– No sé. Tengo mis dudas -Bond tomó una curva demasiado deprisa, juró por lo bajo, pisó el freno con el pie izquierdo, salió del derrape tras el acelerón y en pocos segundos había recuperado el control del vehículo-. No sé si lo habrás oído decir, pero un general británico comentó en una ocasión que los rusos merecerían el premio a la ineptitud. Son capaces de incurrir en las mayores estupideces. Cuéntame lo que sucedió en Liebre Azul.
– Se me acogió muy bien en los círculos próximos al pretendido Führer. Pocas veces dejaba de recordarnos lo listo que había sido al sobornar a los necios suboficiales del depósito de armas. La verdad es que les pagó una miseria por el material de guerra y ellos ni siquiera pensaron en que sus jefes pudieran darse cuenta.
– Pero les descubrieron.
– Pues claro. Yo estaba en el búnker cuando sucedió el hecho. El suboficial gordinflón aquel se presentó como un rayo en el Palacio de Hielo. Como el resto de sus compinches, no era más que un campesino vestido de uniforme. Olía que apestaba, pero Von Glöda estuvo formidable con él. Debo reconocer que en los momentos difíciles el hombre tenía una sangre fría admirable. Claro que, por otra parte, estaba convencido de su destino como el nuevo Führer. Nada podía fallar y todo el mundo tenía un precio. Le oí aconsejar al jefe de la guarnición de Liebre Azul que sugiriese a los inspectores militares que recabasen la ayuda del GRU, o sea, del servicio de inteligencia militar. El conde sabía que éstos les pasarían la información a la KBB. Lo extraño es que la treta surtió efecto y en menos que canta un gallo Kolya Mosolov se presentó allí.
– Pidiendo que le sirvieran mi cabeza en una bandeja.
Paula sonrió con cierto aire enigmático.
– No fue exactamente como dices. Kolya no tenía la menor intención de dejar que Von Glöda se saliera con la suya. Se limitó a darle largas. Ya conoces a los rusos. El único punto débil de Kolya era que deseaba liquidar el asunto de Liebre Azul. Por otro lado, pienso que el propio Von Glöda se veía a sí mismo como el demonio tentando a Cristo. La verdad es que ofreció a Kolya lo que él más podía apetecer.
– Y Kolya dijo: «La cabeza del señor Bond».
– Lo que llenaba la mente de Von Glöda era su megalomanía, su delirio por convertirse en dueño del y señor del orbe. Kolya no tenía en principio tantas pretensiones. No pretendía más que liquidar el problema de Liebre Azul, lo que significaba acabar también con todo el tinglado del conde. Pero, dadas las especiales cualidades de Von Glöda, empezó a dar cuerda a sus propias quimeras de grandeza y consiguió estimular la imaginación de Kolya.
Bond asintió con la cabeza.
– «Kolya, ¿qué es lo que más deseas en el mundo?». Y Kolya pensó: «Que me trilles el camino, camarada Von Glöda, y me soluciones el asunto de Liebre Azul. Fama y ascensos en mi carrera». Y luego, voz alta, contesta: «Quiero a Bond, a James Bond».
– En una palabra, el antiguo SMERSH, el actual Departamento Quinto, te quería vivo, de modo que él pidió, como dices, tu cabeza -se echó a reír de nuevo, como si todo aquello le pareciese la mar de divertido-. Entonces Von Glöda tuvo la osadía de llegar a un pacto con Kolya que exigía de éste un duro esfuerzo. En definitiva, la conjunción de la CIA, del Mossad y de tu departamento se hizo a través de Kolya, y también a través de él se solicitó tu mediación en el caso. Fue Kolya el cerebro que urdió todo el tinglado.
– ¿Ateniéndose a las órdenes de Von Glöda? Aquí hay algo que no encaja.
– No encaja, James, hasta que te hagas cargo de las dos personalidades involucradas y sus motivaciones. Ya te dije que Kolya no tenía intención de permitir que Von Glöda se saliera con la suya. Pero sus propias apetencias de poder y deseos de ascender en el escalafón le indujeron a valerse de la organización del conde para poder salirse con la suya y atraerte a territorio soviético. Claro que el empeño requirió una dura labor: los mapas especialmente impresos, la supresión de Tirpitz…
– ¿También la inclusión de Rivke en el grupo? -inquirió Bond.
– Von Glöda insinuó a Kolya que reclamara su participación, de la misma forma que le recomendó que hiciera lo propio con Tirpitz por el lado norteamericano. Kolya quería ponerte la mano encima a toda costa. Pasó horas y más horas utilizando el teléfono de Von Glöda y comunicando con los servicios centrales de inteligencia de Moscú. Primero se mostraron reticentes, pero Kolya se las arregló para urdir un cuento que tuviera cierta consistencia. Sus jefes se mostraron de acuerdo y cursaron la petición de ayuda oficial a los gobiernos de Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña. Cuando vieron que al principio no te incorporabas al grupo hubo un fuerte pataleo de rabia. El amigo Buchtman fue el primero en llegar. Al parecer era un antiguo enlace del conde y le encargaron que saliera al encuentro de Tirpitz, el verdadero Tirpitz, y lo eliminara. Luego Rivke llegó a Finlandia. Era algo preocupante. Tenía que mantenerme alejada todo el tiempo que pudiera. Von Glöda me nombró oficial de enlace con Kolya, lo que me vino bien, y, además, por entonces los servicios centrales le habían dado ya carta blanca. Creyeron simplemente que Kolya se proponía acabar con un grupo de disidentes que se habían hecho fuertes en la frontera finlandesa y liquidar el asunto de Liebre Azul, valiéndose de británicos e israelíes como cabezas de turco si algo salía mal. Supongo que debían imaginar que las Tropas de Acción no eran más que un grupito de fanáticos.
Hizo una pausa, sacó uno de los cigarrillos de Bond y prosiguió con sus explicaciones.
– En lo que a mí respecta, Rivke constituía la principal preocupación. No me atrevía a encararme con ella y, por otra parte, Kolya quería que se le pasaran determinados mensajes aquí en Helsinki, de modo que tuve que hacerlo a través de terceros. Era una fase en la que todo el mundo aguardaba con impaciencia la oportunidad de verte en escena. Rivke intervino en el momento en que Von Glöda fraguó aquel avieso plan, como medida complementaria…
– ¿A qué plan te refieres?
Paula suspiró.
– Un plan que me puso muy celosa, la verdad. Rivke tenía que conquistar tu corazón y luego esfumarse en el caso de que Von Glöda necesitara de ella para atraparte. El famoso accidente en la pista de esquí requirió muchos preparativos y no poca sangre fría por parte de Anni. Pero siempre había sobresalido en gimnasia… como no dudo pudiste averiguar -y pronunció estas últimas palabras con mal indisimulada malicia.
– ¿Crees que Von Glöda pensaba que le dejarían salir adelante con su plan? -gruñó Bond.
– Oh, sospechaba de Kolya, claro está. No confiaba en él. Este fue el motivo de que yo sirviera de enlace con los rusos. Von Glöda quería estar al corriente de todo. Más tarde, por supuesto, llegó el día en que nuestro ilustre Führer exigió saber qué había pasado con el hombre que los suyos apresaron en Londres. Tú ya estabas sentenciado a muerte, y Kolya también. El plan de Von Glöda era trasladarse con los suyos a Noruega.
– ¿Noruega? ¿Era allí donde se había construido el nuevo cuartel general?
– Eso me dijeron mis jefes. Pero también les constaba que tenía otro escondite en Finlandia. Imagino que era el lugar al que pensaban dirigirse antes del ataque aéreo preparado por Kolya.
Bond condujo en silencio durante un buen trecho, dándoles vueltas a las palabras de su compañera. Finalmente, dijo:
– Mira, lo que más me fastidia de todo esto es que Von Glöda ha sido el primer adversario de mi vida con el que he tenido que lidiar sin llegar a conocerle bien. En el curso de otras misiones, siempre pude meterme en la piel del contrario. En una palabra, sabía con quién tenía que enfrentarme. Pero en el caso de Von Glöda no puedo afirmar que llegara a conocerle.
– Ahí radicaba su fuerza. No daba a nadie completa confianza; ni siquiera a la amiga con la que le gustaba exhibirse. Yo diría que Anni… que Rivke era la única que le conocía de verdad.