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– Hay mucho más… -empezó a decir el ruso, pero luego lo pensó mejor y cerró la boca.

– Ándate con cuidado, Kolya -dijo Paula con una gran sonrisa-. Ese cuchillo que Aslu aprieta contra tu cuello tiene el filo de una guillotina. Con un buen tajo te puede descabezar -se dirigió a Niiles y le dirigió unas palabras apresuradas.

El rostro del lapón se contrajo en una mueca de maligna complacencia, realzada por la luz trémula de las llamas. Moviendo la mano chamuscada con suma precaución, avanzó hacia Mosolov, recobró la metralleta que el otro le había quitado y empezó a cachear al agente soviético.

– Son como dos niños -manifestó Paula-. Les he dicho que lo desnuden, lo lleven al bosque y lo aten a un árbol.

– ¿No crees que sería mejor tenerlo junto a nosotros hasta el último momento? Dijiste que se había traído a un grupo de hombres…

– Sí, pero los hemos liquidado y…

– Pero puede que haya más. Ha dispuesto un ataque de la aviación soviética al amanecer. Después de haber experimentado cómo se desenvuelve Kolya, no me agrada la perspectiva de perderle de vista.

Paula permaneció pensativa uno segundos y luego, a instancias de lo sugerido por Bond, dictó otras instrucciones a los lapones.

Kolya permaneció en silencio, casi taciturno, mientras le ataban manos y pies, le ponían una mordaza en la boca y lo empujaban hasta el rincón de la tienda.

Paula indicó a Bond con un movimiento de cabeza que saliera de la kota. Ya en el exterior, la muchacha bajó la voz y susurró:

– Desde luego tienes razón, James. Es más seguro que siga donde está. Además puede que otros camaradas anden merodeando por los alrededores. El único sitio donde estaríamos a salvo es en Finlandia, pero…

– Pero tú, como yo, quieres ver lo que sucede con el Palacio de Hielo -apostilló Bond con una sonrisa.

– Así es -convino la chica-. Cuando todo haya terminado creo que podremos soltarlo, a menos que quieras llevarte su cabeza a Londres como recuerdo, y dejar que sus hombres localicen el cuerpo.

Bond contestó que llevar a cuestas todo el camino a Kolya sería un estorbo inútil.

– Es mejor desembarazarse de él antes de partir -fue su veredicto, y mientras llegaba ese momento ambos tenían una tarea que llevar a cabo: enviar un mensaje de Paula a Helsinki y hacer llegar el de Bond a M.

Frente al equipo de radio de la kota, Bond empezó a palparse los bolsillos.

– ¿Acaso es eso lo que andas buscando? -Paula se le acercó con su pitillera metálica y el encendedor de oro en la mano.

– Estás en todo.

– Quizá me decida a demostrártelo más tarde.

Haciendo caso omiso de los lapones, Paula le tendió los brazos y le besó con ternura, luego volvió a besarle con cierto apasionamiento en el gesto.

La emisora instalada en la tienda comprendía un transmisor de onda corta muy potente con los artilugios para comunicar por morse o de viva voz. Había además un aparato de transmisión ultrarrápida que permitía grabar el mensaje y procesarlo a continuación en décimas de segundo para que desde la otra terminal pudieran ralentizarlo y proceder a su desciframiento. Por regla general, como es bien sabido, este tipo de mensajes se plasman en una serie de ruidos parásitos en los auriculares de los muchos que siguen las incidencias del tráfico por señales acústicas.

Bond permaneció unos minutos a la expectativa, mientras Paula disponía lo necesario para enviar su propio comunicado a Helsinki. Estaba convencido de que Paula era una agente profesional de primera magnitud y de que trabajaba para el SUPO, aspecto ése que hubiera debido conocer desde hacía años, teniendo en cuenta el tiempo que duraban sus relaciones.

Paula había comunicado ya el nombre clave que utilizaba en los actos de servicio, y le satisfizo enterarse de que la operación contra Von Glöda se la conocía por Voubma, un antiguo término lapón que significaba «empalizada» o «cercado», alusivo a los vallados en que este pueblo encierra a los renos para hacerlos criar.

Habiendo perdido todo el equipo, excepto la Heckler & Koch automática y lo que pudiera quedar en el Saab, aparcado en el hotel Revontuli, Bond no tenía medio de enviar un mensaje cifrado. Mientras Paula manipulaba el transmisor, uno de los lapones que habían estado casi todo el tiempo en la kota permanecía junto a la chica. Al otro se le dieron instrucciones de que vigilase el búnker y la pista de aterrizaje.

Por fin, después de algunos titubeos, Bond redactó un mensaje que se pudiera transmitir oralmente de forma satisfactoria. Decía así:

DE LA CENTRAL OFICIAL DE COMUNICACIONES DE CHELTENHAM A M STOP ROMPEHIELOS SE HA IDO AL TRASTE PERO SE ESPERA ALCANZAR EL OBJETIVO AL AMANECER DEL DÍA DE HOY STOP REGRESARÉ LO ANTES QUE PUEDA STOP MENSAJE URGENTÍSIMO REPITO URGENTÍSIMO SACAR SU MEJOR BOTELLA DE LA BODEGA STOP OPERO A TRAVÉS DE LA SECCIÓN DE VUOBMA 007.

El prefijo suscitaría más de una sorpresa, pero no había forma de soslayarlo. Las instrucciones para cambiar de lugar al prisionero eran bastante evidentes. No era la fórmula ideal, pero, aunque algún puesto de escucha de las Tropas de Acción lo captara, lo más seguro era que ya estuviesen al corriente de dónde mantenían oculto a su militante. En caso de que el mensaje fuera interceptado, no haría más que corroborar el hecho de que iba a ser trasladado. A corto plazo y sin otros recursos a su disposición, era todo lo que Bond podía hacer.

Después de terminar su comunicación, Paula tomó el trozo de papel que le tendía Bond, añadió un código particular, se aseguró de que el mensaje era para la central de Cheltenham por conducto del Departamento de Comunicaciones del servicio secreto inglés y grabó el texto antes de procesarlo mediante el dispositivo de transmisión rápida.

Finalizados estos trámites, intercambiaron opiniones. Bond indicó cuál era a su entender el medio idóneo para mantener una vigilancia continuada sobre el búnker. El ataque aéreo previsto para el amanecer ocupaba buena parte de sus pensamientos. Luego habría que escapar lo más rápido posible, desembarazarse de Kolya Mosolov y cruzar la frontera sin correr riesgos innecesarios.

– ¿Conoces bien el camino de vuelta? -preguntó a Paula.

– Con los ojos vendados. Más tarde te lo explicaré, pero en cuanto a este punto no debes preocuparte lo más mínimo. Lo único dificultoso es salir a escape de aquí y luego esperar a que oscurezca para pasar al otro lado de la frontera.

Por mediación de Paula, Bond dio órdenes para desmontar la radio y llevarse los paquetes, aprovechando que los cuatro lapones tenían aparcados cerca de allí sus espaciosos escúters. Al propio tiempo dispuso dos turnos de guardia, de forma que uno de los lapones despertara a todo el grupo con tiempo el sobrado para desarmar la tienda antes del amanecer.

– Mosolov es una carga -reconoció Bond-, pero nos conviene tenerlo junto a nosotros el mayor tiempo posible.

Paula se encogió de hombros.

– Déjalo por cuenta de mis lapones y ellos se encargarán de Kolya -murmuró. Pero Bond no quería mancharse las manos con la sangre del ruso más que en último extremo. Así pues, se trazó un plan y se dieron las órdenes oportunas.

Mientras se procedía a desarmar la kota que albergaba el equipo de radio, Bond y Paula se encaminaron con dificultad hacia el abrigo restante. El viento les llevó entre los árboles un aullido escalofriante, largo y persistente, al que siguió otro parecido.

– Lobos -informó Paula-. Es una camada que está en el lado finlandés. Los guardias fronterizos han tenido un año de cosecha abundante, a razón de un par de lobos semanales prácticamente por patrulla, más tres osos desde Navidad. Ha sido un invierno singularmente duro y no debes mostrarte muy crédulo cuando te digan que los lobos no son animales peligrosos. Si el invierno es malo y escasea la comida, atacan sin discriminación, sean hombres, mujeres o niños.