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— ¡No!

Un instante antes Polynov quiso decir «sí» para ganar tiempo. No pudo contenerse, sus nervios le traicionaron, incapaces de vencer el odio y la repulsión…

— Lástima. ¡Gunter!

El guardia se puso firme.

— ¡Arréstelo! ¡Llévelo a la cámara de torturas! Y la muchacha, ¿ya está allí?

— ¡Así es!

— Querido mío — Huysmans se volvió hacia Polynov—, para comenzar, le van a mostrar un espectáculo excepcional. ¿Acaso tampoco de ella le da pena?

A Huysmans no le dio tiempo de esquivar el golpe. Pero la furia cegó a Polynov y no acertó como quería. El guardaespaldas se tiró contra Polynov retorciéndole los brazos y Huysmans, arrimándose a la pared, sujetaba su mejilla.

— Si usted piensa… Si usted piensa que yo le mataré de un tiro… No. Yo esperará la hora en que me implore, se arrastre de rodillas… ¡Y usted lo hará! Entonces será cuando yo le mire. Llévenselo.

Polynov marchaba ardiendo de ira. ¡Hasta tal grado perder el control! En ese momento él se despreciaba.

Sin embargo, automáticamente advirtió que no oía en pos de sí los pasos de Huysmans. Echó de soslayo una mirada tras el hombro. A dos metros de distancia, como correspondía a un convoy, según el reglamento en el planeta Tierra, marcaba el paso un vigilante con su lighting terciado. En el pasillo no había nadie más. La decisión le llegó de súbito. Por cuanto a este imbécil no se le ocurre que existe cierta diferencia entre la Tierra y un asteroide…

Cuando pasaron junto a la habitación con las figuras de cera, a Polynov, de pronto, se le torció el pie. En su caída, con todas sus fuerzas se descostó de la pared. Antes de que al convoy le diera tiempo de comprender, Polynov, como un cohete, salvó la distancia que les separaba. Una terrible patada en el vientre arrojó a aquél al suelo. Lanzó un salvaje aullido, entornando los ojos. Dando una vuelta en el aire Polynov recogió al vuelo el lighting. Un culatazo en la cabeza puso fin al aullar del convoy.

Rompiendo el silencio con su eco, vociferó una sirena; claro que les vigilaban. Polynov penetró en la habitación con las figuras de cera. Con el rayo fulminador demolió los dispositivos de televisión y con la culata destrozó el interruptor. La luz se apagó, en la oscuridad comenzó a fosforecer el siniestro morro de un monstruo.

Polynov sacó rápidamente del bolsillo las ampollas con mixonal, el frasco con sal y el algodón. Mojó el algodón y se tapó las ventanas de la nariz. Crujió el vidrio roto de las ampollas. Polynov se apostó en un rincón, apuntando a la puerta. El corazón le latía febrilmente. Del pasillo le llegaba el ruido de las pisadas de los guardias.

— ¡Aquí está! ¡vengan aquí!

Se amontonaron detrás de la puerta.

— ¡Eh! ¡Sal!

Polynov no contestaba. Contaba los segundos.

— ¡Sal por las buenas! ¡De todos modos te haremos salir!

Sí, me harán salir, comprendió Polynov. No son tan tontos como para irrumpir exponiéndose a los tiros. Arrojarán alguna porquería. Una granada de gas. Sólo esperan a que las traigan.

Polynov, a tientas, se deslizó hacia la puerta y la empujó bruscamente, para que el mixonal saliera lo más rápidamente posible al pasillo. Y, en el acto, saltó atrás. En el exterior también se apartaron. A través de la puerta abierta de par en par irrumpió un rayo violáceo, algo cayó con estruendo, desprendiendo chispas al caer.

— ¡Dejadlo! — vociferó sañudamente el altoparlante del pasillo—. ¡Cretinos!

Polynov apenas pudo contener la risa. Ellos disparaban contra el Hombre Ordinario. De la figura de cera no quedó más que vapor. También a ellos les fallan los nervios, notó con satisfacción Polynov.

Un instante largo, a Polynov le pareció insoportablemente largo, de tenso silencio.

Y de repente…

El pasillo parecía haber estallado.

— ¡Alas, alas, estoy volando…!

— ¡Cuántos pasillos, cuantos pasillos, espléndidos pasillos azules!

— Pero si os habéis vuelto locos… Retiren la serpiente-e-e…

Polynov recobró el aliento. Eso es, señores, todavía no sabéis qué cosa es el mixonal. Ahora os enteraréis. Respirad, respirad profundamente, soñad despiertos, soñad unos sueños que nunca habéis visto.

Sus ojos se encontraron con los del monstruo fosforescente. No estará de más. Cogiendo debajo del brazo el cuerpo del monstruo, cubierto de púas, lo arrojó al pasillo y, en este mismo instante, levantando rápidamente su arma, envió un rayo contra un teleojo. Primero a uno, acto seguido, al otro. Del techo cayó una lluvia de fragmentos.

— ¡A-a-a…!

Un aullido infrahumano viró altamente y se cortó.

Polynov salió disparado. Cinco guardias, tambaleándose, chocaban contra las paredes como ciegos. Las mandíbulas les colgaban como en un bostezo interrumpido. Por la barbilla se les escurría la saliva. Un talludo fortachón se afanaba en meterse en la boca el morro del lighting. Inconscientemente apretó el gatillo. Se oyó un chasquido velado. Polynov tapó con la mano los ojos. Algo tibio salpicó sus manos y el rostro. Un cuerpo se desplomó produciendo un sordo ruido. Polynov echó a correr, resbaló, manteniendo con dificultad el equilibrio. El algodón impregnado en un especial reactivo químico le tapaba la nariz y le dificultaba la respiración.

Tras él corría un siseante murmullo.

— El c-celes-s-stial reino lo v-v-veo.

— Una manz-z-zana as-s-sí…

— Dónde-e-e…

La losa que cerraba el pasillo, obedeciendo a la contraseña comenzó a subir. Un guardia que corría al encuentro por poco tumba a Polynov. En cada mano sujetaba una granada de gas. Sin darle tiempo para percatarse de lo que sucedía, Polynov le asestó un golpe en la garganta con el canto de la mano.

Con las dos granadas en los bolsillos, Polynov bajó casi rodando la escalera escasamente iluminada. No había tiempo para buscar dónde estaba escondido el teleojo. Detrás se desgañitaba la sirena. Ahora todo dependía de cuánto tiempo tardarían sus enemigos en comprender que el veneno se les colaba sigilosamente por los conductos de aire, de cuánto tiempo tardarían en conectar los filtros.

De la escalera un pasillo estrecho conducía a izquierda y a derecha. Polynov, recapacitando febrilmente, se echó a un lado, después al otro, y en este instante vio un pozo. Los empinados peldaños que bajaban al pozo terminaban junto a una puerta de hierro. Un salto, y con el peso de su cuerpo Polynov la abrió.

Una luz brillante le azotó el rostro. En el centro de la cámara se alzaba una mesa de construcción extraña. Sobre la mesa, desde una polea, colgaban cuerdas. En un rincón junto a un vertedero de metal galvanizado resoplaba un quemador de gas y las barras incandescentes reverberaban con un color guinda. Sobre el brasero, arreglando algo, se inclinó, luciendo su amplio trasero, un hombre parecido a un sapo. Junto a éste, encadenada a la pared, se encontraba Cris.

El hombre dio una rápida vuelta. Llevaba puesto un mandil de carnicero. Polynov disparó antes de haberlo reconocido. El Cabezudo, cuya cara no perdió ni siquiera la expresión de estúpida perplejidad, cayó, derribando en su caída el brasero.

Cris se lanzó hacia adelante tratando de soltarse. Su boca estaba abierta en un mudo grito.

Polynov, con todas sus fuerzas, tiró del anillo que sujetaba las cadenas. Este ni siquiera se movió. Polynov echó a su alrededor una mirada desconcertada, agarró de la mesa uno de los instrumentos de tortura parecido a unas tenazas — eran precisamente unas tenazas— y cortó los eslabones de la cadena junto a las muñecas de Gris. La muchacha cayó de rodillas. Intentó ponerse de pie, pero no pudo. Polynov la levantó de un tirón.

— ¿Qué? —gritó él, mirando su rostro anegado en lágrimas y que al mismo tiempo reía.

Cris se agitaba en sus brazos. No era hora de ceremonias. Polynov levantó la mano para cesar el ataque de histeria con una bofetada, pero Gris la esquivó.