El ambiente de la habitación era íntimo y acogedor. Bond lanzó con delectación una bocanada de humo hacia lo alto. Sin duda el trabajo tenía sus compensaciones. Aquel mismo día, por la mañana, Bond había dejado atrás temperaturas de hasta cuarenta grados bajo cero, ya que la verdadera razón de su estancia en Helsinki tenía que ver con un muy reciente viaje al Círculo Polar Artico.
Enero no es la mejor época del año para visitar esa zona. Pero tratándose de un período de entrenamiento para subsistir en las condiciones más duras, en la clandestinidad y soportando los rigores del invierno, la parte de Finlandia que abarca el Círculo Polar tenía las mismas desventajas que cualquier otra zona geográfica.
Los Servicios Especiales, a los que pertenecía, consideraban obligado que sus mejores agentes se mantuvieran en plena forma y recibiesen adiestramiento en todas las modernas técnicas de la profesión. De aquí que, una vez al año por lo menos, Bond se esfumara del mapa para practicar con el Destacamento 22 de las fuerzas especiales de Aviación Militar, cerca de Hereford, o en sus desplazamientos ocasionales a Poole, en Dorset, para ser instruido acerca de nuevas tácticas y material utilizado por el Cuerpo Especial de patrulleros de la Marina real.
Si bien se había procedido a liquidar la antigua unidad de élite «Doble Cero», facultada para «matar en cumplimiento del deber», Bond seguía encarnando el papel de 007. El áspero jefe de los Servicios Especiales, conocido por todos como «M», se lo explicó sin andarse con chiquitas.
"En lo que a mí respecta usted sigue siendo el agente 007. Yo asumo toda la responsabilidad de sus actos y, como de costumbre, recibirá las órdenes y objetivos a cumplir directamente de mí, sin intermediarios. Hay veces en que este país necesita de alguien que remiende los desperfectos con un objeto contundente, y a fe mía que van a recibir unos cuantos mamporros.
Dicho en términos más protocolarios, Bond era lo que los servicios de espionaje norteamericanos denominan una «carta única», es decir, un agente para menesteres difíciles al que se dejan las manos libres para acometer misiones especiales. Ese fue el caso cuando Bond, a raíz del conflicto de las islas Malvinas en 1982, tuvo que adoptar un ingenioso camuflaje de su personalidad. En aquel trance ni siquiera fue reconocido ante las cámaras de la televisión. Pero, en fin, todo esto había quedado ya atrás en el recuerdo.
Con vistas a lograr que el agente 007 estuviera siempre en perfecta forma, Bond constató que «M» se las componía para someterle, cada año, a uno o más entrenamientos sobre el terreno. En la presente ocasión se trataba de lidiar con los inconvenientes de un clima gélido. Las órdenes, apremiantes, apenas dieron tiempo a Bond a prepararse para la prueba.
Durante el invierno, miembros de las fuerzas especiales del Arma Aérea realizaban cada año ejercicios de adiestramiento en las nieves de Noruega. Para el año en curso y a modo de aventura suplementaria, M había dispuesto que Bond participase en una misión de entrenamiento en la zona del Círculo Polar, en secreto y sin ningún tipo de permiso o autorización del país en que iba a desarrollarse el lance: Finlandia.
La misión, que no conllevaba elemento alguno de misterio o amenaza siniestra, se reducía a una semana de ejercicios de subsistencia en condiciones adversas en compañía de dos soldados de las fuerzas especiales del Arma Aérea y de dos agentes del Cuerpo de Patrulleros de la Armada.
Sus compañeros de fatigas tenían encomendado un papel más difícil que el de Bond, ya que debían pasar clandestinamente dos fronteras: desde Noruega a Suecia y, a renglón seguido, también en secreto, cruzar los límites fronterizos de Finlandia, para luego encontrarse con Bond en Laponia. Una vez en esta región tenían que pasar siete días sometidos al llamado «régimen del cinturón», es decir, subsistir con lo más imprescindible, guardado en unos cinturones especialmente diseñados para tales menesteres. El objetivo fijado era sobrevivir en un medio hostil sin dejarse ver ni identificar.
A esta prueba seguiría un ejercicio de cuatro días dirigido por Bond, consistente en un recorrido por la frontera fino-soviética, con tomas fotográficas incluidas. Finalizada la misión, el grupo se disgregaría, Bond por un lado y los comandos por otro. Se había previsto que un helicóptero recogiera a estos últimos en una zona alejada, mientras Bond emprendía el regreso por su cuenta.
A Bond no le costó ningún trabajo encontrar un camuflaje en Finlandia. Todavía tenía que realizar las pruebas oportunas de su Saab turbo -él lo llamaba la «Fiera de P1ata»- en las duras condiciones del invierno nórdico.
La Saab-Scania organizaba todos los años una competición automovilística en un circulo de la zona ártica, cerca de la estación de esquí de Rovaniemi. Ambas circunstancias constituían una buena coartada para su estancia en el país. No le fue difícil arreglárselas para que se le invitara a tomar parte en la prueba deportiva; le bastó con un par de llamadas telefónicas y al cabo de veinticuatro horas tenía su coche en Finlandia, equipado con todos los «accesorios» secretos incorporados a sus expensas por la firma Communications Control Systems. Seguidamente Bond tomó un avión con destino a Rovaniemi y escala en Helsinki para discutir algunos detalles con los mecánicos y técnicos de la escudería, amigos de antiguo, como Erik Carlsson y el apuesto Simo Lampinen.
El rally automovilístico le llevó unos pocos días, y después de llegar a un acuerdo con el corpulento Erik Carlsson, que prometió cuidar de «Fiera de Plata», abandonó el hotel cercano a Rovaniemi a primera hora de una gélida mañana.
El atuendo invernal que Bond vestía no hubiese favorecido su imagen con las mujeres de su tierra natal. La camiseta térmica Damart resultaba poco apropiada para determinadas maniobras. Encima de la camiseta, de pantalón largo, llevaba un traje de competición, más un suéter de cuello alto y como remate unos pantalones y chaqueta acolchados, al estilo de los esquiadores. Calzaba gruesas botas Mukluk fuertemente sujetas con cordones. Un pasamontañas de grueso paño, la bufanda, el casquete de lana y las gafas protectoras le resguardaban cuello y cabeza. Debajo de los guantes de piel llevaba otros de la firma Damart que dábanles calor a las manos. Un pequeño envoltorio contenía la impedimenta, incluida su particular adaptación del cinturón de tela usado por los comandos de la aviación y la marina.
Bond se abrió camino trabajosamente a través de la nieve, que en las partes más accesibles del terreno le llegaba hasta las rodillas, atento en todo instante a no apartarse del estrecho sendero que había explorado previamente a la luz del día. Un falso movimiento a la derecha o a la izquierda podía hacerle caer en una hoya de tamaño suficiente para cubrir por completo un automóvil de pequeña cilindrada.
El escúter o velomotor se hallaba exactamente donde le habían indicado los agentes portadores de instrucciones. Nadie preguntaría cómo aquel artefacto había ido a parar allí. Los velomotores para la nieve resultan bastante difíciles de manejar a motor parado, de forma que Bond necesitó diez minutos largos para sacarlo de entre las rígidas ramas de abeto entre las que estaba oculto. A continuación lo acarreó hasta lo alto de una loma que descendía formando una suave pendiente de casi un kilómetro. Bond empujó levemente el escúter y el vehículo empezó a deslizarse, dándole el tiempo justo para saltar al interior y resguardar las piernas bajo el capó.
El escúter resbaló sobre la nieve a lo largo de la pendiente, hasta que perdió impulso y se detuvo. A la sazón y a pesar de lo mucho que resuenan los ruidos en un paraje nevado, Bond se hallaba lo bastante lejos del hotel para poner el motor en marcha no sin antes proveerse de una brújula y comprobar el mapa con una linterna. El pequeño motor entró en funcionamiento. Bond abrió la válvula de admisión, embragó y el vehículo empezó a moverse. Al cabo de veinticuatro horas llegaba al punto de destino donde le esperaban sus compañeros.