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– Le aconsejé al estúpido comandante del puesto que pusiera sobre aviso al primer agente del KGB que se presentara en el lugar y le dijese que se entrevistara conmigo. Al principio se dejaron ver algunos agentes del servicio de inteligencia militar, pero no permanecían más de dos días en Liebre Azul. Luego llegó Kolya. Tomamos unas copas y se abstuvo de hacer preguntas. Le pregunté qué era lo que más le apetecía con objeto de escalar puestos en el servicio. Formalizamos el trato en ese mismo despacho. Liebre Azul dejaría de existir en el plazo aproximado de una semana. Nadie indagaría. Tampoco habría soborno de por medio. Kolya sólo quería una cosa. Le quería a usted, señor James Bond, a ser posible servido en bandeja. Yo me limité al papel de titiritero y a indicarle de que hilos debía tirar para conseguir apresarle a usted. Luego se convino en que yo me quedaría unas horas en su compañía, transcurridas las cuales se lo entregaría de mil amores al Departamento Cinco, al que su departamento conoce tan bien como SMERSH, para que hiciesen con usted lo que les viniera en gana. Vivo o muerto, por descontado.

– Mientras, usted seguía construyendo el Cuarto Reich -añadió James Bond-. Y luego todos vivirán felices y comerían perdices, ¿no es así?

– Más o menos. Pero ya me he retrasado más de la cuenta. Mi gente le espera para charlar con usted…

– Aunque no tenga derecho a preguntar, tengo curiosidad por saber si fue también usted el que organizó la operación conjunta entre la CIA, la KGB, el Mossad y mi departamento.

Von Glöda asintió con la cabeza.

– Le indiqué a Kolya cómo debía proceder y la forma de sustituir a los agentes respectivos y sus enlaces. Comprenderá que no pedí a los del Mossad que me mandaran a mi descarriada hija.

– Rivke -Bond evocó en su mente aquella noche en el hotel.

– Sí, así se hace llamar en la actualidad, o por lo menos es lo que me han dicho. Si se comporta bien, señor Bond, puede que me deje enternecer y le permita verla antes de partir hacia Moscú.

¡De modo que Rivke estaba viva y en el Palacio de Hielo! Bond se contuvo para no traslucir sus sentimientos. Encogiéndose de hombros, inquirió:

– ¿Decía usted que alguien quería hablar conmigo?

Von Glöda se situó, de pie, detrás de la gran mesa de despacho.

– No me cabe duda de que en Moscú tienen unos deseos enormes de verle, pero también mi servicio de información desea hacerle unas cuantas preguntas sobre ciertos asuntillos.

– ¿De verdad?

– Sí, de verdad, señor Bond. Estamos enterados de que su departamento tiene detenido a uno de los nuestros; un soldado que no cumplió con su deber.

El superagente volvió a encogerse de hombros y puso cara de desconcierto.

– Mis hombres son soldados leales y me consta que anteponen la causa a cualquier otra cosa. Ello explica los éxitos que hemos conseguido hasta el momento. Nada de prisioneros. Todos los miembros de las Tropas de Acción deben prestar juramento de sacrificar la vida antes que incurrir en el deshonor. En el curso de los actos de terrorismo que desencadenamos el año pasado, no cayó prisionero ninguno de los comandos participantes, salvo… -dejó la frase en suspenso-. Vamos, señor Bond, ¿tiene la bondad de hablar?

– No tengo nada que decir -sus palabras sonaron inexpresivas y a la vez categóricas.

– Creo que sí tiene algo que decir. La operación contra tres altos funcionarios británicos en el momento en que salían de la Embajada de la Unión Soviética. Haga memoria, Bond.

La memoria de Bond estaba muy lejos de allí. Recordaba las instrucciones de M y la expresión de gravedad que nubló el semblante de su jefe cuando aludió al interrogatorio de uno de los militantes de las Tropas de Acción, preso en las dependencias subterráneas del edificio de Regent's Park, el que había intentado suicidarse. ¿Qué había dicho M en aquella ocasión? «Se ha mostrado muy impreciso», y no añadió pormenor alguno.

– Estimo -la voz de Von Glöda se apagó hasta casi convertirse en un susurro-, estimo que cualquier información arrancada a ese prisionero debió de serle comunicada a la hora de recibir instrucciones, antes de entrar en contacto con Kolya. Necesito saber, debo saber, qué es lo que les ha contado el traidor a la causa, y, le guste o no, va usted a decírmelo, señor Bond.

Este consiguió arrancar una carcajada de su reseca garganta.

– Lo siento, Von Glöda…

– ¡Führer! -gritó el conde hecho un basilisco-. Hará lo que todo el mundo y va a llamarme Führer.

– ¿A un oficial finlandés que se pasó al bando de los nazis? ¿A un finlandés germanófilo poseído por delirios de grandeza? No puedo llamarle Führer.

Bond se expresó con calma, ajeno a la perorata que le soltó su interlocutor.

– He renunciado a toda nacionalidad. No soy finlandés ni alemán. ¿Acaso Goebbels no proclamó los sentimientos de Hitler? El pueblo alemán no tenía derecho a sobrevivir porque no había sabido cumplir ni estar a la altura de los ideales propugnados por el gran movimiento nazi. Tenía que ser liquidada para dar paso a un nuevo Partido que recogiera la herencia del pasado.

– Pero no fue liquidado.

– Da lo mismo. Mi lealtad es para el partido y para Europa. Para el mundo entero. Nos hallamos en los albores del Cuarto Reich. Incluso esta información parcial que puede usted darme me es necesaria, y va a procurármela.

– No tengo la menor idea de que haya ningún prisionero de las Tropas de Acción, ni sé nada de un interrogatorio.

El hombre que permanecía erguido delante de Bond pareció de repente convulsionado por la rabia. Sus ojos lanzaban llamaradas de cólera.

– Le aseguro que me dirá todo lo que sabe, todo lo que el Servicio de Inteligencia británico conoce acerca de las Tropas de Acción Nacionalsocialista.

– Nada tengo que decirle -repitió el superagente-. No puede forzarme a decir cosas que ignoro. En todo caso, ¿qué salida tiene si quiere seguir adelante con su guerra particular? Entregarme a Kolya; es el acuerdo a que ha llegado para que mantenga la boca cerrada.

– No sea ingenuo, señor Bond. Estoy en situación de sacar el material y los hombres de este lugar en veinticuatro horas. También Kolya es víctima de la ambición. Si logra entrare en el edificio de la plaza Dzerzhinsky con usted cogido del brazo, el hombre al que el SMERSH lleva tanto tiempo deseando echar el guante, le parece que se creará un nombre y adquirirá poder. ¿Piensa que los suyos saben lo que se trae entre manos? Por supuesto que no. Kolya está dotado para el arte escénico, como todos los buenos agentes secretos y los soldados. En lo que concierne al Departamento Cinco del Primer Directorio, Kolya Mosolov se halla destinado en una misión en la zona para descubrir cómo se ha producido el escamoteo de armas en Liebre Azul. Si no tienen noticias de él, pasará un tiempo antes de que se decidan a dejarse ver por aquí. ¿Es que no lo entiende, James Bond? Gracias a usted he ganado tiempo, eso es todo. La oportunidad de concluir el negocio de las armas y la ocasión de salir indemne. Kolya Mosolov es una pieza sacrificable, como lo es usted.

Bond forzó la máquina de su mente y analizó rápidamente los hechos. Era indiscutible que el ejército terrorista neonazi de Von Glöda había llevado a cabo una brillante actuación el año pasado, Además, el propio M había insistido con vehemencia en que las Tropas de Acción eran un motivo de grave preocupación para los gobiernos de los países occidentales. La desazón y las advertencias de su superior siguieron a las observaciones que formuló respecto al prisionero del grupo neonazi a la sazón encarcelado en el edificio que daba sobre Regent's Park. En buena lógica, eso significaba que el individuo en cuestión había dicho lo suficiente como para que el servicio de inteligencia británico estuviese en posesión de una información valiosísima sobre la fuerza real y los escondrijos de Von Glöda. De lo que se trataba, pensó Bond, era de conocer la respuesta, y la respuesta única y verdadera era que su departamento, si no otros, sabía con exactitud dónde estaba ubicado el cuartel general de Von Glöda en aquellos momentos y, seguramente, a través de especialistas en interrogatorios, la situación de otros posibles puestos de mando en el futuro.