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— Diga lo que quiera, pero tuvimos suerte — Cris suspiró muy bajito. La puerta estaba entreabierta y la muchacha con el rabillo del ojo vigilaba la escalera, pero el diálogo acaparaba toda su atención—. Tuvimos suerte, por cuanto los acontecimientos tomaron precisamente este cariz y no se desarrollaron de otra forma — repitió ella.

— ¿Tuvimos suerte? — Polynov se rió, notando con satisfacción que la risa no repercutió en la cabeza con un resonante dolor—. Claro que tuvimos suerte. Pero no es sólo eso. El error general reside en pensar que la fuerza bruta es invencible. En realidad es débil, muy débil. Y la razón de ello radica en que esta fuerza no se apoya en seres humanos, sino en autómatas faltos de reflexión que aparentan ser hombres. Esta es, precisamente, la causa por la que hemos vencido. Figúrense ustedes: con estrechez, en las condiciones cósmicas alguien reunió varias decenas de bandidos que se odian mutuamente. Un ambiente agobiante de espionaje; los nervios tensos hasta el límite por cuanto hasta para un estúpido está claro que la confrontación con el resto de la humanidad es un riesgo descabellado.

Para destruir un «colectivo» de esta índole que se encuentra al borde del histerismo no hacen falta bombas, basta con infundir el pánico. Organizarles a ellos tal pánico y saber aprovecharlo, éste sí que era un problema. Y es aquí donde tuvimos suerte.

— ¡¡¡Pero no la tendréis más!!!

Lee Berg quedó con la mandíbula caída. Cris lanzó un grito. Ya era tarde. Una parte de la pared viró sin el menor ruido. Huysmans ya los tenía bajo el alza de su arma.

Con una mirada ordenó a Cris que se levante. Ésta, como hipnotizada, se puso en pie. El lighting le resbaló de sus rodillas.

— El juego está perdido — profirió Huysmans con aire de júbilo—. He bloqueado a los vuestros en la planta y el traidor ya no vive. No consiguieron enviar el radiograma… ¡Y sanseacabó!

— Tú, Huysmans, eres un estúpido — Polynov, como si tal cosa, arreglaba la almohada. Ni siquiera se dignó de mirar al enemigo—. ¿Y sabes por qué?

Huysmans quedó estupefacto. Sus labios se contrajeron en un tic nervioso.

— Aún te atreves a… — se le escapó una especie de ronquido.

— Meramente, quiero señalarte un error tuyo, ¡oh, malhadado candidato a dictador!

Huysmans tenía un aspecto terrible, todo su cuerpo se estremecía.

— No hay más errores, ¡no! — vociferó él—. ¡Te he aplastado!

— A pesar de todo, hay un error. Una formidable patada al trasero, he aquí lo que te espera después de lo sucedido.

En la frente de Huysmans se hincharon las venas.

— Y has cometido un error más — pronunció deletreando Polynov—, y, además, fatal…

Esperó un momento, clavando su fija mirada en los ojos de Huysmans, y prosiguió:

— Tú no ves lo que está pasando en este preciso instante… ¡tras tus espaldas! ¡¡¡Dale!!! — soltó a grito pelado.

Huysmans dio media vuelta, como alma que lleva el diablo. En ese mismo instante, por detrás, le cayó el almohadón lanzado por la mano certera del psicólogo. Y el grito salvaje y triunfante de Polynov estremeció los nervios.

De pronto, Huysmans levantó las manos, tiró convulsivamente del cuello de su camisa, desgarrándola y arañando su garganta y se desplomó al suelo.

Lee Berg con las manos sobre el corazón comenzó a deslizarse de la silla. Cris se apresuró a recoger el lighting.

— No hace falta — dijo Polynov—. Ha muerto.

Lee Berg, a quien apenas le había vuelto el dominio de sí mismo, se arrastró hacia Huysmans. Alzando la cabeza dirigió una larga y atenta mirada al pasillo secreto donde, como es natural, no había nadie. Luego pasó su mirada a Huysmans.

— Está muerto — susurró atónito—. Es un milagro…

— No — replicó Polynov con voz apenas audible y luchando contra la debilidad que le invadió—. Había sólo una posibilidad y la aproveché. Le mató el susto.

— Dios mío, fue un shock psicológico y está muerto, muerto… — Lee Berg no podía aún volver totalmente en sí—. ¿Pero, por qué, por qué no acabó con nosotros de una vez?

— ¿Por qué? ¿Qué pregunta más extraña?… Le echó a perder un rasgo de su carácter inherente a todos los dictadores. Todos ellos son presuntuosos.

FIN

Traducción: Clara Shteinberg.

Publicado en: La caja negra, Editorial Mir, 1984.

Edición digitaclass="underline" Edcare.

Revisión: Watco Watson Codorniz.