un galimatías muy confuso.

– El supuesto conde Von Glöda es un sospechoso de primer orden…

– Es el único sospechoso -atajó Tirpitz.

– El probable instigador del grupo que tratamos de desenmascarar -añadió Bond.

Kolya lanzó un suspiro.

– No di más explicaciones sobre su persona porque estaba a la espera de una prueba definitiva, la localización de su cuartel general.

– ¿Y dispones ya de esta prueba? -Bond se aproximó a Kolya, casi amenazando.

– Sí -fue una afirmación rotunda y clara-. Sabemos lo que hace falta. Forma parte de las instrucciones para la operación de esta noche -Kolya hizo una pausa como si sopesara la conveniencia de facilitar más información sobre el asunto-. Imagino que los dos estaréis al cabo de quién es realmente Von Glöda -parecía disponerse a dar un espectacular golpe de efecto.

Bond asintió con la cabeza.

– Y también la relación de parentesco que le une con nuestra colega, ahora ausente -añadió Tirpitz.

– Conforme -dijo con un tono ligeramente irritado-, en tal caso seguiré con la exposición del plan.

– Y dejarles a Rivke a los lobos, ¿verdad? -la imagen de la muchacha seguía hostigando a Bond.

Kolya volvió despacio la cabeza hacia el superagente.

– Soy del parecer de que Rivke se halla perfectamente atendida y de que… ¿cómo decís en vuestra tierra?… y de que la dejemos jugar a fondo sus posibilidades. Me atrevería a afirmar que la chica reaparecerá en el momento oportuno, cuando esté a punto. Mientras tanto, si queremos reunir las pruebas que acaben de una vez con las Tropas de Acción Nacionalsocialista, que es el único objeto de nuestra presencia aquí, hemos de preparar con cierta cautela la misión de esta noche.

– Adelante, pues -dijo Bond, disimulando su indignación.

Tal como había anticipado ya Kolya Mosolov, el objetivo de la operación era presenciar, y a ser posible fotografiar, el robo de armas del arsenal conocido como Liebre Azul, situado en las cercanías de Alakurtii. Kolya desplegó en el suelo un mapa militar de la zona, cubierto por doquier con marcas de diverso tipo: cruces en rojo y varios trazos, azules y amarillos.

El dedo índice de Kolya indicó una crucecita roja exactamente al sur de Alakurtii, unos sesenta kilómetros dentro de territorio soviético y a una distancia aproximada de setenta y cinco con relación al lugar donde a la sazón se encontraban.

– Doy por supuesto que todos los aquí presentes saben manejar un escúter -miró primero a Tirpitz y después a Bond. Los dos hombres corroboraron las palabras de Kolya con un breve movimiento de cabeza-. Me alegro, porque nos espera una dura jornada. Las previsiones meteorológicas para esta noche no son alentadoras. Temperaturas muy por debajo de cero que subirán un poco después de medianoche, en que se prevé una ligera nevada, pero que volverán a descender a los mínimos de antes.