— Una filosofía muy interesante, aunque no es nueva — dijo Polynov, al ver que Huysmans se tranquiliza. Pero no veo aquí ningún programa positivo. Quemar, destruir, detener… ¿Y dónde está el bien?
Huysmans seguía masticando el caramelo. Inclinó la cabeza en señal de satisfacción.
— Su pregunta demuestra que el vuelo del pensamiento de un genio es inaccesible al hombre común y corriente. ¿Cuáles son los anhelos de la gente humilde? La tranquilidad. El pan. La seguridad. Quieren creer en algo. Quieren tener perspectiva. He aquí nuestro programa positivo.
— ¿Creer en dios?
— Sí Pero en un dios moderno, en un dios cósmico. Usted ha destacado con acierto lo principal. La fe, he aquí el cemento de nuestro programa. Cuanto más se estudia al hombre tanto mejor se revela que para éste la fe es lo mismo que el aliento. No es tan importante en qué: la negación de la fe también deviene en fe. La religión fue una cosa excelente, pero está anticuada. ¿Sabe qué tiene de malo? El que cualquier imbécil pueda decir ahora: «dios no existe». Pero nosotros tendremos un dios, un dios real, tangible, creador de pan, de tranquilidad, de seguridad y de perspectiva.
— ¿No será usted, por casualidad?
— Oh, no. Claro está que el ejemplo de Hitler y de otros por el estilo demuestra que en nuestro siglo ilustrado no es tan difícil para un hombre ocupar el lugar de dios. Pero un dios así, a la par de cualidades positivas, acusa también serios defectos. En primer lugar, tiene nacionalidad, y esta circunstancia sirve de fuente de irritación para otros pueblos. En segundo lugar, es mortal, lo cual, lo mires como lo mires, es malo. En tercer lugar, semejante dios no es nuevo, los hombres poseen ya cierta experiencia y es preciso contar con ello. Nuestro dios carecerá de todos estos defectos. Por cuanto es ¡un dios cósmico!
Apoyando las manos en la mesa Huysmans se inclinó hacia Polynov.
— ¿Usted no entiende? Veo que no. Precisamente esta circunstancia es lo admirable. No me he equivocado. En usted se puede comprobar la reacción de aquella ínfima minoría la cual, por la lógica de los hechos, nos opondrá la mayor resistencia. ¿De modo que no ha comprendido? Maravilloso. Nuestro dios son ¡Foráneos Cósmicos!
«Pero si ha perdido el juicio» — pasó fugaz por la mente de Polynov un pensamiento salvador.
— ¡Ahá! —exclamó triunfante Huysmans—. Usted está pasmado hasta tal grado que piensa si, por casualidad, no me habré vuelto loco. En modo alguno. Sólo vosotros, los comunistas, cantáis «Basta ya de tutela odiosa», pero la masa, en su fuero interno, ha soñado y sueña con un hombre fuerte que piense por ella, que la dirija y la libere de la necesidad de decidir por su propia cuenta. ¡Así es! Y en cuanto a cómo se denominará este símbolo: dios, führer, foráneo cósmico, ¡le da igual! ¿Qué diferencia puede haber?
— ¿Usted piensa que el mundo admitirá esta ingenua conseja? — sonrió Polynov—. Las personas inteligentes no son pocas. Y hasta el pequeño burgués, el pancista, en el que pone usted la mira, es difícil de zarandear.
— Usted ha estudiado mal la psicología social. ¡La psicología de las masas! («Lamentablemente — pensó Polynov— en general no la he estudiado».) ¡Expóngame una realidad que tan profundamente y durante tanto tiempo se haya adueñado de los hombres como la leyenda sobre Jesucristo, Mahoma o Buda! Indíquemela, ¡y yo renunciaré al dios cósmico!
— Renuncie, Huysmans, ¡renuncie! El odio hacia los opresores, uno; la aspiración a la libertad, dos; la búsqueda de la verdad, tres… ¿Le es suficiente? ¡Estas son las realidades que regían la humanidad mucho antes de que aparecieran sus leyendas! O quiere que le recuerde la interminable cadena de sublevaciones y revoluciones que barrieron la esclavitud, barrieron a los feudales y barrerán de la faz de la Tierra a los reyes del carbón, del acero, del petróleo, a los racistas, a los fanáticos y a los fascistas… ¿No será la razón de tanta prisa el que el gallo ya haya cantado y vosotros tengáis que caer en la nada? Su causa no la pudieron salvar ni las hogueras, ni los dictadores, ni el engaño, ni la estupidez del hombre mediocre… ¿El dios cósmico? No, una aventura cósmica, una intentona, y espero que sea la última en cambiar la marcha de la historia. No lo logrará. El cálculo fundado en el chantaje, en el obscurantismo, en el susto ante las dificultades deparadas por el siglo: ¡todo esto es muy viejo, viejo, viejo!
Huysmans quedó suspendido en el aire. Por lo visto, no quería sino acercarse con aire amenazador a Polynov, pero se olvidó de la insignificante fuerza de gravedad. Y como un globo de juguete ascendió hacia el techo.
Polynov, con dificultad, contuvo la risa. El patiseco candidato a dictador se revolcaba temeroso sobre la mesa tratando de acelerar el descenso. Los faldones de su negra chaqueta batían como las alas de un pájaro.
Por fin, Huysmans se afincó en el sillón. Respiraba con dificultad.
— No comprendo — dijo, esquivando la mirada del psicólogo— cómo dejó escapar la oportunidad de acabar conmigo…
— La cosa no estriba en usted — le atajó con repulsión Polynov—. Radica en los que están detrás de usted.
— Entonces, usted se ha equivocado — Huysmans empezaba a recobrar el dominio de sí mismo. Sacó otro caramelo y se puso a masticarlo, mirando de soslayo a Polynov—. Pero dejemos esta materia, nos estamos acalorando demasiado. Esperaba su crítica, la necesito para comprobar una vez más todos los eslabones de mi idea. Siga con su diatriba. Hágame sólo el favor de hacerlo sin palabras vanas. Aquí no estamos ante una multitud obrera, nos encontramos solos. Desde luego, un tropel de obreros no es otra cosa que una congregación de carneros. Cualquier muchedumbre es una grey de carneros, lo he estudiado. Pero dejemos de explayarnos, vayamos al grano. Por ahora, usted ha expuesto la más general objeción y —¡que el diablo me lleve! — usted tiene razón. Sí, puedo que sea nuestro último envite. Como puede ver, yo soy franco. Pero usted no ha tomado en consideración una pequeñez. El poderío de los mitos es todavía fuerte, mucho más fuerte que el poderío de los — como gustan ustedes denominar— explotadores. No necesito que el mito cósmico reine por siglos. Bastará con unos años. Ya en tiempos inmemoriales, cierto filósofo Han-Fei —¡que en paz descanse! — escribió un tratado erudito en el cual demostraba que el hombre en manos del poder supremo es lo mismo que un pedazo de madera en manos del artesano. Al poco tiempo, el emperador Tsin-Chi-Hoang-Ti tomó esta tesis para servirse de ella. Y, a propósito, logró detener el progreso. ¿Un pasado oscuro, verdad? Hitler no necesitó de siglos para implantar en la conciencia de millones el principio de Han-Fei. ¿Y de qué disponía Hitler? De periódicos, cine, micrófonos, Gestapo, campos de concentración. ¡Qué chapucería! En nuestro tiempo disponemos de un surtido menos tosco y, lo que es mucho más importante, inconmensurablemente más eficiente. Espionaje electrónico, detectores de mentiras, cañones auditivos para los cuales no existen muros ni paredes, sustancias psicotrópicas, operaciones sobre la memoria para los inconformes y, finalmente, el control de la psiquis por medio de ondas electromagnéticas. ¿Se imagina usted qué posibilidades nos abre todo esto? El Gobierno de cierto país ya realizó algunos experimentos con todos estos medios. Independientemente de nosotros, sea dicho de paso. Los resultados fueron atolondradores. Y en el mundo, ¡ni asomo de algarabía! Esas tenemos. Pasará un año, como máximo dos, ¡y será aquí donde tendremos a los habitantes de la Tierra!
Huysmans, lentamente, juntó los dedos.
— Y los hombres — continuó Huysmans— nos ofrecerán esa posibilidad. Es que yo no he revelado todavía a usted otro de nuestros principios: el principio de la Perspectiva. En nombre de los foráneos cósmicos vamos a declarar que si la humanidad sigue nuestras indicaciones, construirá en la Tierra el paraíso. Al principio, pensé dar a este paraíso el nombre de comunismo… ¿Qué, le choca? Sí, comunismo, por cuanto la mayoría aplastante de la población terrestre está ocupada en su construcción. Pero, en este caso, algunos norteamericanos pueden interpretar mal nuestros actos. No, tendremos que anunciar el advenimiento de cierto «futuro armonioso», «sociedad de abundancia», «comunismo cibernético». ¿Cuál de los símbolos le gusta más?