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Sea como fuere, Polynov logró idear un plan de cómo, en el momento oportuno, neutralizar en el consultorio al espía electrónico sin despertar sospechas. Pero no le dio tiempo valerse de este plan…

En cierta ocasión, al entrar en el comedor, Polynov captó un leve olor a muguete. Ahogando su emoción, se paseó por el cuarto procurando determinar de dónde procedía éste. Ya no le servían la mesa y él mismo tomaba los platos de la «bandeja». Esta circunstancia resultaba muy a propósito. Sujetando las articulaciones bajó el distribuidor y, como por casualidad, palpó la ranura de la junta. ¡Aquí está! Su dedo, rebuscando, rozó con una bolita de papel introducida en la ranura. A partir de este momento su dedo también despedía olor a muguete, el perfume predilecto de Cris.

Como si tal cosa terminó su comida, a pesar de que cada minuto de demora le costaba increíbles esfuerzos. Sólo en el consultorio desenrolló la bolita. Para hacerlo tuvo que evocar en la memoria las habilidades escolares en la lectura de las chuletas bajo las miradas cruzadas de los maestros.

«¡Andréi! — las letras, apresuradamente escritas, se adelantaban una a otra—. Estoy sana y salva. Me encuentro junto con la senadora (¿la recuerdas?) y con otras señoras. Tratan de persuadirme a que me resigne, pero yo no quiero; es ignominioso lo que nos proponen. Trabajar en la planta como verdaderos esclavos. Nos exigen que tomemos parte en la operación «Dios cósmico» (estoy segura de que tú estás al tanto). Pero no todos están de acuerdo; entonces se los llevan y es horrible el aspecto que tienen al volver. A mí todavía no me han llevado, pero tengo miedo…»

A continuación seguían unos garabatos incomprensibles, pero Polynov los descifró sin dificultad. Ya antes, en la nave, convinieron en emplear escritura cifrada y Polynov enseñó a Cris cómo utilizarla.

La nota despedía un frenético olor a muguetes, sin duda. Cris vertió sobre ella todo el frasco. Con mucho pesar, Polynov quemó la nota en la lámpara de alcohol. Y de repente se fijó que sus dedos temblaban. Les clavó una mirada rigurosa y el temblor cesó. Furtivamente, se le coló una idea: cuan maravilloso sería si el mixonal pudiera difundirse por todos los locales de la base. Si este preparado pudiera matar. Cuánto bien aportaría a Cris, a la Tierra. Desafortunadamente, el mixonal no podía ni lo uno ni lo otro.

Oyó entrar a alguien, oyó pasos pesados pero no volvió la cabeza.

— Eh, doc, ¿parece que está triste? — Gregory se dejó caer en una silla, de modo que ésta chirrió—. No haga caso. Si usted, como yo, hubiera estado en la guerra por nada se afligiría.

— ¿Qué quiere usted? — le preguntó cansado Polynov.

— Un poco de alegría, doc, alegría. ¿Ha olvidado nuestra conversación?

Polynov todavía no había visto al guardia tan descarado. Sentado, sin sacar las manos de los bolsillos y con las piernas extendidas negligentemente, guiñaba con insolencia el ojo y se hinchaba, literalmente, de autosuficiencia. Con un movimiento de cejas Polynov le indicó a los dispositivos de televisión.

Gregory soltó una alegre carcajada.

— ¡Los escuchas tienen un pequeño desarreglo técnico, doc! Se han vuelto ciegos y sordos. Tendremos tiempo para ponernos de acuerdo.

— Esas tenemos… ¿Y cuánto durará el desarreglo? — Polynov de nuevo estaba listo para el combate.

— Por lo menos estarán atareados una hora, como dos y dos son cuatro. Los muchachos también quieren tomar un traguito, de modo que se las arreglaron para que pidiéramos charlar como hombres. Imagínese, una botella de whisky para tres días, estoy seguro que nuestro jefe es un impotente. ¿Entonces, qué? ¿Habrá alcohol?

«En cambio, vuestro jefe comprende el peligro que supone la borrachera en el cosmos — pensó Polynov—. De modo que quieres emborracharte a tus anchas… Esto le costará muy caro a tu cuidado cuerpo».

— Bueno — dijo en voz alta—. Pero el negocio es el negocio. Nada se da de balde.

— Por supuesto, ¿Cuánto?

No me hace falta el dinero. Necesito saber las contraseñas, necesito saber el emplazamiento de los locales, necesito saber cuántos sois.

Gregory palideció.

— Esto es una traición… yo… Instintivamente agarró la pistola. Polynov sonreía ampliamente.

— ¿Qué cree, querido amigo? ¿Para qué necesito esta información?

Gregory se encogió como quien quiere dar un salto. El no daba pie con bola.

— ¿Para largarse? — gritó por fin jubiloso—. ¡No lo conseguirá!

Se levantó de un tirón, sacando la pistola.

— Dime, Gregory — Polynov seguía sonriendo—, ¿puede un hombre solo y desarmado escaparse de la base? ¿No? sabes perfectamente que no. Entonces, repito, ¿para qué necesito, según tu parecer, esta información?

El guardia no quitaba los ojos de Polynov. Se veía cuánto le costaba el intento de adivinarlo.

— Y todo resulta muy sencillo — continuó Polynov—. En el juego lo mejor es conocer las cartas del adversario, ¿no es así?

— No hay quien lo dude…

— Yo tengo con tu jefe mi juego, mi negocio. Sin embargo, él conoce mis cartas, mientras que yo ignoro las suyas. Y esto no me gusta. El negocio es el negocio.

— ¡Aja! Es sensato — Gregory volvió a sentarse pero sin soltar la pistola—. Pero a mí no me conviene este asunto. Yo mismo por cositas como éstas llevaba a quien sea al paredón.

En lugar de responder Polynov se inclinó hacia la caja fuerte, la abrió, sacó un matraz con alcohol y lo agitó.

— No, doc — Gregory hasta lanzó un suspiro—, ni hablar.

— Nadie se enterará.

Gregory asintió con la cabeza. Súbitamente su rostro se iluminó.

— ¡Me lo darás de balde! De lo contrario, informaré que querías sobornarme.

— Y recibirás una bala en la frente. Por el alcohol y por… — el psicólogo hizo una pausa— por el pequeño desarreglo técnico.

Con aire amenazador Gregory sacó la mandíbula hacia adelante. Esto sí que lo sabía hacer, le salía a la perfección.

— Se te ocurrió amenazarme… Apretando sus puños de plomo avanzó hacia Polynov.

— Cuidado, que nos están escuchando detrás de la puerta — le advirtió en voz baja el psicólogo.

Esta vez Gregory reaccionó momentáneamente… De un salto se desplazó hasta la puerta y la tiró con violencia. En el umbral estaba Amín.

Rugiendo Gregory lo arrastró por las solapas a la habitación, cerró fuertemente la puerta y lo arrojó sobre las rodillas.

— Carroña, carroña… — resollaba ceñudo Gregory—. Andar escuchando detrás de las puertas… Ya verás, me conoces mal…

Propinó a Amín una pernada, pero éste ni siquiera trató de justificarse: miraba a Gregory sin disimular su odio. En respuesta al golpe que le hubiera podido hacer saltar al techo de no agarrarse al pie de la mesa, Amín se rió lenta y malvadamente.

— Lo voy a contar y a ti te…

Gregory, por un instante, quedó como petrificado.

— Con que esas tenemos — dijo con aire amenazador—. Esas tenemos. ¿Piensas amedrentarme? Por centenas aplastaba yo a las caras amarillas y tú vas a completar la lista.

Agarró a Amín del brazo y se lo retorció bruscamente. El rostro moreno de Amín palideció. Ni siquiera fue capaz de lanzar un grito, de su garganta salían ronquidos entrecortados. Sí, Gregory era un maestro en su oficio.

— ¡Te lo prohíbo! — gritó Polynov.