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En el último instante el psicólogo vio ante sí el pálido rostro de su enemigo…

— ¡Polynov! — gritó desesperadamente éste. Polynov sintió cómo se le aflojaban las manos.

— Mauricio…

Un segundo después, riéndose nerviosamente, se estrecharon en un fuerte abrazo.

— Y yo que por poco te…

— Pues yo también…

— Ay, ¡dios mío! Polynov.

El psicólogo fue el primero en volver en sí.

— ¡¿De modo que hemos vencido?!

Mauricio, desconcertado, miró a Polynov.

— Quisiera yo saberlo… Mi grupo pereció. Todos.

— Entonces — Polynov volvió a tensarse como el muelle—. Está claro. ¿Conoces de radio?

— ¡Cómo no! Soy el radiotelegrafista del «Antinoo».

— Quédate aquí. Y yo iré al compartimiento energético. Procuraré arreglar la alimentación de la corriente. Si lo consigo, manda un radiograma a la Tierra, ¡sin demoras!

— Entendido. El lighting, ¡has olvidado tu lighting!

— ¿Este recuerdo de mi estupidez?

Mauricio lo comprendió todo.

Polynov cogió el arma del primer muerto que encontró.

Las paredes, el suelo y los techos de los pasillos estaban surcados por los rayos fulminadores. En la luz centelleante brillaban los cascos de vidrio. Lo que más extrañó a Polynov fue un botón que se había fundido en el hormigón del techo.

El silencio aturdía. No se percibía ni sonido, ni gemidos, ni movimiento alguno. Ahora que la luz se había encendido, todo lo vivo se ocultó, permaneciendo al acecho, pues nadie sabía quién era el vencedor y quién el vencido.

Pero apenas Polynov dobló la esquina dirigiéndose al compartimiento energético, de un nicho emergió una sombra. El guardia cayó de rodillas y el precipitado disparo de Polynov atravesó el vacío.

— ¡No me castigues, señor, no me castigues!

— ¿Amín? — Polynov bajó el lighting.

— ¡Sí, soy yo, yo! Me has prometido…

— ¡En pie! ¡Coge el arma! ¡No dejes acercarse a nadie! ¡Dispara sólo contra los guardias!

— A sus órdenes… Yo sirvo a… Gregory —¡puf! — . Está muerto. ¡Le maté! ¡Maté a muchos!

— Está bien, está bien, más tarde…

A la entrada del compartimiento, abrazados como hermanos, yacían dos: el majestuoso profesor de cosmología Jerry Clarke, de cabellera blanca, pasajero del «Antinoo», y Gregory. Fueron derribados por un mismo rayo.

Polynov, apresuradamente, pasó por encima de los muertos. Abrió de un tirón la puerta.

Vio a Cris recostada sobre el pupitre, vio la pistola que temblaba en sus manos, vio la boca del cañón que le apuntaba…

— ¡Ay!

El grito de la muchacha fue lo último que oyó antes de desplomarse en una resonante oscuridad. En seguida, el sonido se extinguió y todo se sumió en el silencio.

8. Knock-out

Como si el viento trajese de la lontananza un susurro de voces confusas. Entonces llegó el dolor. Se asombró: ¿de dónde podía surgir el dolor, si él no tenía cuerpo? ¿De la oscuridad?

Pero, de pronto, sintió resurgir su cuerpo. Y entonces obtuvo la respuesta: que el dolor estaba en él mismo, que él se encontraba acostado y su muñeca apretada por los dedos de alguien, mientras que los sonidos, estos realmente provenían de las tinieblas.

Se apresuró a dar a su cuerpo la orden despabilarse, de sentirse a sí mismo, para que no se disuelva otra vez, para que no le abandone.

Sintió un agudo zumbido en la cabeza, le pareció que caía, y desde abajo, a su encuentro, haciendo retroceder las tinieblas, se infiltraba una luz y se deslizaba un paisaje de peñascos primigenios. La imagen de más abajo: más abajo, el selector de comunicación, una mesa que por algunas señas le era muy familiar; la imagen se estremeció, emergieron unos rostros… ¡Cris! Reconoció a Cris. Puesta de rodillas susurraba algo, cerrando los ojos. Como si rezara. Tenía los labios de color negro y sus ojos hundidos también estaban rodeados de negror. Sí, efectivamente, estaba rezando, él distinguía las palabras.

Todo se puso en su debido lugar. Había habido un combate, un infierno, el ojo de una pistola apuntando contra él, y ahora yacía en el despacho de Huysmans y Cris estaba junto a él…

— ¿Hemos vencido?…

Cris se contrajo como afectada por una descarga eléctrica. Una exultación radiante y extática transformó su rostro.

— Está vivo, vivo, vivo…

Hundió la cara en su mano. En la palma de su mano sintió calor y humedad. Los hombros de la muchacha se estremecían.

— Claro que está vivo — sintió una voz desconocida y al mismo tiempo vio aproximarse a él una cara desconocida, una cara ancha, de aspecto venerable y de mejillas flojas—. ¿Cómo se siente usted, Polynov?

— Muy bien — contestó Polynov, sin faltar mucho a la verdad. Recobraba rápidamente las fuerzas.

Trató de levantarse un poco.

— No importa, no importa, ya puede — el de la cara venerable comenzó a ajetrear, metiéndole una almohada por debajo de la espalda—. Un pequeño shock, y nada más… La señorita por suerte falló el tiro.

Polynov palpó la venda en la cabeza. Con un esfuerzo de voluntad entrenado hizo mitigarse el dolor que sentía en la parte derecha de la frente.

— La culpable soy yo, yo… — sollozaba Cris, apretando convulsivamente la mano de Polynov, como si éste pudiera desaparecer repentinamente.

— Deja ya, Cris, déjalo… — Polynov, confuso, acarició su suelta cabellera—. ¿Y Mauricio… está vivo?

— ¡Aquí estoy!

El francés se deslizó hacia la cabecera. Tenía un aspecto desgarrado, pero, igual que antes, se mantenía con bravura.

— ¿Se permite? — preguntó despacito al de la cara venerable.

— Se permite o no — dijo ya con bastante fírmela Polynov—, hable.

— Sí, sí —asintió apresuradamente con la cabeza el de la cara venerable, mirando de soslayo y hasta con cierto susto a Polynov—, se puede. Con mi permiso, por supuesto — se dio prisa en añadir.

— Entonces, le informo — Mauricio hizo una pausa—. Entonces, las cosas van así. Hemos quedado vivos seis. El enemigo, en su mayor parte, ha sido exterminado.

— Más exactamente.

— Diecinueve muertos, siete heridos, delirando cinco y se escaparon tres. Todavía no nos ha dado tiempo a registrar toda la base.

— De todos modos, es una victoria… ¿Y Huysmans?

— Se escondió.

— ¡Ah, diablo!

— ¿Qué puede hacer él estando solo?

— Hum… Está bien. ¿Han comunicado a la Tierra?

Mauricio, desconcertado, apartó la vista.

— Yo esperé largo rato, pero…

— Pero el voltaje no mejoró. Siga.

— Corrí a buscarle a usted. Fue entonces que Cris… Le trasladamos aquí, por cuanto éste es el centro de mando, y…

— Está claro. Cuando regresó a la estación de radio ya había sido destrozada.

— Sí.

— No podía ser de otra manera. Yo, encontrándome en la situación de Huysmans, hubiera hecho lo mismo. ¿Y han aclarado por qué centelleaba la luz?

— Una casualidad desafortunada. Cris se había debilitado mucho, se desmayó, al cabo de cierto tiempo, a pesar de todo, conectó la corriente, pero…

— Me di un golpe en el hombro…

— Ella estropeó…

— ¡No importa, Cris! Perdona, Mauricio… Cris, pequeña — Polynov obligó a la muchacha a levantar la cabeza—, pequeña, yo… Debí haberte preguntado inmediatamente cómo te…

— Me duele… — Cris sonrió tímidamente—. ¡No, no, me he repuesto totalmente! No fui yo quien disparó contra ti, fue el miedo…

— Olvídalo, Cris. Todo está bien lo que termina bien, como dice el proverbio. Mauricio, ¿cómo se han colocado centinelas?