Faltó poco, muy poco, para que no colisionaran con las copas de los altos pinos.
El conde Von Glöda esbozó una sonrisa, trazó el rumbo y dirigió el Cessna en su marcha ascendente hacia su próximo objetivo. Aquella jornada hubiese podido acabar en una catástrofe, en una derrota apabullante, pero todavía no habían acabado con él. Millares de partidarios suyos esperaban para ponerse a sus órdenes, pero antes tenía que zanjar un asunto pendiente. Con ademán agradecido sacudió la cabeza hacia el semblante fragoso de Hans Buchtman al que Bond conociera como Brad Tirpitz el Malo.
Paula y Bond llegaron al hotel Revontuli a las dos de la madrugada. El superagente se dirigió directamente al Saab para mandar a M un mensaje cifrado. Puso especial cuidado en los términos que empleaba.
Cuando llegó al mostrador de la recepción le esperaba una nota que decía así:
Querido James: Ocupamos la suite número 5. ¿Hay algún inconveniente en que pasemos la noche y la mañana aquí y no salgamos para Helsinki hasta después del almuerzo? Te adora, Paula.
P.S. La verdad es que en estos momentos no estoy exhausta y me he permitido pedir una botella de champán y unos filetes del magnífico salmón ahumado que preparan en este hotel.
No sin satisfacción, Bond evocó los ocultos encantos de Paula y su singular sabiduría en el amor. Con paso vivo se dirigió al ascensor.
19. Asuntos pendientes
Camino de Helsinki en el Saab, pasaron charlando casi todo el trayecto.
– Quedan todavía muchas cosas que me gustaría averiguar.
Bond había empezado a pronunciar estas palabras apenas dejaron atrás la población de Salla. A la sazón se sentía revigorizado, tranquilo y en plena forma. Se había afeitado, duchado y cambiado de atuendo.
– ¿Por ejemplo?
Paula se hallaba en una de aquellas fases en que las mujeres satisfechas se abandonan con gusto a las apetencias de su hombre. También se había cambiado de ropa y lucía una indumentaria con abundancia de pieles. Ahora parecía una mujer de verdad y no, como antes se llamara a sí misma «un manojo de ropa interior provista de revestimiento térmico». Sacudió con gracia su hermosa cabellera rubia y reclinó la cabeza en el hombro de Bond.
– ¿Cuándo sospechó tu departamento, el SUPO, de Aarne Tudeer, del conde Von Glöda o como quiera que guste llamarse?
Paula sonrió, como si se sintiera muy orgullosa de ella misma.
– Fue idea mía. Mira James, no comprendo cómo no llegaste a descubrir mi verdadera actividad profesional hace años. Yo daba por supuesto que tenía una buena tapadera, pero no hasta el extremo de que no recelases de mí.
– Fui lo bastante idiota para aceptarte sin más -dijo Bond, aspirando con fuerza-. En una ocasión hice que comprobaran tu identidad, pero el resultado fue negativo. Ya sé que ahora, dadas las circunstancias, es fácil decirlo, pero más de una vez me pregunté cómo era posible que coincidiéramos en lugares tan distantes.
– Ah.
Además, no has contestado a mi pregunta -insistió Bond.
– Bien, nosotros sabíamos que algo llevaba entre manos. Lo que quiero decir es que todas esas explicaciones de que fui condiscípula de Anni Tudeer son la pura verdad. Su madre se la trajo de nuevo a Finlandia y aquí la conocí. Tiempo después, cuando ya trabajaba para el SUPO, supe oficialmente que Anni pertenecía al Mossad, y esto no pude creerlo.
– ¿Por qué razón?
Durante unos instantes la mente de Bond se evadió hacia otros derroteros. Cualquier mención de Anni Tudeer bastaba para despertar en él dolorosos recuerdos.
– ¿Preguntas por qué no creí que fuese una auténtica agente del Mossad? -Paula habló en un tono convincente-. La conocía demasiado bien. Era la niña de los ojos de Aarne Tudeer y, a su vez, ella le profesaba un cariño entrañable. Sabía y comprendía lo que pasaba por su mente como sólo una mujer puede hacerlo. En parte por las cosas que decía y en parte por intuición. Por supuesto que todo el mundo sabía lo de su padre; no era ningún secreto. Lo que nadie imaginaba era que Anni hubiese sufrido en sus manos un auténtico lavado de cerebro. Creo que, ya desde niña, planeó el camino que iba a seguir en la vida y la parte que le correspondía de sus sueños. Es casi seguro que estuvo casi constantemente en contacto con ella, aconsejándola y marcándole directrices. Era el único capaz de enseñar a Anni cómo debía actuar en el Mossad.
– Lo que hizo la mar de bien -Bond contempló el bonito rostro de su acompañante-. ¿Por qué me hablaste de ella la primera vez que te interrogué después de la agresión de aquellos cuchilleros en tu apartamento?
La chica lanzó un suspiro.
– ¿Y tú qué crees, James? Me encontraba en una situación muy delicada. Era la única forma que tenía de facilitar algunos indicios.
– Está bien. Ahora cuéntame toda la historia -exclamó Bond con interés.
Paula Vacker había estado comprometida en el caso de las Tropas de Acción desde el principio, antes incluso de que tuviera lugar el incidente de Trípoli. El SUPO, a través de informadores y de sus propios servicios de contraespionaje, supo del retorno de Tudeer a Finlandia, de su nuevo apellido aristocrático y de que estaba preparando algún tinglado en la misma frontera rusa.
– Después de haber cambiado impresiones con todos los servicios secretos habidos y por haber torno a las Tropas de Acción Nacionalsocialista, insinué que podían ser obra de Tudeer -explicó Paula a Bond-. Entonces tuve la mala fortuna de que mis jefes me ordenaran infiltrarme en la organización, de modo que empecé a frecuentar los lugares adecuados y a expresarme en consonancia con ellos. La cosa funcionó y de la noche a la mañana me convertí en una fiel y activa militante nazi, aria de pura cepa.
Von Glöda terminó por entrevistarse con ella.
– Finalmente entré a formar parte de su círculo de allegados como su agente en Helsinki. En otras palabras, actué como agente doble con la anuencia de mis superiores.
– Los cuales se abstuvieron de informar a mi departamento, ¿no es eso? -había muchos puntos que Bond todavía no acababa de entender.
– No. Lo cierto es que estaban completando un expediente. Luego se cernieron nubarrones de tormenta sobre el Palacio de Hielo, a propósito de Liebre Azul, y no hubo necesidad de preparar informe alguno. Los jefes de Kolya pusieron en marcha la Operación Rompehielos y a mí se me encomendó la tarea de cubrirte las espaldas. Imagino que tu departamento recibiría la información completa y entraría en escena más tarde, cuando ya habías partido hacia el Palacio de Hielo.
Bond estuvo dándole vueltas al asunto durante unos kilómetros. Por fin, manifestó:
– No llego a digerirlo… Ni el asunto de esta maldita Operación Rompehielos ni el trato con Kolya.
– Es casi imposible entenderlo a menos que uno haya sido testigo presencial de lo que allí ocurría y del increíble maquiavelismo de Von Glöda, así como de la pérfida astucia de Kolya Mosolov -se rió con aquella risa tan particular y seductora-. Los dos eran unos megalómanos locos por el poder, cada cual a su manera, como puedes suponer. Hice el viaje desde Helsinki hasta el búnker, por la zona ártica al menos una docena de veces, ¿sabes? Me encontraba allí, en un puesto de confianza, cuándo estalló la bomba.
– ¿Te refieres a Liebre Azul?
– Sí. Todo ocurrió como te lo contaron. Es preciso descubrirse ante el amigo Tudeer, o Von Glöda. Dio pruebas de su temple. El hombre tenía una fibra moral y un aplomo increíbles. No hace falta decir que los soviéticos le vigilaban muy de cerca, más de lo que imaginaba.