— Gracias a nuestros esfuerzos y no a los vuestros — a Polynov le complació interrumpir este discurso grandilocuente. Huysmans, con disgusto, alzó las cejas.
— No me interrumpa. Sí, ahora ya son pocos los países que no se tiñen de socialistas. Pero esta circunstancia no significa nada. El fuego aún no se ha extinguido y se conservan los rescoldos, las contradicciones no se han superado, sobre la vida de los hombres se ciernen amenazas cuyo origen se remonta al futuro. Inquietud, preocupaciones, hambre…
— Un desempleo sin precedentes provocado por la automatización…
— Ya le he dicho, ¡no me interrumpa! ¡De lo contrario no diré nada!
— Perdone, yo pensaba que estábamos conversando.
— Conversaremos más adelante. ¡Aquí hablo yo! ¡Y tengo derecho de hacerlo porque el destino de la humanidad está en mis manos! Pues bien, prosigo. Las contradicciones no se han superado, el mundo, al igual que miles, cientos y decenas de años atrás, necesita un salvador. Los necesita incluso más que antes, ya que el endemoniado carro del progreso nos arrastra, a ciegas, acelerando cada vez más su correr. ¡La bomba atómica, tras ella la de hidrógeno, cohetes, venenos genéticos, láseres y, finalmente, el arma geofísica! ¿Dónde está el límite? ¡El hombre, embargado por el pánico, pierde su yo, se agita como un azogado, y en vano busca su salvación clamando a los ídolos palustres del socialismo!
Huysmans tomó aliento y bajó la voz.
— Le ruego que preste especial atención al arma geofísica. La Tierra está envuelta en una capa de ozono. Basta romperla para que el poderoso flujo ultravioleta del Sol abrase todo lo vivo. En este momento aparece la funesta invención del vanaglorioso pensamiento humano: ¡el disán! Un minúsculo cohete lleno de disán que absorbe el ozono como una esponja absorbe el agua, ¡y el cielo sobre un país como Inglaterra queda rajado! Un arma barata, portátil e inatrapable, accesible incluso para Haití. Precisamente por esta razón no se emplea. No ofrece gran ventaja quemar un país enemigo, si éste te paga con la misma moneda. He aquí por qué ningún Estado puede sacar provecho de la posesión de dicha arma.
Ningún Estado, note estas palabras, Polynov, ¡Estado! ¿Y si los cohetes con disán se encuentran en manos de particulares? ¿De personas valientes y enérgicas? ¿Si estas personas tienen su morada fuera de la Tierra y se ignora de dónde vuelan los cohetes? ¿Ah? ¿Usted se da cuenta? Claro que se da cuenta. Estas personas pueden imponer a la Tierra su voluntad. ¡A toda la Tierra! ¡E impunemente!
Polynov quedó aterido. Afortunadamente. Huysmans no veía ni oía nada. Se puso en pie estirando las manos y parecía que sus huesudos dedos ya tenían sujeto al mundo por la garganta.
— ¡Oh, sí, usted ha comprendido cuan real y terrorífico es nuestro poder! Es dialéctica, dialéctica pura. Cuando se acumula demasiado armamento absoluto, éste, tarde o temprano, se convierte en moneda de cambio. Y va a parar a manos de hombres libres de cualquier control y exentos de prejuicios y conciencia dogmática. Y si estos hombres, además, están inspirados por una idea, si están organizados, son inteligentes e intrépidos, en este caso pueden imponerse sobre la humanidad. ¡Y esta ocasión sobrevino! ¡Yo, yo me alcé sobre la humanidad!
— ¿Usted quiere regir sobre una Tierra en cenizas? — Polynov abrigaba la esperanza de que su voz no temblaba.
Huysmans, con aire majestuoso, alzó la cabeza.
— Esta arma Dios la puso en manos de sus fieles hijos. ¿Quemar la Tierra? No, de ningún modo. Salvarla. Llegará la hora — ya está cerca— y nosotros proclamaremos nuestro Poder. Los hombres comprenderán que no lo decimos en broma. Y a los cretinos tendremos que mostrarles un pequeño experimento. Les mostraremos palmariamente nuestro poderío. Pero yo confío que no tengamos que recurrir a tal medida. No somos malvados, anhelamos el bien.
— Si se aspira a lograr un objetivo recurriendo a la intimidación y la violencia, este objetivo — podemos decirlo a ciencia cierta— es un objetivo ignominioso.
— En la teoría de los idealistas como vuestro Carlos Marx. No hacemos uso de nuestro Poder para el terror. ¡Instauraremos en la Tierra un socialismo conservador!
— ¿Cómo? — Polynov por poco se cae del sillón.
— ¿Usted está asombrado? Magnífico. Contamos firmemente con que personas como usted en los primeros tiempos queden igualmente pasmadas. Sea, como fuere, continuaré el análisis. Por la fuerza se puede conseguir todo, pero por la fuerza no se puede consolidar nada. Aquí tenéis razón, la historia tiene razón. No, será de otro modo. La humanidad, por su propia iniciativa, nos prestará su apoyo. ¡Por su propia iniciativa! Escúcheme. En primer término exigiremos la destrucción de las armas. Cualesquiera que sean. Por doquier. Realizaremos vuestro programa, ja já… ¿No cree usted que la humanidad cobre apego por quienes le han traído la paz eterna y la han liberado del terror? ¡Y su amor multiplicará también por otra razón, porque le diremos: el dinero que antes se invertía en armamento se destinará a la producción de pan!
Usted puede objetar que sus amigos muy pronto hallarán un modo de atacarnos. No les dará tiempo. Puesto que nuestra tercera consigna es ¡detener el progreso! ¿Usted está conmovido, está espantado? Pero millones de personas humildes nos respaldarán. Es que para ellos el progreso significa, en primer lugar, el armamento: el arma nuclear, arma geofísica y todo género de armas atroces. También significa la creación de autómatas que les privan de los puestos de trabajo. Y están hartos de esté progreso. Los hombres, por sí mismos — nótese, ¡por sí mismos! — comenzarán a destruir los laboratorios, quemar los libros y apalear a los científicos, porque en su fuero interno les temen y les odian. Y nosotros levantaremos la prohibición impuesta por el miedo, les ayudaremos a organizarse y daremos salida a su energía, desesperación y odio. Oh, y lo harán con tanto mayor gusto porque no tocaremos su progreso: toda clase de medicinas, confección de ropa, producción de televisores, etc. Somos organizadores e inspiradores y nada más. Nosotros aunamos los deseos de los hombres humildes, les indicamos al enemigo y les exoneramos de la responsabilidad. ¡Con qué esplendor lo arrasarán todo en su camino!
Huysmans cobró aliento.
Por tanto el progreso ha sido detenido, y los disconformes, atados de pies y manos. Esto no es táctica, es estrategia. ¡Conservadurismo! ¡Qué palabra más imponente! El siglo pasado los hombres miraban sin miedo al cielo. ¡Precisamente el progreso lo pobló de bombarderos y cohetes! Antes los hombres no temblaban por el futuro de la humanidad y no les martirizaban pesadillas de los desiertos radiactivos. ¡Fue el progreso el que atemorizó a la humanidad! Por eso, ¡viva el conservadurismo! Vamos a cosechar los frutos que ya existen y no aspiremos a los nuevos, pues no en vano la biblia reza que «donde hay mucha ciencia hay mucha molestia, y creciendo el saber crece el dolor».
¿Socialismo? Esta palabra se hizo atractiva porque tras ella se barrunta una salida del atolladero, porque cada uno cifra en ella sus ensueños sobre el futuro. Y nosotros la utilizaremos.
Pues la palabra es como el papel de envolver del que se sirve para empaquetar cualquier cosa.
Ahora Polynov ya no interrumpía a Huysmans. Le escuchaba con atención a la expectativa de que éste, embelesado de su propia arenga, se vaya de la lengua. Hacia eso, al parecer, se encaminaba. Las mejillas de Huysmans se cubrieron de manchas rojas, las fosas nasales se le hincharon y sus ojos fulguraban con apenas contenida exaltación.
Pero, de pronto, Huysmans se dominó. Se calló, echó una mirada a Polynov, acto seguido acercó hacia sí una cajita que había sobre la mesa, le dio varias vueltas, la abrió y se metió en la boca un caramelo.